Por: Rodrigo Bernardo Ortega abril-2019
El
conflicto contemporáneo entre Ucrania y Rusia se remonta a las
denominadas protestas de Euromaidán en noviembre de 2013 tras el
anuncio soberano del presidente de entonces, Viktor Yanukovich, de
suspender la firma del acuerdo de asociación y libre comercio con la
Unión Europea. Las manifestaciones –que
fueron presentadas por la prensa occidental como muestra del más
puro “ejercicio de libertad y democracia”–
causaron la salida del presidente Yanukovich, elegido por voto
popular. Lo que poco se referencia es que una cantidad considerable
de los manifestantes hacían parte de grupos ultranacionalistas y
filonazis como el partido Svoboda
(Libertad)
que, dicho sea de paso, tuvo participación en el primer gobierno de
transición. Esta circunstancia causó un gran descontento en el
oriente del país donde la población mayoritariamente habla ruso.
Una de las consecuencias fue el inicio de una guerra civil en Ucrania
y el deseo del Consejo Supremo de Crimea de solicitar su adhesión a
la Federación Rusa. Esta petición se llevó a cabo mediante un
referéndum que obtuvo un apoyo contundente del 96,77%
(https://www.abc.es/internacional/20140316/abci-crimea-referendum-separatista-201403160709.html).
Desde luego, los países occidentales desconocieron los resultados
pero fue tal el respaldo que poco a poco tuvieron que resignarse a
aceptarlo. ¿Por qué unos comicios electorales sí son válidos y
otros no? Sencillo: porque unos sí convienen a los interés de
Estados Unidos.
Una
de las tensiones geopolíticas más recientes que reavivó el
conflicto antes descrito ocurrió en noviembre de 2018 en el mar de
Azov. De acuerdo con el portavoz de la presidencia rusa, Dimitri
Peskov, el incidente que tuvo como consecuencia la captura de tres
buques ucranianos por parte de la guardia rusa en el estrecho de
Kerch (único lugar de acceso que conecta al mar Negro con el mar de
Azov), se debió a una clara “provocación por parte de Ucrania que
requiere atención y un examen especial”. Desde esta perspectiva,
la flota rusa buscó salvaguardar sus intereses en Crimea y proteger
a su población de la constante influencia de Ucrania en la región
de Azov. De hecho, el respaldo de las potencias occidentales ha sido
crucial en la reciente tensión, por lo que no debe descartarse un
escalamiento del conflicto ya que los intereses de Estados Unidos
están involucrados, toda vez que este punto geopolítico es
fundamental para el comercio de acero y trigo por parte de Ucrania
(https://www.eleconomista.es/internacional/noticias/9546445/11/18/Por-que-es-tan-importante-el-mar-de-Azov-en-el-conflicto-entre-Rusia-y-Ucrania.htm).
Sin embargo, so pretexto de “proteger la soberanía económica del
estado ucraniano”, el presidente saliente y actual candidato Petro
Poroshenko pretende invocar la ayuda de occidente para salvaguardar
el interés de una pequeña élite y de paso provocar a Rusia a un
nuevo enfrentamiento.
Ucrania
quiere dejar a como dé lugar el paso libre para el ingreso de las
tropas de la OTAN a las aguas del mar de Azov. En efecto, una de las
prioridades del actual gobierno ha sido su integración a la
organización militar que traería consecuencias notorias para la
seguridad en la frontera ruso-ucraniana. En marzo de 2018, la OTAN le
otorgó a Ucrania el estatus de “país aspirante a ingreso”, con
lo cual, la posibilidad de que Kiev forme parte de dicha alianza es
cada vez más alta. Si se toma en cuenta que el presidente Poroshenko
declaró prioridad nacional el ingreso de su país a la OTAN, el
riesgo en términos políticos se incrementa
(https://www.hispantv.com/noticias/ucrania/390302/maniobras-militares-otan-rusia).
Ucrania corre el riesgo de una fragmentación sólo observada luego
de la implosión de la Unión Soviética en los albores de 1992. De
esta manera, el ingreso de Kiev al sistema europeo traería
consecuencias de orden territorial y aumentaría la zozobra en una
zona con relevancia geopolítica sin parangón en el globo. La
situación es más grave aun si se toma en cuenta la posición
política del otro aspirante a la primera magistratura, Volodymyr
Zelensky, quien está a favor del ingreso de su país a la Unión
Europea y a la OTAN, con lo cual, los resultados de la segunda vuelta
programada para el 21 de abril son irrelevantes pues los dos tienen
acuerdo sobre este punto.
El
propósito esencial de un eventual ingreso de Ucrania a la Unión
Europea y al sistema de alianzas militares trasatlánticas es el de
convertirse en un caballo de Troya de occidente en una región
estratégica del mundo pues allí se concentran no sólo el interés
de grandes potencias como Rusia, sino además importantes fuentes de
recursos como petróleo y gas. Es por esa razón que los líderes del
mundo occidental más influyentes como la canciller alemana, Angela
Merkel, han buscado a toda costa alejar a dos naciones que
compartieron un pasado común
(https://www.ukrinform.es/rubric-polytics/2626751-presidente-ucrania-recibe-un-fuerte-apoyo-en-todas-las-reuniones-en-davos.html).
En efecto, Ucrania y Rusia hicieron parte de la misma organización
política durante la Edad Media en un proto-estado conocido como el
Rus de Kiev, razón por la cual, los lazos familiares y políticos
son tradicionalmente fuertes. Kiev y Moscú están hermanados y es
esa unión con la que Estados Unidos quiere acabar.
En
este orden de ideas, la Casa Blanca y sus socios de occidente quieren
imponer un cerco a Rusia desde tres aristas. Primero de naturaleza
política a través del apoyo irrestricto al ingreso de Ucrania a la
Unión Europea, buscando acabar con los acuerdos económicos y de
cooperación entre Ucrania y Rusia, dos socios naturales. El segundo
cerco es de orden militar por medio del mencionado ingreso de Kiev a
la OTAN, que pretende desestabilizar una zona de por sí compleja,
atizando la provocación con el refuerzo de la defensa antiaérea en
la frontera ruso-ucraniana. Finalmente, occidente busca imponer una
guerra comercial con el objetivo de aislar a Rusia de Europa (lo cual
es claramente un disparate debido a la influencia y poderío de
Moscú) a través de nuevas fuentes de gas
(http://spanish.xinhuanet.com/2019-01/25/c_137772003.htm).
Así pues, Estados Unidos quiere convertir a Ucrania en un Estado
satélite que siga al pie de la letra sus intereses pero esto
significa un riesgo de enfrentamiento permanente con Rusia.
La
influencia del Pentágono ha llegado también a verse en el ámbito
interno del sistema político ucraniano. La presión ha sido tal que
un tribunal de justicia condenó en ausencia al expresidente Viktor
Yanukovich a 13 años de prisión por “alta traición y complicidad
en la agresión militar de Rusia en Ucrania en la primavera de 2014”
(https://www.elmundo.es/internacional/2019/01/24/5c49dafa21efa03a048b4629.html).
Este es un intento más por parte de las naciones occidentales de
justificar una agresión a la democracia del país eslavo pues no
debe perderse de vista que Yanukovich fue elegido por voto popular y
que su mandato fue interrumpido por la violencia de las protestas de
Euromaidán. Estados Unidos que siempre posa como el adalid de la
democracia y la libertad impulsa un juicio contra un mandatario
democráticamente elegido. Hipocresía en su máxima expresión.
Después de cooptar el ámbito de las relaciones internacionales, el
objetivo de la Casa Blanca será el de influir en las decisiones
internas con el fin de generar una ruptura en las relaciones
ruso-ucranianas.
A
lo anterior debe sumarse una circunstancia fundamental y es el
balotaje que se llevará a cabo el 21 de abril de 2019. A pesar de
los brotes de inconformismo, de la ley marcial y en general del mal
gobierno, Petro Poroshenko aspira a reelegirse y los más de tres
millones de votos obtenidos en la primera vuelta son un capital
político importante. Sin embargo, la popularidad de Volodymyr
Zelensky, un completo desconocido en la esfera pública del país
eslavo es algo que tiene preocupada a la élite tradicional
ucraniana. Zelensky, un actor que protagonizó una serie muy famosa
en ese país, Sirviente
del pueblo,
está ad portas de ser el nuevo presidente, al obtener 5,7 millones
de votos en la primera rueda presidencial. No obstante, como se
mencionaba con anterioridad, en términos substanciales una u otra
opción es prácticamente lo mismo. Aunque Zelensky representa la
“nueva sangre política”, también es un socio de las directrices
de Bruselas y de paso no sería raro que se convirtiera en un
Sirviente
de la Casa Blanca. Esta
situación llena aún más de incertidumbre a una nación que se
debate entre un nacionalismo extremo y tóxico y el apoyo a una
nación como Rusia cuyos lazos parentales son más que evidentes.
En
caso de una victoria de Poroshenko, el entorno de seguridad en el Mar
Negro y en la frontera ruso-ucraniana puede tornarse, por decir lo
menos, tensionante. Es claro que las intenciones de Kiev serán
agudizar las confrontaciones con su vecino, como quedó demostrado en
la reciente petición del presidente de llevar tropas de la OTAN al
mar de Azov
(https://www.elmundo.es/internacional/2018/11/29/5bff9e4dfc6c836c458b459e.html).
Este tipo de provocaciones lo único que generan es un clima de
irresponsabilidad política, pero a Estados Unidos no le importa en
lo más mínimo sacrificar el bienestar y la seguridad de una nación
como la ucraniana con tal de cumplir con sus más profundos objetivos
geoestratégicos. Convirtiendo a Ucrania en un caballo de Troya,
Estados Unidos se asegura la obtención de productos a bajo costo
mediante supuestos “acuerdos comerciales” y de paso lograría
desestabilizar la seguridad en Eurasia. Lo más preocupante es que la
victoria del actor y guionista podría desencadenar una situación
idéntica.
Si
Estados Unidos logra su objetivo de transformar a Ucrania en un
Estado satélite podría obtener enormes dividendos pues un socio de
esta naturaleza tiene al menos tres características definitorias. En
primera instancia es un “aliado permanente” o, lo que es lo
mismo, un lacayo fiel que responde a todas las ordenes de su amo sin
cuestionarlo, lo que es una ventaja significativa para el Pentágono:
defender su interés nacional a miles de kilómetros de distancia. En
segunda medida, un Estado satélite puede ser utilizado (a su antojo)
como una amenaza frente a otros Estados, buscando rivalizar con sus
intereses y ocasionando una situación de zozobra permanente como,
por ejemplo con Rusia. La tercera característica es que su ayuda
puede ser desechada en cualquier momento sin oportunidad de
contravenir sus deseos. Sin embargo, la explotación y la barbarie a
la que fue sometido el Estado satélite es permanente y difícil de
recuperar. La Casa Blanca es una experta sin igual para crear este
tipo de circunstancias de desestabilización y violencia para luego
abandonar los lugares en medio de caos y la pobreza como lo hizo en
Irak y Afganistán, de ahí el peligro de que la nación eslava se
convierta en su Estado mandadero.
Dicho
todo esto, Ucrania tiene una relevancia geopolítica fundamental
debido a su posición privilegiada en el globo, su cercanía a las
costas del mar Negro y de Azov, su proximidad a Europa y su relación
con Turquía. Todos estos factores la convierten en una auténtica
llave de acceso a Eurasia pues su condición de “Estado bisagra”
le permite relacionarse con diversas potencias y ser un centro
neurálgico para el paso de gas y petróleo. En efecto de acuerdo con
el aforismo de Sir Halford Mackinder uno de los pioneros en el
estudio de la geopolítica y su teoría del Heartland,
“quien gobierne en Europa del este dominará el Heartland
(corazón continental); quien gobierne el Heartland
dominará
la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el
mundo”. Ucrania está ubicada al borde próximo de ese corazón
continental por lo que su dominio resulta necesario para controlar el
mundo, y aunque esta teoría parezca exagerada o anacrónica para
Estados Unidos es de vital importancia.
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