Desde
la disolución de la Unión Soviética, las relaciones de Ucrania y
Rusia fueron fundamentales para la creación de organizaciones de
cooperación política y comercial. Todo esto se justificaba, desde
luego, por los estrechos lazos que unían históricamente a ambas
naciones. Sin embargo, desde los primeros años del nuevo siglo, la
influencia de la Unión Europea fue incrementándose al punto que
logró boicotear la hermandad ruso-ucraniana. Las protestas de 2014 y
el posterior conflicto civil en el oriente de Ucrania, desencadenaron
una serie de consecuencias que tienen repercusiones en la actualidad.
Una de ellas es la crisis económica por la que atraviesa Kiev, hecho
que ha sido una clara demostración de su impotencia en la esfera de
las relaciones comerciales y económicas. En efecto, el gobierno
ucraniano no ha podido sortear la difícil situación e incluso su
“fantástico” presidente, Volodomyr Zelensky, no ha implementado
la mágica solución que prometió en campaña para hacerle frente a
la crisis.
Una
de las causas fundamentales que explican la compleja situación
ucraniana es su falta absoluta de autonomía y criterio para
determinar la política exterior y el curso de su economía. Las
directrices de la Unión Europea y concretamente de Alemania, han
permeado cualquier intento de independencia en la formulación de la
política económica del país eslavo. Sumado a lo anterior, está el
papel hegemónico de las instituciones globales como el Fondo
Monetario Internacional (FMI) que, a través de préstamos y ayudas,
impone un régimen estricto que deja poco margen a los países que
caen en sus redes. Estos acuerdos son poco menos que venderle el alma
al diablo. En el caso ucraniano, por ejemplo, el FMI desembolsó
17.000 millones de dólares desde 1991, los cuales desaparecieron en
su mayoría pues se estima que en
Ucrania la corrupción y mala gestión ascienden a 8.600 millones de
dólares por año.
Esta situación muestra un panorama cada vez más complicado que
podría llevar a pensar en una recesión económica o incluso una
quiebra.
Lo
anterior no es descabellado, toda vez que el país no tiene potencial
para el crecimiento económico y está al borde de la moratoria de
pagos (default). De hecho, “antes del golpe de estado inspirado por
la CIA en 2014, el PIB de Ucrania era de 183 millones de dólares. En
2017 ya se había reducido a 112 millones. Si
esa tendencia continúa, el país estará en bancarrota para el
2.020”.
Esto quiere decir que la nación eslava ha tenido índices negativos
en diversos ámbitos de la economía. De hecho, la agricultura que
era uno de los rubros más fuertes del país, está atravesando por
una crisis generalizada que se suma a la tendencia de sus
tradicionales socios comerciales de buscar otros mercados y a la
imposición de intereses occidentales como los productos de Monsanto
utilizados en los grandes campos del país.
Otro
de los factores estructurales que explican lo delicada que puede
llegar a ser la situación en Ucrania, es su dependencia exclusiva de
las ayudas internacionales. Ya mencionamos el papel impositivo del
FMI que obliga a cumplir con ciertos compromisos económicos que, sin
embargo, Kiev no es capaz de respetar. También está el papel del
Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento (BERF), institución que
recientemente sirvió como garante de un
préstamo de 350 millones de euros que Ucrania adquirió con el
Deutsche Bank.
Esta circunstancia ejemplifica el rol que cumplen los bancos
occidentales en la creación de “solvencia” económica en
Ucrania. No obstante, es claro que esta dependencia puede llevar al
país a la bancarrota, ya que cuando surja otra de las crisis
cíclicas del capitalismo global, ni la Unión Europea, ni el Banco
Mundial podrá salvar una economía que muestra fallas profundas.
Por
si fuera poco, la deuda estatal conjunta en Ucrania para julio de
2019 fue cercana a los 80.000 millones de dólares, un aumento
notable si se considera que en
diciembre de 2.018 el desbalance era de $67.200 millones de dólares.
De acuerdo con el Ministerio de finanzas de ese país, el 40,9 %
representa deuda interna y el restante 59,1% es deuda externa (por un
valor que supera los 55.000 millones de dólares en obligaciones).
Otras estadísticas muestran una situación aún más compleja: cerca
del 70% de la suma de la deuda se encuentra en otras divisas,
fundamentalmente dólar y euro, por lo que la devaluación de la
moneda nacional ucraniana, la grivna, es cada vez mayor. De igual
manera, la deuda general representa cerca del 75% del PIB del país,
circunstancia que evidencia una crisis sin parangón en la nación
eslava.
La
inestabilidad económica en Ucrania también ha llevado a un aumento
alarmante en la inflación que en septiembre de 2018 se ubicó en
18%. Estas cifras muestran una vez más el complicado panorama que le
espera al gobierno Zelensky. La encrucijada está en tratar de
controlar la inflación e impulsar la economía, mientras se
satisfacen las demandas del FMI respecto al aumento en el precio del
gas y un ajuste del gasto público. Este tipo de medidas que resultan
tan perjudiciales para la población como lo está mostrando al mundo
Ecuador y la fuerte protesta social que tienen tambaleando al
gobierno de Lenin Moreno, podrían ser el caldo de cultivo para una
insurrección social y la profundización del conflicto civil en el
oriente del país. En pocas palabras, Ucrania tiene todos los males
de una crisis económica: poca producción, alta inflación,
devaluación de su moneda nacional y dependencia del capital
extranjero. El señor Zelensky no puede tapar el sol con un dedo.
Las
imposiciones de instituciones financieras y la poca capacidad del
gobierno han hecho que los productos alimentarios básicos tengan
precios desorbitados. De igual manera, el costo de vida ha aumentado
en los sectores de vivienda, educación, telecomunicaciones y salud.
En cuanto a la calefacción, uno de los temas más sensibles del
país, los precios aumentarán de manera inaceptable y quedarán
fuera del alcance del ciudadano promedio, evidencia de lo anterior
fue el verano pasado donde los residentes de Kiev no pudieron costear
el agua caliente. Por otra parte, “se estima que dos de cada tres
dólares del presupuesto estatal de Ucrania han provenido de
occidente o de Rusia desde 2014. Con la próxima recesión económica
que afectará al mundo en menos de tres años, Ucrania
tendrá la suerte de recibir incluso la mitas de esas asistencias".
Tal circunstancia es la muestra fehaciente de la dependencia malsana
de Ucrania al asistencialismo de occidente, lo que puede provocar la
quiebra definitiva de su economía, pues si existe un crack global,
lo más probable es que esas ayudas se reduzcan sustancialmente y el
país entre en bancarrota.
Todas
las circunstancias antes descritas, pueden configurar un cóctel
Molotov que puede estallar en cualquier momento en la figura de una
crisis política y social. Aunque el tono de la campaña del hoy
comediante-presidente estuvo repleta de esperanza y renovación, lo
cierto es que la situación socioeconómica sigue siendo inquietante.
Los altos índices de pobreza en el país que se podrían combinar
con la guerra civil librada en las regiones de Donetsk y Luhansk,
hacen pensar que Ucrania se encuentra muy lejos de la versión
paradisiaca defendida por Zelensky. Es claro que la inestabilidad
económica ocasionará una crisis institucional que podría
eventualmente llevar al gobierno figuras radicales. No hay que perder
de vista que personajes como Adolfo Hitler se tomaron el poder luego
de una crisis en las instituciones que comenzó justamente con el
incremento de la inflación, la baja producción económica y la
dependencia. No es exagerado entonces pensar que Ucrania está en un
riesgo cada vez mayor de convertirse en un Estado fallido.
Así
las ambiciones de Zelensky lo lleven a crear una falsa idea de
mostrar a Ucrania como una economía fuerte, como el “socio ideal”,
la realidad es que tener acuerdos económicos con una nación tan
inestable puede resultar perjudicial. La problemática reside en que
la solvencia de un Estado como el ucraniano es cada día más
cuestionable lo que lo convierte en un flanco fácil para la
influencia de países extranjeros. Tal es el caso de la ayuda
económica y militar brindada por Alemania desde los sucesos de la
península de Crimea en 2014. Desde ese entonces, Alemania
ha girado 1.400 millones de euros en ayudas para la nación eslava;
1.880 millones transferidos de manera directa y otros 200 millones
por medio de la Unión Europea. Así las cosas, la falta de criterio
e independencia de Ucrania para definir su política fiscal, lo
convierten en un Estado títere de las ambiciones de banqueros y
políticos occidentales.
La
perspectiva mostrada en el artículo da cuenta de la difícil
situación económica por la que atraviesa Ucrania y pone de
manifiesto el riesgo latente del default y la bancarrota comercial.
El hecho de que Kiev no pueda definir sus propias políticas en
materia económica, hace que el riesgo y la inestabilidad aumenten
con el pasar de los días. El comediante-presidente que se ha
graduado de excelente comunicador, en esta oportunidad tendrá que
diseñar una estrategia mucho más inteligente. Sin embargo, como ha
sido su modus
operandi,
lo más probable es que hinque su rodilla ante sus jefes occidentales
y endeude a la nación por los próximos 50 años. Mientras tanto la
población que día a día padece las consecuencias de las decisiones
de tecnócratas, estará al borde de un levantamiento que podría
agudizar la precaria situación en el oriente del país. Por mucho
que se esfuerce la prensa occidental por mostrar una situación de
“normalidad” en Ucrania, la realidad salta a los ojos y se
observa en la figura de una crisis económica peliaguda que
paulatinamente mostrará sus horrendas consecuencias.
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