martes, 22 de diciembre de 2020

Es la guerra

Pienso que es importante seguir el hilo conductor de las reflexiones sobre salud y bioética, su descalabro y su puesta al servicio de las grandes corporaciones con motivo de las campañas de despersonalización a raíz de las medidas ordenadas para combatir, dicen, una pandemia. Es importante, pienso, avanzar en la reflexión y análisis sobre el conjunto del conglomerado químico, farmacéutico y biotecnológico que, como parte principal de la nueva guerra mundial invisible, está afectando al conjunto de la humanidad. Bueno, no al conjunto, sino al proletariado mundial, pues como en todas las guerras convencionales, quién ha perdido realmente ha sido la clase obrera, mientras la burguesía y el capital en su conjunto han aprovechado estos acontecimientos para aumentar su poder, tanto político, como económico y cultural.

Una primera fase de esta guerra, que como todas, ha estado cuidadosamente planificada desde hace años. La podríamos definir como un símil de la primera guerra mundial, largamente preparada a partir de la famosa crisis de 1873, síntesis del capitalismo industrial de la segunda mitad del siglo XIX que alternó periodos de expansión y otros de estancamiento. La situación económica se agravó hacia 1873, cuando se produjo una crisis que ocasionó la quiebra de las principales Bolsas de valores, paralizó a importantes compañías de actividad industrial en un tira y afloja que duró hasta 1896 y que puede considerarse la primera gran crisis de sobreproducción con unas características de acumulación de productos que no conseguían ser comercializados, cierres de empresas y despidos masivos de trabajadores/as. Y pequeños y medianos establecimientos fabriles absorbidos por grandes empresas o grupos financieros.

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