Una ligera brisa levanta las cenizas y trata de avivar los restos de lo poco que queda de la q’oa sobre una parcela de tierra muy suave, trabajada y lista para cultivar. La ofrenda a la Pachamama, madre tierra en quechua, es un ritual tradicional que se remonta al tiempo de los tatarabuelos, que al igual que sus consanguíneos, pertenecientes a los sindicatos agrarios del municipio de Toco, en Cochabamba, realizan antes de comenzar con el arado, antes de que se realice el primer surco preparando el terreno para la siembra de maíz. Es casi medio día de finales de septiembre, el sol brilla y quema casi desde el punto más alto del cielo. Un hombre empieza a dibujar trazos en la tierra guiando a dos bueyes que, uncidos con el yugo, forman la yunta que sostiene el timón del arado, deslizándose acompañado de dos mujeres, una que sostiene un balde rojo de plástico que en cada movimiento que realiza con su mano arroja entre tres y cinco semillas al suelo, mientras que la otra echa abono químico.
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