Por
Hace miles de años que el ser humano comenzó a domesticar las plantas y animales que conocemos, seleccionando solamente para la siembra y reproducción, las que presentaban las características que mejor se ajustaban a sus necesidades. Es decir que, desde los inicios mismos de la agricultura, el ser humano puso en práctica de forma empírica métodos de selección y mejoramiento en los vegetales y animales. Fue precisamente en esa rica experiencia milenaria que se basó, en el caso de las plantas, el desarrollo del mejoramiento vegetal tradicional que conocemos, para cruzar plantas relacionadas o emparentadas y así consolidar caracteres deseados. Algo muy distinto a lo que ocurre hoy con la ingeniería genética o las tecnologías transgénicas, donde el rasgo que se quiere introducir o insertar en el genoma de un organismo vivo, se identifica y se toma de cualquier otro, ya sea vegetal, animal o de algún microorganismo.
Los cultivos o plantas transgénicas, también conocidos como Organismos Genéticamente Modificados (GMO), comenzaron a comercializarse en la década de los años 90 y según la definición que de ellos hace la FAO, son vegetales modificados genéticamente para reducir o eliminar su vulnerabilidad a las plagas, aumentar su calidad nutricional, su resistencia a la sequía y a las inundaciones. De modo que los transgénicos son organismos que resultan de la manipulación genética, a los que se les ha incorporado material hereditario de un organismo vivo o de uno creado en un laboratorio. Al estar presente este material en sus células germinales, se transmite a sus descendientes por herencia. No obstante, la manipulación de los códigos genéticos de una especie determinada, más allá de las consecuencias para la salud humana que esto puede significar, es lógico considerar al hacer este tipo de intervención, las posibles implicaciones de carácter ecológico y hasta ético.
...
Más:
https://rebelion.org/cultivos-transgenicos-de-tecnologias-imprecisas-a-falsas-promesas-parte-i/
No hay comentarios:
Publicar un comentario