sábado, 22 de diciembre de 2012

Pocos limitamos a los transgénicos

Perú es uno de los tres países en el continente americano que han puesto barreras al cultivo de transgénicos. Los otros dos que lo acompañan en este gran paso hacia una soberanía y seguridad alimentaria son Ecuador y Venezuela.
 
El 4 de noviembre, el pleno del Congreso peruano aprobaba una moratoria de diez años a la producción de organismos genéticamente modificados. De esta forma, Perú se posicionaba en contra de las razones que esgrimen los defensores de los transgénicos. Para ellos, las semillas transgénicas presentan un alto rendimiento que puede incluso triplicar la producción. Supuestamente, la semilla, al ser alterada genéticamente, adquiere propiedades que la hacen más fuerte, acorta su ciclo de cultivo e incluso puede luchar por sí misma contra diversas plagas sin necesidad de insecticidas.

A mediados de los años 90, cuando comenzaron los cultivos transgénicos, se hacía complicado rebatir los anteriores argumentos. Efectivamente, las semillas OGM (organismo genéticamente modificado) daban lugar a mayores cantidades de productos y estaban modificadas de tal manera que no necesitaban pesticidas. Hoy las tierras con cultivos OGM son sobreexplotadas, hasta el punto de que en algunas no se puede sembrar de nuevo durante la siguiente temporada. Aquellas plagas que se habían superado han dado cabida a otras diferentes o han hecho que las anteriores sean más resistentes. Los propios vendedores de las semillas OGM patentadas, transnacionales como Monsanto y Syngenta, ofertan los productos químicos para combatir las propias plagas que sus semillas modificadas han creado.
 
Después de más de 20 años de la cosecha del primer cultivo OGM –el que muchos defendieron como la gran panacea para el hambre– en el mundo se produce comida para alimentar a 10 mil millones de personas. Sin embargo, en este planeta vivimos solo 7 mil millones, mientras 1300 continúan pasando hambre.
 
Únicamente Argelia, Egipto y Madagascar han elaborado políticas que limitan la producción de OGM. Los demás países de África han seguido los lineamientos de lo que era el antídoto para la hambruna. Hoy varios millones de personas de las mil doscientas millones que se acuestan con hambre cada día pertenecen a ese continente.
 
Quizá lo más angustiante de estos productos son los efectos impredecibles que pueden causar. Los dueños de los “frankenstein alimentarios” no se han preocupado en testar los riesgos. Algunos estudios han comprobado que el consumo de OGM puede producir infertilidad, alergias y resistencia a antibióticos. Una investigación de mediados de este año demuestra una relación causal entre el consumo de maíz alterado genéticamente y la aparición de tumores cancerosos.
 
El Perú ha hecho bien en huir de los buitres del OGM que querían limitar aún más su soberanía y seguridad alimentaria. Producir productos biotecnológicos implica establecer una dependencia de las grandes transnacionales. Las plantas OGM no producen semillas como las plantas naturales, por lo que finalizada la cosecha los agricultores tienen que comprar de nuevo las semillas a las empresas transnacionales. Asimismo, existe un riesgo muy grande al poseer cultivos OGM al aire libre, pues mediante la polinización los transgénicos pueden contaminar fácilmente los cultivos convencionales.
 
En Perú aún falta legislar el etiquetado de los productos importados que contengan alimentos alterados genéticamente, tales como la leche y el aceite de soya. La población necesita saber de dónde proviene lo que consume y cuáles han sido las condiciones de su elaboración. Esa será la única forma de luchar por el mantenimiento de la biodiversidad, por el establecimiento de una economía sostenible y por el enriquecimiento de la seguridad y la soberanía alimentaria, por un pueblo informado, concienciado y sano.

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