Como periodista con más de 30 años escribiendo sobre
empresas de Estados Unidos, hay pocas estrategias de propaganda
corporativa que me sorprendan. Conozco la presión que son capaces de ejercer,
y de hecho ejercen, cuando buscan salir bien en los medios o impedir
noticias que consideran negativas sobre sus productos o prácticas
empresariales.
Pero recibir las casi 50 páginas de
comunicaciones internas con los planes de Monsanto de ponerme a mí, y a
mi reputación, en el punto de mira fue algo que me sorprendió.
Sabía que a la compañía no le gustaba que en los 21 años
que he pasado escribiendo sobre la industria agroquímica, casi siempre
para Reuters, mis artículos citaran a escépticos tanto como a
partidarios de las semillas genéticamente modificadas de Monsanto.
Sabía
que a la compañía no le gustaba que yo escribiera sobre las crecientes
preocupaciones dentro de la comunidad científica por investigaciones que
relacionaban a los herbicidas de Monsanto con problemas
medioambientales y en la salud de las personas.
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