Cuando a Amanaje le comunicaron que no podía plantar más de su
semilla se le escapó una sonrisa en su rostro. Pensó que era una broma, y
si no fuera porque se lo decían como enojados se hubiera echado al
suelo a reírse con gusto. Ya hasta se le dificultaba recordar cuantas
generaciones llevaba ese pequeño granito de maíz en su familia, y ahora
se lo prohibían.
Les dijo que sí que no se preocuparan, pero en
verdad no alcanzaba a vislumbrar lo grave de la cuestión. Era la primera
vez, que esos hombres vestidos con trajes llegaban hasta su lejana
población. Según ellos, sólo venían a advertirle y no querían tener que
volver porque tal vez entonces, los modos serían distintos. Y mientras
Amanaje pensaba que sería eso de “modos distintos” los hombres se
retiraban hablando entre ellos.
...
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