Isabel Bermejo
La cumbre del Convenio sobre Diversidad Biológica que se celebra del 7 al 19 de diciembre en Canadá deberá decidir sobre una propuesta de moratoria a la utilización de impulsores genéticos (gene drives), una controvertida tecnología que está a punto de saltar del laboratorio al medio ambiente. Los impulsores genéticos permiten burlar las leyes de la herencia biológica, forzando la rápida propagación en la naturaleza de modificaciones genéticas creadas en el laboratorio, incluso si éstas son letales para una especie. Su desarrollo y utilización tienen enorme trascendencia, pues, por primera vez en la historia, la humanidad dispondría de una herramienta que hace posible interferir de forma fundamental en el proceso evolutivo de los seres vivos, y eliminar especies de forma permanente.
La primera generación de transgénicos puso en evidencia la falsedad de las grandes promesas de una ingeniería genética controlada por la gran industria agroquímica. Teniendo en cuenta que hablamos de casi 30 años de desarrollo tecnológico, resulta casi sorprendente que un único rasgo transgénico –la tolerancia a herbicidas– predomine de forma tan abrumadora en esta primera generación de cultivos modificados genéticamente (OMG). De unos 190 millones de hectáreas cultivadas con OMG en todo el mundo en 2019, más de 166 millones (el 88%) eran variedades resistentes a los herbicidas. La ventaja de estas variedades estriba en la posibilidad de utilizar herbicidas sin dañar el cultivo, facilitando así el manejo en los grandes monocultivos, aunque ello suponga generar una creciente dependencia agroquímica. El siguiente rasgo importante, muy por detrás en superficie, sería la producción de insecticidas por las propias plantas, según un informe del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones de Biotecnología Agrícola.
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https://ctxt.es/es/20221201/Firmas/41560/impulsores-geneticos-transgenicos-agricultura-canada.htm
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