Desde
las vastas milpas del Valle de México hasta las pequeñas parcelas de
Oaxaca, el maíz ha sido más que un alimento; es un símbolo de identidad,
cultura y resistencia. Sin embargo, la llegada del maíz transgénico,
aquel cuyo ADN ha sido alterado para resistir plagas o herbicidas, ha
puesto en riesgo esta herencia milenaria. México, cuna de la diversidad
genética del maíz, ha decidido tomar una postura firme: proteger sus más
de 60 variedades nativas del grano.
El
decreto presidencial de 2020 no solo prohibió la siembra de maíz
transgénico sino también el uso del herbicida glifosato, asociado con
riesgos para la salud humana. La decisión se basó en la defensa de la
biodiversidad y la salud pública, argumentando que los transgénicos
podrían «contaminar» las variedades nativas o traer consecuencias
negativas al consumo humano. Sin embargo, esta medida ha encendido las
alarmas en el comercio internacional, especialmente con Estados Unidos,
el principal exportador de maíz a México.
Los
campos de Sinaloa, uno de los estados más productores de maíz en
México, se han convertido en un escenario de debate. Aquí, donde el sol
besa la tierra para hacer crecer los dorados mazorcas, los agricultores
se encuentran divididos. Mientras algunos ven en los transgénicos una
oportunidad para aumentar la producción y enfrentar el cambio climático,
otros, como el orgulloso milpero Don José, defienden la pureza de las
semillas ancestrales.
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