miércoles, 16 de agosto de 2017

La ciénaga

Supongamos que usted muestra preocupación por la salud pública y ambiental. Supongamos que accidentalmente entra en un enorme laboratorio situado en alguna área suburbana de los Estados Unidos. El que le recibe es un químico . Él le informa que el laboratorio ha estado probando todo tipo de productos químicos, entre ellos pesticidas y medicamentos para asegurarse de que estas sustancias químicas no provocan un daño ni en las personas ni el medio ambiente. Usted pregunta al que le ha recibido por el promotor de dicho laboratorio y le responde que fue un distinguido bioquímico de una importante universidad que atendió a las solicitudes del Gobierno sobre la seguridad de los productos químicos. Después, el que le recibe le deja solo, diciéndole que espere a otro científico que sabe más acerca del laboratorio. 

Espera, pero nadie aparece. Así decide explorar por su cuenta. Entra en una gran sala en la que se puede observar la infraestructura del laboratorio: mesas en las que hay bisturíes, tubos de vidrio, productos químicos y equipos de operaciones para estudios de patología. Inmediatamente reacciona, deseando salir de aquella sala. Un enorme hedor llena el ambiente. Un sistema de rociado de agua está pulverizando agua sobre las jaulas con ratones, ratas y perros. Las ratas se encuentran en un charco: agua mezclada con excrementos de animales que cubren el suelo. Entonces, usted descubre que un técnico que sostiene un envase con gas adormecedor corre detrás de las ratas. Usted sale de la sala y vuelve a entrar en el espacio de recepción, donde el que le recibió con anterioridad está telefoneando a la policía diciendo que hay un intruso en el laboratorio, usted. 

Esto podría ser el comienzo de una novela de ciencia ficción: locos que manejan un peligroso laboratorio financiado por el Gobierno y la Industria.  
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