La huerta de Alberto Gómez hace honor a su nombre: La despensa. En la hectárea que tiene cultivada, hay medio centenar de vegetales, semillas que heredó de sus antepasados y otras que intercambia con sus vecinos, como el cilantro de María Úrsula Chauzá, la yuca y la calabaza de Jesús Antonio Delgado o las habas y el maní de Aura Lina Domínguez. Sus tres variedades de maíz son la joya de la corona. Las observa como si las analizara un científico. “Si sembramos el maíz pira a distancias más anchas, da una mazorca más grande, una mejor para harina”, explica sujetando una de colores morados y amarillos. Imperfecta y única. La diferencia entre este ingeniero amateur y uno contratado por Bayer es que su laboratorio está al aire libre en un pueblito colombiano campesino y que, para domesticar su producción, no usa ningún químico. Aunque quisiera, no podría.
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