Uno de los asuntos
centrales de nuestros días es el de cómo manejar con seguridad las
innovaciones industriales. Los nuevos productos que incorporan
nanotecnología, biotecnología, metales raros, microondas, nuevos
productos químicos, todo ello entra a diario en el mercado. Sin embargo,
ninguno de estos productos se presenta con un conjunto adecuado de
datos científicos. Tampoco traen un marco intelectual de referencia en
el cual podamos descifrar los riesgos, como lo demuestran las dispuestas
sobre el principio de precaución. La mayoría de estos productos no
reciben ningún tipo de supervisión por parte de las Agencias de
Regulación.
¿Cómo se
eliminarán estos productos? ¿Qué poblaciones y qué ecosistemas se
pondrán en riesgo debido al uso de dichas tecnologías o productos?
¿Cuáles serán las consecuencias por un accidente durante su uso, fuera
de los establecidos o ilegales? Ninguna de estas preguntas son
respondidas de manera conveniente por las Agencias de Regulación, al
menos que los ciudadanos presionen para que así se haga.
Como consecuencia de estas deficiencias, nos estamos exponiendo a nuevos riesgos cada vez que aparece uno de estos productos. Pero a pesar de su enorme importancia, quizás sea uno de los temas menos discutidos actualmente.
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