La modificación genética del maíz obedece a la falsa razón que hace creer el modelo neoliberal: se puede ejercer un consumo desmedido frente al uso razonable de los recursos naturales.
La semana pasada compartí algunos efectos negativos del modelo neoliberal; y uno de ellos, me parece, es la controversia sobre el maíz transgénico.
El maíz es un alimento central en la cultura y dieta mexicana. Con un consumo promedio per cápita al año de 196.4 kilogramos de maíz blanco, principalmente en tortillas, este representa el 20.9 por ciento del gasto total en alimentos realizado por las familias mexicanas (Sagarpa, 2017).
Por su parte, el maíz transgénico es una variedad genéticamente alterada mediante biología molecular, que hace a la milpa más resistente y —supuestamente— más nutritiva. Así, el maíz modificado sobrevive al glifosato, que es un herbicida de amplio espectro que ataca las malas hierbas del cultivo. Sin embargo, si bien esta modificación genética simplifica la gestión de malezas y aumenta la eficiencia en la agricultura, los datos científicos arrojan que el glifosato afecta el medio ambiente y tiene graves impactos en la salud humana; por ejemplo, la Agencia Internacional de Investigación de Cáncer sostuvo que es probable carcinogénico en humanos.
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