Las grandes multinacionales que controlan el mercado de semillas transgénicas mundial muestran los efectos que el sistema de patentes de semillas y su explotación tienen sobre la economía de los pequeños y medianos agricultores, que se ven sometidos a una nueva manera de esclavitud.

Se ven obligados a comprar semillas nuevas cada cosecha y no pueden guardarlas de un año para otro como se ha hecho desde tiempos inmemoriales.

Y, paralelamente, los agricultores que no desean cultivar semillas patentadas ven con impotencia como no pueden evitar sufrir diversos efectos provocados por los cultivos transgénicos.

La cultura mexicana está íntimamente relacionada con el maíz, la base de su alimentación, desde hace miles de años.

México produce 20.500 millones de toneladas, pero consume alrededor de 30.000 toneladas de maíz al año, por lo que tiene que importar el resto, y la mayor parte proviene de su socio comercial: EEUU.

En 2011 México importó maíz amarillo estadounidense por valor de 2.400 millones de dólares, y un tercio de la producción del maíz de EEUU es genéticamente modificado.

El gobierno mexicano ha permitido el cultivo de transgénicos recientemente en un programa piloto, y promueve entre los agricultores la compra de semillas a grandes compañías químicas estadounidenses.

Pero muchos agricultores se resisten a la invasión de maíz transgénico, como la plataforma Sin Maíz no hay país, ya que en México existen 59 variedades de maíz autóctono que podrían ser la solución para el abastecimiento del país.

Además el uso del maíz para biodiesel (etanol) y no para consumo humano ha triplicado su precio en los últimos años.