martes, 16 de abril de 2013

Una crisis transgénica

Cuántos campesinos han visto contaminadas sus cosechas por polen de variedades transgénicas

GUSTAVO Duch, Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas 16/04/2013
José Miguel y Juan Carlos discuten en el campo sobre un tema ya habitual.

--Pero Juan Carlos, ¡los transgénicos pueden ayudar a terminar con el hambre en el mundo!

Juan Carlos, agricultor de siempre, mira a su alrededor los campos de maíz modificados genéticamente que han invadido su tierra, Aragón, y piensa, cansado del mismo debate con el compañero ingeniero y entusiasta de las tecnologías, "curioso combatir el hambre con cultivos que solo come la ganadería de los países ricos".

--Además, amigo, los transgénicos son más productivos-- continúa José Miguel. Y el agricultor, rascándose la barbilla pronunciada que esconde su barba quijotesca, piensa en el trabajo de los compañeros de la cooperativa de Binéfar, que demuestra más bien lo contrario.


--Con los transgénicos ya no se usarán pesticidas. Y el agricultor, sabiendo que el uso de tales venenos no ha decaído, se lleva instintivamente la mano a la nariz pues andan cerca de un campo cultivado de maíz transgénico, lo huele. En su finca de los mil y un cultivos y ningún veneno, hasta los insectos ayudan en las tareas agrícolas y las llamadas malas hierbas son buenísimas como abono de la tierra. Pero no pierde la paciencia y sigue atento a los comentarios del biotecnólogo.

Y en cualquier caso, insiste José Miguel, si no te gustan los transgénicos no hay problema, no los cultives. Y calla de nuevo el agricultor, sólo para sus adentros pronuncia su rabia. Cuántos campesinos y campesinas en el mundo --a todos los siente hermanos de profesión-- han visto que sus cosechas con semillas nativas y a veces cultivadas ecológicamente, han sido contaminadas por polen de variedades transgénicas, perdiendo todo su valor y vulnerada su soberanía. En Aragón mismo no puede ya cultivarse otro maíz que no sea el transgénico. ¿Qué pensarían sus predecesores campesinos que guardaron tantos tipos de semillas durante generaciones? Porque finalmente de eso se trata, --y como podremos escuchar en el próximo encuentro del 19 de Abril en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza-- los cultivos transgénicos no son más que una imposición y un ataque a la soberanía de quienes producen alimentos y de quienes los consumimos.

El campo, al perder soberanía, ha quedado sujeto a los mercados internacionales, a las imposiciones de las grandes corporaciones y a modelos productivos muy exigentes en insumos. Los resultados del trabajo en una finca, con el esfuerzo de las manos campesinas, se deciden en movimientos especulativos de la Bolsa de cereales en Chicago o en los despachos de Bruselas ocupados por personas muy condescendientes con los intereses de la agroindustria. El agricultor o agricultora, sin soberanía, han pasado de ser las personas encargadas de proveernos de alimentos a ser una pieza ninguneada en una larguísima cadena alimentaria.
Y todo esto a la ciudadanía no nos resulta ni lejano ni ajeno. Porque la crisis que tenemos encima puede perfectamente entenderse como una crisis de soberanías. Este sistema capitalista neoliberal se sustenta --aunque parezca lo contrario-- en un hurto de nuestras libertades y nuestra capacidad de decidir. La democracia ha sido secuestrada por una clase política que no sirve a los pueblos sino a los poderes financieros, que son los bancos y también las grandes corporaciones. E igual que ocurre en el campo, nuestro futuro ya no depende de nosotros mismos, hasta eso nos robaron, y somos una pieza que se compra y vende en el monopoly global. Ni tirar los dados podemos.

Por eso, la lucha contra los transgénicos sigue siendo --con la crisis como protagonista en el escenario-- un buen ejercicio colectivo que agrupa múltiples sensibilidades: la ecologista, la campesina, la consumidora, pero sobretodo llama a la ciudadanía que, abanderando la agricultura campesina a pequeña escala, las cooperativas de consumo, la banca ética, la colectivización de bienes naturales, las monedas locales o las fórmulas de economía solidaria, está luchando por recuperar las soberanías como elemento central para hacer de la crisis el cambio a una nueva sociedad. Quienes resistieron en el campo con la agricultura de siempre, como Juan Carlos, y quienes vuelven hoy a él para llenarlo de vida ejerciendo el derecho a producir alimentos sanos, ya están en marcha en este camino, que tiene una meta irrenunciable: construir y recuperar escenarios donde el disfrutar, reír y gozar sin explotar a las personas ni a la Tierra, pueda reproducirse.

José Miguel --dice Juan Carlos-- con semillas estériles sólo las injusticias se reproducen.


Fuente:
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/una-crisis-transgenica_846762.html

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