martes, 5 de agosto de 2014

Para proteger nuestro maíz

“El maíz divide y organiza el tiempo del pueblo mexicano”.
Julio Glockner
Alma Gloria Chávez


En la última década, la cruzada nacional a favor del cultivo y consumo de maíz criollo y contra la introducción del transgénico en nuestro campo ha crecido, incorporando, además de pueblos y comunidades agrícolas, a grupos de académicos, intelectuales, artistas, científicos, ambientalistas y en algunos estados a organizaciones y cámaras empresariales (como la de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados de Oaxaca), con la premisa de que “defender el maíz nativo y su diversidad es una tarea que campesinos e indígenas no pueden hacer solos”.

El desarrollo del maíz ha estado vinculado estrechamente con la evolución de los pueblos prehispánicos de nuestro continente, siendo el cultivo de esta planta lo que permitió, primero, el asentamiento del hombre prehistórico en aldeas; luego, el surgimiento de grandes concentraciones urbanas, y más tarde, el surgimiento de grandes civilizaciones en nuestra América, como la cultura andina que daría lugar, al sur del continente, al imperio inca, y las bien llamadas “civilizaciones del maíz” en el México antiguo.

El maíz, se ha comprobado, es de origen americano, siendo hasta ahora el Valle de Tehuacán, en Puebla, la región donde se han encontrado los restos fósiles más antiguos de maíz, con una edad calculada en 7,000 años, y fue introducido al viejo mundo sólo a partir del “descubrimiento” de lo que hoy es América.

La domesticación del denominado “grano sagrado”, no sólo permitió el desarrollo de los pueblos que lo cultivaron, sino que pasó a formar parte de sus características esenciales. México es impensable sin la presencia del maíz y esto ocurrió desde épocas muy tempranas, cuando el hombre concebía su existencia y su relación con el mundo como algo sagrado. Incluso hay quienes afirman que del cultivo de plantas como el maíz deviene el concepto “cultura”, puesto que al aprender el hombre a cultivar, se cultivó a sí mismo.

Desde hace aproximadamente dos décadas, la transnacional empresa Monsanto, sus aliados y los últimos gobiernos federales, han introducido en el país semillas de cultivos genéticamente modificadas, como el algodón y el cacahuate, aunque el objetivo verdadero es imponer el maíz transgénico en la tierra originaria de esta gramínea. Así, con el pretexto de aumentar la producción maicera, de hacerla más resistente a sequías, insectos nocivos y heladas, Monsanto y diversas asociaciones de productores (incluida la Confederación Nacional Campesina, aliada de malos gobiernos), están presionando para la liberación masiva de maíz transgénico, hasta ahora prohibida por la ley… aunque existe tolerancia para esta invasión.

Y sucesivos gobiernos (que desprecian al campo y a la agricultura del lugar), se han dado a la tarea de recortar presupuesto a instituciones de investigación que cuidan y desarrollan el maíz nativo y otros cultivos de consumo básico, con la clara intención de provocar una total dependencia económica a pueblos rurales, indígenas y campesinos. Dicho en otras palabras: existe toda una estrategia gubernamental para entregar el cultivo del maíz a las transnacionales (como ya lo hicieron con varias industrias nacionales y ahora con el petróleo) y lograr que predomine el transgénico, dejando morir –por invasión o por inanición- la enorme diversidad de maíces nativos.

Quienes se han ocupado y se encargan de estudiar las repercusiones que acarrearía para el agro mexicano permitir la introducción de semillas genéticamente manipuladas, aseguran que este hecho entrañaría graves daños y de todo tipo: ambientales, productivos, económicos, sociales y políticos; nos haría todavía más dependientes del extranjero en nuestra alimentación básica, golpearía a la economía campesina (de por sí tan vapuleada) y arrasaría con la biodiversidad de nuestro campo.

Por fortuna y como mencionaba al inicio de esta columna, la resistencia organizada va creciendo tanto, que a nivel internacional la cruzada en defensa del maíz criollo se ha hermanado con otras que en países como la India han llegado a acusar a la empresa Monsanto de usar en el agro productos químicos que se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial: el agente naranja y los organofosforados. La científica Vandana Shiva, activista india que recibió el Premio Nobel Alternativo en 1993, devela que cuando las semillas se manipulan mediante sistemas mecánicos y agroquímicos, son inoculados con toxinas que quedan dentro de la planta y que resultan imposibles de eliminar.

Desde el año 2009, científicos mexicanos han alertado y recomendado algunas medidas para proteger el maíz nativo: establecer nuevamente la moratoria en el cultivo de maíz transgénico y modificar la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados. Estos expertos reconocen que “los transgénicos no son buenos ni malos, depende de cómo se usen”, pero del “maíz…, es otra cosa. Es un patrimonio y se debe cuidar”.

Y las resistencias para la defensa de nuestro maíz se multiplican creativa, diversa, afirmativamente: Sin Maíz no hay País, Semilla de Vida, Frente Michoacano en Defensa de la Soberanía Alimentaria, Patronato Pro-Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural del Estado de Oaxaca, son algunas de las organizaciones que realizan campañas, foros nacionales e internacionales, ferias y festivales y no sólo denuncian: preservan semillas nativas, las valoran, las mejoran, las multiplican; informan, forman conciencia; rescatan y promueven manifestaciones culturales, porque saben (sabemos) que el maíz es cultura, identidad y riqueza.

Con mucho cariño para mi pequeño nieto, que cuando disfruta de un riquísimo pozole nos recuerda con voz enfática que “sin maíz no hay país”.


De:
http://www.cambiodemichoacan.com.mx/editorial.php?id=10263

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