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Las derivaciones culturales en este sentido son infinitas y su dimensión constituye una evidencia irrefutable de que el alimento en sus distintas vertientes, como la producción, la preparación y el deleite, está enraizado en las estructuras sociales y religiosas y comporta un significado relevante que difiere en esencia en las diversas comunidades culturales del orbe.
Este truismo revela que, concomitantemente con la necesidad biológica, el alimento es una expresión cultural sustantiva que, además, tiene funciones sociales básicas: desarrolla vínculos comunitarios, define rituales, entrevera intereses, espolea la cohesión y crea un sentimiento de pertenencia.
Los miembros de cada comunidad comparten los mismos hábitos culinarios, así como los componentes de su cocina. La comida es, pues, un elemento determinante en la especificidad cultural de las sociedades que se sintetiza en el siguiente aforismo: el alimento define al ser humano. Sus valores culturales son múltiples y preconstituyen uno de los vectores de las tradiciones, imbuidas de prácticas religiosas e incluso prescriptivas. Asimismo, el alimento es personal y tiene una significación cultural que exige un tratamiento muy diferente al que reciben otras clases de productos.
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