Declaración Latinoamericana por una Ciencia Digna |
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"En
la coyuntura actual, el debate se ha extendido al rol y el desarrollo
de una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos,
violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la
sociedad que la produce. En ese contexto los cultivos transgénicos, son
vehículos diseñados, no para alimentar al mundo, sino para la
apropiación sistemática e instrumental de la naturaleza; y sin duda un
instrumento estratégico de control territorial, político y cultural, de
una nueva etapa neocolonial que impone tecnologías que satisfagan la
nueva fase de acumulación en la organización global del capitalismo."
Compartimos con orgullo el documento que el Dr. Andrés Carrasco nos ha dejado como iniciativa para la constitución de la Unión de Científicos comprometidos con la Sociedad (UCCS) de América Latina
y que fue leído ayer en la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional de Rosario en el Homenaje que se le rindió. De esta manera
quedó además instituido el 16 de junio como Día de la Ciencia Digna.
El modelo de agronegocios y el control territorial
La
apropiación por despojo de tierras y territorios debe ser vista en el
marco de un diseño geopolítico extendido a lo largo y ancho de América
Latina y que forma parte de un Proyecto de dominación y control de la producción de alimentos
mediante la diseminación legal e ilegal, de semillas genéticamente
modificadas o transgénicas. Este diseño intenta imponer a los países
productores un modelo común de aprobación, comercialización y propiedad
intelectual de las semillas, modos de producción y tenencia y uso de la
tierra, modificación de las leyes de las naciones latinoamericanas,
africanas y asiáticas, derogando así la soberanía y seguridad
alimentarias de nuestros pueblos. Este modelo ha convertido en mercancía
los alimentos y otros bienes comunes, ocasionando un exterminio
genocida de los pueblos saqueados. La imposición de los modelos
extractivistas impide, además, profundizar las democracias de los
pueblos, fragilizando así sus lazos comunitarios al forzarlos a entregar
sus riquezas a través de la apropiación por despojo del territorio, de
sus actividades productivas y de su cultura.
El modelo extractivista, es una pieza fundamental del modelo neocolonial de apropiación por despojo.
Es imposible entenderlo sino a través de un fuerte protagonismo de una
tecnología amañada y con fundamentos científicos frágiles en concepción.
Este modelo es una construcción política que se pretende imponer desde
algunos gobiernos corruptos asociados a las transnacionales, que se
extiende a gran parte de Latinoamérica como un mecanismo de saqueo de
los bienes comunes y de la identidad cultural. Lo anterior se ha
constituido en una verdadera guerra sostenida con base en tecnologías de
alto impacto y difícil reversión que devastan nuestros territorios
utilizándolos como campos experimentales, concentrando y
transnacionalizando de esta manera la propiedad.
¿Es la ciencia cada vez más autónoma?
En
la coyuntura actual, el debate se ha extendido al rol y el desarrollo
de una ciencia cada vez más dependiente de los poderes hegemónicos,
violando el derecho a una ciencia autónoma para beneficio directo de la
sociedad que la produce.
En
ese contexto los cultivos transgénicos, son vehículos diseñados, no
para alimentar al mundo, sino para la apropiación sistemática e
instrumental de la naturaleza; y sin duda un instrumento estratégico de
control territorial, político y cultural, de una nueva etapa neocolonial
que impone tecnologías que satisfagan la nueva fase de acumulación en
la organización global del capitalismo que necesita la sustitución de
los modos tradicionales de mejoramiento agrícola por métodos
antinaturales.
Los
resultados están a la vista a la hora de analizar la eficacia
resultante de la imposición de este sistema agrícola industrializado y
nefasto que incluye la deforestación y el fracaso en sus promesas sobre
la inocuidad y preservación de las semillas nativas. Como vemos, es el
resultado de una tecnología que nunca debió haber salido del ámbito
experimental. Una verdadera arma de guerra.
Sería
de esperar que ninguna nación democrática y soberana sometiera su
desarrollo intelectual, tecnológico y científico a los intereses de un
sector particular y minoritario, sea este nacional o internacional. Los
pueblos latinoamericanos tienen el derecho irrenunciable a desarrollar
una ciencia transparente, autónoma y que sirva a sus intereses. Para
ello esa ciencia deberá comprometerse con honestidad, teniendo en cuenta
que de no hacerlo así, puede violar su compromiso con la verdad,
para formar parte de la legitimación que todo desarrollo tecnológico
dominante requiere como instrumento de control y colonialismo.
En esto existe desde hace ya largo tiempo, una dimensión de ciencia epistémica que interpela su autonomía absoluta, neutralidad y universalidad, desde donde se
debe encarar la tarea científica como un servicio desde un “lugar
situado” en la sociedad (no el “mercado”), teniendo en cuenta sus
intereses y necesidades.
La fragilidad científica de la biotecnología “moderna”
No
pocos biólogos moleculares y sus primos los biotecnólogos suelen
incurrir, con ímpetu, en gruesos errores conceptuales que hacen que la
ciencia no pase por su mejor momento de la percepción social. La
relación entre la industria y los medios de comunicación colectiva
expresan descripciones periodísticas sobre los avances "humanitarios" de
los organismos genéticamente modificados (OGM). En estos se proponen
los cultivos transgénicos para erradicar del continente africano
“décadas de desesperación económica y social" (National Post Canada). Artículos como éste aparecen dispersos en las secciones científicas de una gran mayoría de medios escritos (New York Times, Time, Toronto Globe, The Guardian, The Economist, Slate, New Scientist, Forbes y cientos de otros). El manantial de las buenas noticias en biotecnología se limita a un número muy limitado y cuestionado de proyectos con OGM: vacunas comestibles, yuca biofortificada, arroz dorado, y una batata resistente a un virus,
como verdaderas ofensivas mediáticas. Las bases científicas de estos
anuncios son débiles o inexistentes y se sustentan invariablemente en
investigaciones preliminares o no publicadas, o que ya han fracasado. Lo
anterior exhibe el fracaso de una prensa científica por cumplir con los
requisitos de un periodismo riguroso y escéptico. La industria de los
OGM se ha aprovechado de esto para proyectar una imagen de sí misma como
ética, innovadora y esencial para un futuro
sostenible, que en realidad no tiene relación alguna con la realidad.
Pero además, muestra que la agroindustria tampoco se somete a la
evaluación formal de los resultados que sustentan sus promesas.
De
igual manera, otras imposturas y excesos más específicos, han ido
erosionando la percepción social de la ciencia como sistema explicativo
del mundo. Veamos:
1)
Los transgénicos, desde sus inicios en el ojo de la tormenta, nos
vuelven a traer esa extraña y cada vez más transparente relación
funcional del pensamiento biológico reduccionista con la ideología que
preside la hegemonía neoliberal en esta etapa. Existe la necesidad de
instalar un relato legitimador desde la ciencia que desmienta sus
efectos negativos en la naturaleza, que sostenga la equivalencia entre
alimentos naturales y los transgénicos, que los defina como nuevas
variedades, y descarte el acecho de sus impactos negativos en la
naturaleza y en los profundos cambios futuros de la estructura
geopolítica cultural de los pueblos. Para cerrar ese relato, los
defensores de los OGM denominan a todos aquellos que defienden el Principio de Precaución del impacto tecnológico, como “ambientalistas anticientíficos”.
En realidad definir sin fundamentos y desde el podio político quien
tiene un pensamiento científico o anticientífico, es un signo de
dogmatismo cerril que paradójicamente interpela la propia seriedad del
juicio de quién lo emite. Decir que el “ambiente interactúa con el gen”
es insuficiente. No se desmarca del determinismo clásico y no incluye
interpelación alguna a la concepción reduccionista en biología. Sigue
siendo una idea mecanicista que ignora el concepto de fluidez del genoma
en el cual los genes pierden su definición ontológica y pasan a ser
parte de una complejidad relacional que desafía toda linealidad
jerárquica para reemplazarla por una red funcional compleja que recién
empezamos a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea del “genoma
fluido”.
2)
Este sector “científico” defiende la manipulación genética de los
organismos asumiendo que los OGM tienen los mismos comportamientos
cuando son liberados en la naturaleza a aquellos observados en el
laboratorio. Las afirmaciones infundadas de que los OGM “son naturales” y que “son nuevas variedades”,
parten de asumir que la técnica experimental empleada es precisa,
segura y predecible, lo que vuelve a ser un grueso error y un
desconocimiento de las teorías básicas y elementales de la biología
moderna. En esa concepción están ausentes el rol del tiempo en la
génesis de la diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que
la sostienen. Hay que reconocer que, en el proceso evolutivo como
mejoramiento de las especies, la reproducción sexual y la recombinación
del material genético son los mecanismos biológicos y ambientales que
regulan la fisiología del genoma, y por ende, los que generan la
diversidad. Por eso empeñarse en insistir que los procedimientos usuales
de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias pueden
equipararse con las técnicas de alteración genética de organismos por
diseño (OGM) planteadas por la industria, es una idea reduccionista
inaceptable. Decir que el mejoramiento realizado por el hombre durante
10.000 años en la agricultura y la modificación por diseño en un
laboratorio son exactamente lo mismo expresa la pretensión de olvidar
que la cultura agrícola humana ha respetado esos mecanismos naturales,
que se basa en la selección de nuevas variedades de poblaciones
originadas por entrecruzamiento al encontrar el fenotipo adecuado. Este
mejoramiento no es consecuencia del simple cambio de la secuencia,
incorporación o perdida de genes, sino la consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo
y que hace a la variedad útil y predecible (por eso es una variedad
nueva). Este ajuste puede involucrar genes asociados a una o varias
características fenotípicas diferentes pero cada vez más acompañados por
muchos “ajuste fluidos” de carácter epigenético y que en su mayoría
desconocemos. De lo anterior se desprende que una nueva variedad
representa una mejora integral del fenotipo para una condición
determinada donde seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste
fisiológico de su “fluidez”. En este marco conceptual un gen o un
conjunto de genes introducidos en un embrión vegetal o animal en un
laboratorio, no respetan, por definición, las condiciones naturales de
los procesos de mejoramiento o la evolución de los organismos; por el
contrario, más bien violan procesos biológicos con procedimientos
rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que mezclan
material genético de las plantas con el de distintas especies (vegetales
y animales).
La
transgénesis altera directa o indirectamente el estado funcional de
todo el genoma como lo demuestra la labilidad de respuesta fenotípica de
un mismo genotipo frente al medio ambiente. En la ignorancia de la
complejidad biológica (hoy hablamos de desarrollo embrionario, evolución y ecología como un sistema inseparable)
se percibe la presencia de un insumo esencial: la dimensión ontológica
del gen. No reconsiderar este concepto clásico del gen como unidad
fundamental del genoma rígido concebido como un “mecano”, una máquina
predecible a partir de la secuencia (clasificación) de los genes y sus
productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el
fracaso y la crisis teórica del pensamiento reduccionista de 200 años,
largamente interpelado por Steven Rose, Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Eva Jablonka, Mae Wan Hoo, y Terje Travick, entre
otros. Lo anterior hace ver también la imposibilidad, en términos
científicos y epistemológicos, de poder considerar a los OGM como
variedades naturales, en tanto que son cuerpos extraños que intervienen
en el mundo natural alterando la evolución biológica de manera
impredecible. Para algunos, la capacidad de poder manipular el genoma se
ha transformado en el deseo de la omnipotencia.
Debería
recordarse que la complejidad no es un capricho de la naturaleza, sino
una configuración integral de ésta y que, en ese sentido, desarmar a la
naturaleza “para su comprensión” es cada vez más insuficiente. Lo
ilógico aquí es pretender hacer desde esta limitación un cierre virtuoso
de una tecnología que nació para comprender limitados procesos a nivel
molecular para poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios
creíbles ni predecibles. El proceso de generación de organismos,
repetimos, es inasible, pero podemos estudiarlo. Alterar un organismo
con un pedazo de ADN propio o ajeno no es fisiológico. Lo único que
detiene a la naturaleza de mayores desastres es no romper con la
posibilidad de mecanismos que aminoren desastres para su reproducción y
permanencia.
3)
Los científicos defensores de los transgénicos atraviesan en esta
etapa, que los expone afuera del laboratorio, con la ansiedad de no
perder protagonismo. La necesidad de legitimar la tecnología se
transforma en una pulsión, anticientífica y dogmática. Más aun, la
afirmación de que el problema no está en la técnica sino en su uso,
es doblemente preocupante porque además de no ver el pensamiento
reduccionista que los preside, oculta la creciente subordinación y
fusión de la ciencia con el poder económico revalidando las bases cientificistas productivistas y tecnocéntricas que emanan del neoliberalismo en su versión actual. La legitimación recurre a la simplista idea de que la tecnología por ser neutra y universal representa siempre progreso. Y que si algo falla es debido a la intromisión de un impredecible Dr. No
que la va usar mal y que cualquier posible daño derivado de ésta será
remediado en el futuro por otra “tecnología mejor” o por el ingenuo
argumento de la regulación del Estado, aunque sepamos que éste es socio
promotor de los intereses que controlan el “desarrollo científico” en
nuestros países. Prefieren desconocer que estas tecnologías son
productos sociales no inocentes, diseñadas para ser funcionales a
cosmovisiones hegemónicas que le son demandadas por el sistema
capitalista. Decir que los problemas “no tienen que ver con la tecnología transgénica” y que los que se oponen “están minando las bases de la ciencia”
es parte de la predica, “divulgación” y diatriba contra cualquiera que
sostenga lo contrario. No hay nada más anticientífico que recortar o
ignorar la historia de la evidencia científica, y asignarse a sí mismos
la función de ser la pata legitimadora que provee la “ciencia” actual a
la apropiación por despojo de la acumulación precapitalista que sufren
nuestros pueblos en estos tiempos. El círculo se cierra al ocultar el
condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades
públicas y el sistema científico por las fuerzas económicas y políticas
que operan en la sociedad. Logran así el mérito de ser la parte dominada
de la hegemonía dominante. Quienes así piensan y actúan nos quieren
hacer creer que todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia, al
suplantarla por una “ciencia” limitada y sin reflexión crítica. De esta
manera se abstraen de las relaciones de fuerza en el seno de la
sociedad, poniendo ésta al servicio del poder dominante. Mientras tanto,
en el colmo de su omnipotencia auguran catástrofes de todo tipo si la
sociedad no asume con reverencia que este es el único camino posible para alcanzar el “progreso”.
El planeta es para ellos infinito y los ecologistas unos retrógrados.
Mientras tanto éstos disfrutan del momento actual, aceptando
“participar” del diseño del mundo y de la sociedad futura. Son parte del
poder. ¿Qué se les puede pedir? ¿Honestidad en sus dichos? Son los
expertos que burocráticamente diseñan, consciente o inconscientemente,
el mal y banalizan la ciencia.
4)
El alarde desmedido que muestra la actual falla epistemológica del
pensamiento científico crítico en el marco del análisis de las teorías
actuales, así como el “avance tecnológico”, incursionan en la naturaleza
aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad de
los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo,
desde el sector privado y acompañados por el entusiasmo de importante
investigadores, la transformación de la naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serían sustitutas de procesos industriales.
Una verdadera naturaleza artificial adecuada y necesaria para los
grandes negocios. Hay en todos estos discursos mucha ambición, soberbia,
una pobre comprensión de la complejidad biológica y, por supuesto, poca
ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que
los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las
empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas
científicas o bloqueen las publicaciones y voces que interpelan el
sentido de la ciencia neoliberal-productivista. La ciencia, su sentido
del para qué, para quién y hacia dónde, están en crisis y nosotros en la
patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir
soberanamente.
La obediencia epistémica en la ciencia en la colonialidad extractivista.
En
el origen, el problema estuvo en el cientificismo positivista como
parte del modelo colonial europeo. Ni aquel, ni la actual tecnociencia
productivista del neoliberalismo, son alternativas válidas para los
pueblos proveedores de recursos. Ahí aparece claramente el desafío de
lograr poner al conocimiento científico al servicio de la armonía
necesaria entre las necesidades -no hablamos de demandas producidas por
el consumo indiscriminado- de la sociedad y la naturaleza, que encause
la curiosidad y la búsqueda que dinamiza la ciencia, hacia una verdadera
función social.
El
sometimiento científico se agrava cuando el fundamento científico que
impulsan las empresas fabricantes y comercializadoras de organismos
genéticamente modificados (OGM) es una ciencia anacrónica y con un
valor de verdad cada vez más cuestionable y cuestionado entre y desde
amplios sectores de la propia comunidad científica. Esta mirada
anacrónica, todavía hegemónica, ha encontrado en el reduccionismo
biológico y el absolutismo genocéntrico de los científicos, su principal
sostén. Estos comienzan con la concepción de los mecanismos de herencia
imperantes desde fines del siglo XIX, impuestos por la genética
mendeliana, que promovieron -junto al neodarwinismo- en un gran relato,
la llamada “síntesis moderna” (y que redujo la teoría de la evolución a
la selección natural al buscar sus bases en la genética de Mendel). Esta
síntesis, hija de la eugenesia galtoniana y de las escuelas de higiene
racial anteriores a la 2da Guerra Mundial, tuvo su clímax y sentido
epistémico cuando dio lugar al desarrollo de la biología molecular que
comenzó con la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos en 1953
por James Watson y Francis Crick y su interpretación plasmada en el
concepto mecanicista del “Dogma Central de la Biología Molecular”
postulado en 1970 por Francis Crick.
Esta
mirada puso al gen en el centro del flujo de la información,
condicionando a la biología evolutiva y del desarrollo de los organismos
e ignorando la compleja interacción existente de la filogenia y
ontogenia con el medio ambiente. Esta es la visión que dominó la escena,
no inocentemente, y que desde hace años ha venido siendo interpelada
cada vez con mayor fuerza. En verdad esta visión es parte de una
concepción en línea con el marco positivista de origen europeo.
La
complejidad es ignorada en la explicación biológica actual, refleja la
tendencia a la clasificación, al aislamiento, y a la manipulación de los
genes concebidos como unidades ontológicas. Esto no solo es una teoría
biológica general errónea, sino que afecta a la comprensión de la
naturaleza y se convierten en un instrumento. Un instrumento alineado
con la necesidad, cada vez más imperiosa, de controlar y manipular la
naturaleza habilitando específicas aplicaciones en la tecnología que
salen de los procesos fisiológicos ontogénicos y filogénicos. En efecto,
la falla de la teoría general no es una equivocación, sino que se
produce en una relación compleja con los intereses industriales
concentrados y hegemónicos que han encontrado en esa falla una
oportunidad de negocios para fortalecer el error por necesidad y
sometiendo a la propia ciencia. Si el reduccionismo es un instrumento de
una mirada civilizatoria -una manera de mirar la naturaleza no
armoniosa y apropiante-, la fijación de esa mirada y su deriva
tecnológica estalla cuando ella abandona los laboratorios y se convierte
en un instrumento de los intereses propios de los procesos industriales
concentrados.
Es
durante esta última etapa donde los movimientos tectónicos en el plano
teórico-experimental interpelan al reduccionismo y comienzan a
incorporar conceptos como complejidad, incertidumbre, plasticidad y
especialmente considerar al organismo indivisible. Una historia en un medio ambiente dado.
Así confronta con el determinismo eugenésico que inauguró esta saga en
la segunda década del siglo XIX. Lo anterior produjo un acelerado
conjunto de conocimientos que abrieron mundos complejos, poco
comprendidos, conceptos de herencia no mendeliana y de la biología
evolutiva que evocan mecanismos lamarckianos, la fluidez
del genoma y el entrelazamiento de nuevos e impredecibles mecanismos
regulatorios cuyas combinatorias determinan los fenotipos, entre otros,
que sorpresivamente hicieron caer el mundo estructurado alrededor de la
prevalencia ontológica del gen. Lejos de retirarse, el pensamiento
reduccionista actual pretende descargar en los mecanismos moleculares de
células, tejidos, sistemas y organismos para manipularlos y convertir
el mundo de lo vivo en una fábrica de productos comerciales.
No
sabemos si esta ciencia podrá, algún día, aun con su limitación
epistemológica, desarmar las partes de los organismos vivos y comprender
el todo complejo que ellos representan. Pero más allá de esta cuestión
es necesario notar que la discusión entre los enfoques biológicos
“clásicos” y alternativos, reduccionistas y no reduccionistas, no son
ingenuos. Éstos imponen la necesidad de abrir la discusión sobre lo que
sabemos y no sabemos antes de desparramar OGM en el planeta. La
discusión sobre las bases de la incertidumbre, predictibilidad de los
fenómenos biológicos, es tan importante que los científicos deberían ser
guardianes de aquella sobre todo al momento de aplicar estos
conocimientos en “procesos industriales de escala” ya que habilita la manipulación de la complejidad natural encerrada en el núcleo de una célula o en un organismo. Por eso la manipulación genética es solo una tecnología
y afirmamos que hoy no tiene una base científica sólida por lo que
constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad
biológica y por lo tanto para el proceso evolutivo cuando ésta se aplica
en la naturaleza.
Por
lo tanto, si somos honestos debemos admitir que estamos obligados a
revisar los encuadres científicos tenidos por ciertos en el mundo del
agronegocio. Es indudable hoy que el mecanismo de transmisión de
caracteres hereditarios no puede ceñirse a la concepción de un flujo
simple y unidireccional de información que va de los ácidos nucleicos a
las proteínas; tampoco puede ser considerado como mecanismo universal y
único. Es por lo tanto insostenible, ya que existen complejidades en la
transmisión de la información y mecanismos de herencia no-genética que
interpelan la predictibilidad y seguridad biológica que tanto pregona la
tecnología transgénica.
En
verdad los genes concebidos como unidades únicas y fundamentales de
trasmisión de herencia han servido, en manos de fuerzas obscurantistas y
retardatarias y en manos de comunidades científicas al servicio del status quo,
para la elaboración de teorías y planteamientos pseudocientíficos que
tienen sin duda un claro carácter racista, sexista y clasista. Esta
misma concepción reduccionista del funcionamiento biológico, hoy en día
es usada como parte del cuerpo teórico de los intereses de las grandes
compañías transnacionales fabricantes de OGM que sostienen que es inocuo
y predecible el comportamiento de la planta transgénica al insertársele
genes de otros organismos para inducir una característica fenotípica,
como por ejemplo la resistencia a un herbicida, o la producción de un
insecticida, sin consecuencias indeseables.
Esto
supone que los organismos y los ecosistemas estuvieran separados y no
como en la realidad sucede, profundamente interpenetrados en
espacio-tiempo evolutivo. Por ejemplo, la “invención del maíz” por los
pueblos originarios a partir de la domesticación del teocintle
necesitó el tiempo que exigió la propia incertidumbre evolutiva de la
naturaleza. Ese es el tiempo que precisamente ha sido violado por la
tecnología transgénica, creando nuevas pero falsas variedades de las especies que introducidas en el medio natural configuran cuerpos extraños. Los
OGM controlan la evolución de las especies comprimiendo el tiempo
evolutivo con la manipulación de laboratorio a imagen de las necesidades
de las grandes empresas creando nuevas especies. Lejos, muy lejos,
supera la omnipotencia de Jurassic Park.
La
transgénesis es un legítimo procedimiento experimental que nunca debió
salir del laboratorio para ser introducido en el medio natural. Afirmar
que el comportamiento de los OGM puede ser predecible en el medio
natural es ocultar el conocimiento biológico que alerta sobre la
complejidad del comportamiento de los sistemas. No se ha considerado que
la inserción de transgenes en organismos como el maíz, el trigo o
el arroz puede disparar una dinámica incontrolable de dispersión de
éstos en poblaciones silvestres, algo no deseable para ninguna especie
por los efectos impredecibles que pueden tardar muchas generaciones en
manifestarse, debido a la existencia de genes silenciados y regulaciones
biológicas aún desconocidas. Cuando se desestabiliza una especie
siempre hay repercusiones sobre las otras especies, tanto vegetales como
animales, debido a los vasos comunicantes existentes en los
ecosistemas.
Además,
la posibilidad y el ritmo de la contaminación resultante de su
implantación en la naturaleza aumenta con los años, décadas y aún siglos
y puede llegar a crear una naturaleza diseñada en laboratorios que nada
tiene que ver con el alimento que los pueblos necesitan. Todas con
efectos irreversibles.
Los agrovenenos no se están yendo como prometieron las empresas.
El
análisis de las evidencias experimentales dan cuenta de las
consecuencias de la contaminación genética entre los OGM y sus
variedades naturales (entre el 50 y 70% en Oaxaca, México), del efecto
de los OGM sobre otras especies, cambios en los ecosistemas y el riesgo
evolutivo por el impacto sobre la diversidad de especies usadas,
muestran la perversión de un modelo que apela a todos los mecanismos
para forzar al agricultor a abandonar sus prácticas tradicionales y
ponerlo en indefensión y violación de sus derechos, en un acto de
violencia intencional inmoral e inaceptable. Además, la evidencia del
alto contenido de residuos acumulados de plaguicidas usados en el
cultivo (como el glifosato), son de consecuencias impredecibles respecto
de trastornos endocrinos, abortos, malformaciones y cáncer con
evidencias crecientes y abundantes en la bibliografía científica
independiente disponible.
Ante la demostración, cada vez más inquietante del impacto ambiental sobre el suelo, la flora y la fauna de los agroquímicos
ligados indisolublemente al paquete tecnológico transgénico, se agregan
los efectos indeseados sobre la salud de la población, a la creciente
evidencia que desafía fuertemente el concepto de la equivalencia de los
alimentos OGM (“equivalencia substancial”) y más recientemente, la
creciente percepción de las limitaciones del propio procedimiento
tecnológico. Como si fuera poco, ahora se asoma una sombra aún más
ominosa, a saber, el potencial agravamiento de la situación en los
países productores de maíz, con la llegada al mercado de las nuevas
semillas, donde se «apilan» modificaciones genéticas que suman nuevos
tipos de herbicidas para compensar el progresivo fracaso de los
transgénicos resistentes al glifosato, por la aparición de tolerancias
en plantas adventicias y el descenso del rendimiento por agotamiento de
los suelos, entre otros; además de aumentar los riesgos por el
crecimiento exponencial del uso de agroquímicos sintéticos necesarios
para lograr la “efectividad” de esta tecnología.
Lo rudimentario de sus procedimientos ya señalados, la baja seguridad y estabilidad
biológica de los transgénicos, la imposibilidad de controlar la
transmisión horizontal espontánea de genes que se observan con las
variedades originarias previstas por las empresas o planificadas como
forma de penetración de los OGM, demuestran que el pregonado “progreso”
voceado por la biotecnología que soporta el modelo de producción de
alimentos a escala industrial, no es más que una falacia. Otra falacia
habitual que usa es el slogan “con esta tecnología vamos a solucionar el
hambre mundo”. Las Naciones Unidas calcularon que invirtiendo US$ 50
millardos por año hasta el 2015 se podrían alimentar y aliviar las zonas
más calientes del planeta. En el salvataje de los bancos durante la
crisis europea se gastaron 100 veces más. Sin palabras.
Estas
tensiones modelan un mercado internacional cuyos rumbos futuros son
inciertos, pero al mismo tiempo reclaman, ante el peligro de esta
embestida neocolonial, un urgente y postergado debate sobre la autonomía
en los países periféricos ante la prepotencia de las corporaciones y
sus gobiernos en América Latina.
Conclusiones
· Es
la primera vez en la historia de la humanidad que el ser humano tiene
la capacidad, a través de la tecnología, de modificar genéticamente
especies, destinadas a la alimentación o producción industrial con
métodos rápidos, pero rudimentarios, peligrosos y con un alto grado de
incertidumbre. Por el contrario, la milenaria “milpa” mesoamericana o
“chacra” del altiplano, constituyen modelos productivos que suponen un
saber “científico campesino” de alta complejidad construido en armonía
con la biología natural y que permitió el mejoramiento vegetal agrícola
respetando los tiempos necesarios para la domesticación e incremento de
la agrobiodiversidad (de 120 especies con 7000 variantes) desde hace
8000 años y que permitió -y todavía puede seguir haciéndolo-, alimentar a
la humanidad, si no primara el objetivo de lucro y poder a través de la
apropiación de la producción de alimentos.
· Por
eso queremos dejar en claro que, a la evidencia científica que denuncia
los daños y riesgos al ambiente, la salud y la biodiversidad, derivados
del modelo productivo con semillas transgénicas en marcha en
Latinoamérica, se suman también el ataque a la integridad de la dignidad
y al patrimonio cultural de los pueblos indígenas y campesinos. Estamos
convencidos que los conocimientos provistos por la biología desde hace
décadas ponen en evidencia que la complejidad de la regulación de los
genes en los organismos hace imposible la legitimidad y previsibilidad
de los procedimientos transgénicos. Es una tecnología que ya no
forma parte del estado del arte de la ciencia actual, porque está basada
en supuestos falaces y anacrónicos que reducen y simplifican la lógica
científica que los defiende, al punto de no ser ya válida. Los OGM han
quedado al margen de la ciencia más rigurosa. Al mismo tiempo, es la
razón por la cual los OGM incluyen la necesidad de destruir las matrices
complejas, como la de los pueblos originarios. Un verdadero plan de
exterminio de saberes, culturas y pueblos. La tecnología transgénica es
el instrumento de la decisión geopolítica para la dominación colonial de
estos tiempos.
· Por
lo antedicho la activación del principio precautorio ambiental,
biológico y alimentario y la no aceptación de la equivalencia
substancial, debe ser inmediata. Pero más aún, debido a la
debilidad y la falacia de los argumentos de sus defensores, es urgente
la prohibición absoluta de todo OGM en el territorio Latinoamericano.
· En
este contexto existe la necesidad urgente de establecer una red de
científicos, con concepciones más respetuosas de la complejidad y con
capacidad de interpelar a las empresas y las comunidades científicas que
sostienen y promueven los OGM, denunciando las limitaciones de la
tecnociencia biotecnológica, discutiendo, refutando y develando las
falacias simplificadoras y reduccionistas que pretenden formar un corpus
“teórico y científico” de la tecnología de manipulación genética, con
el fin inconfeso de reemplazar la naturaleza a medida de las grandes
corporaciones y gobiernos y blindar los procesos de apropiación por
despojo del territorio y su gente a cualquier precio, incluso la muerte
por exterminio.
http://www.alainet.org/active/74671&lang=es
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