Irónicamente, Monsanto, comprado por Bayer en 2018, es hoy una de las tantas corporaciones de pesticidas que buscan activamente tener el control del mercado global de biopesticidas. Hace dos décadas, las empresas activas en el sector eran solo un puñado, pero en la actualidad suman alrededor de 1 200.
Hasta fines de los años 90, Monsanto fue principalmente una empresa dedicada a producir y vender pesticidas químicos. Estos eliminan plagas en forma rápida y de manera indiscriminada, lo ideal para grandes extensiones de monocultivos donde se hacen aplicaciones frecuentes. Pero resultan devastadores para la biodiversidad y la salud humana. Monsanto nunca se interesó en los pesticidas no químicos como aquellos elaborados a base del microorganismo Bacillus thuringiensis (Bt).
Los así llamados biopesticidas, son de acción más lenta y apropiados para un tipo de producción a menor escala, donde los cultivos son monitoreados cuidadosamente y se aplica algún producto solamente cuando es necesario. Aunque son menos peligrosos, los biopesticidas generan menos ganancias para las corporaciones, ya que generalmente quedan fuera del control de las patentes industriales.
El interés de Monsanto en el Bt apareció con el inicio de la ingeniería genética. La compañía se dio cuenta que podía insertar en las plantas los genes del Bt, permitiéndoles producir la toxina en forma ininterrumpida y en toda la planta. Esto podía en efecto convertir al biopesticida en algo más parecido a un pesticida químico – muy apropiado para el monocultivo industrial. Y, más aún, Monsanto podía patentar este Bt desarrollado con ingeniería genética e integrarlo a su estrategia general de dominar la industria de las semillas.
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