domingo, 29 de abril de 2018

Alerta Agropecuaría

“Mis abuelos y mis padres nos heredaron tanto las semillas como el gusto por apreciar el sabor de una tortilla –un día con maíz negro; otro con amarillo; luego con rojo y después con blanco–, un tamal, un atole, unos esquites… Pero también las habas, las calabazas, los chilacayotes, los frijoles y los quelites. Todas estas semillas siempre han estado presentes en nuestra vida, llevan con nosotros mínimo 100 años”, nos contagia con su orgullo Baltazar Yepes de la comunidad del Garbanzo, municipio de Irapuato, Gto., Esas nueve semillas han acompañado el transitar de tres generaciones de la familia Yepes: “Mis padres y mis abuelos fueron campesinos, siempre sembraron y nos heredaron ese gusto por saborear algo distinto, por cuidar nuestras semillas para que no se perdieran”, explica mi amigo Baltazar. Nos las muestra y añade: “Hay gente que tiene el paladar muy bueno y detecta la diferencia de la tortilla negra con la roja y la blanca. 

Queremos salvaguardar al maíz nativo, recurso estratégico para la seguridad y la soberanía alimentaria de México, libre de transgénicos y sin sujeciones de la oligarquía neoliberal que gobierna nuestras vidas, pero cómo lograrlo, si no hemos volteado a ver las verdaderas prácticas, relaciones y significaciones que sostienen frágilmente la resistencia de la Gran Cultura de Maíz; nos referimos a las que re-producen las mujeres rurales e indígenas en el campo, en las ciudades y más allá de las fronteras.
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