por Alejandro Espinosa y Antonio Turrent/La Jornada
Martes, 12 de Febrero de 2013 00:35
Mientras más rápido avanzara la contaminación de las razas nativas
de maíz, más rápido ocurriría el despojo. La contaminación de los maíces
nativos de México le conviene a la industria de los transgénicos
Fuente: La Jornada
México es el centro
de origen del maíz y, a la vez, mayordomo de la mayor riqueza en
diversidad genética del maíz y de sus parientes silvestres en el mundo.
En los bancos de germoplasma mundiales se resguarda a temperaturas de
–18°C o inferiores, un billón de semillas de maíz genéticamente
diferentes entre sí, que apenas son una pequeña fracción de la
biodiversidad del maíz en el mundo.
En
comparación, los campesinos mexicanos siembran anualmente unos cien
millardos de semillas genéticamente diferentes de 59 razas nativas. La
cosecha es de unos 20 billones de granos de maíz nativo, que fueron
expuestos a tensiones ambientales durante su cultivo. De aquellos, las
mujeres campesinas seleccionan cien millardos como semilla para la
siembra y el resto es consumido como alimento.
Se maneja cada año 20
veces la biodiversidad que hay en los bancos de semilla del mundo,
sobre la que se ejerce gran presión de selección (una semilla de cada
100) para favorecer aquellas que por sus rasgos morfológicos representan
el ideal para su consumo pluricultural. Los productores intercambian su
semilla dentro de la comunidad, habiendo también productores que venden
semilla local o regionalmente.
Todo esto conforma un megaexperimento de
mejoramiento genético autóctonosin paralelo en el mundo, dinámico, y realizado por el habitante de Mesoamérica sin pausa desde hace más de 6 mil años, que diversificó y sigue diversificando al maíz.
Durante los últimos 100 años, el
mejoramiento genético mendelianoha extraído del reservorio genético mundial del maíz todos los caracteres que definen a todos los híbridos no transgénicos bajo cultivo en el mundo y también de los transgénicos, excepto por sus contados caracteres noveles insertos. La ciencia como tal no ha creado esos caracteres; son los 62 grupos étnicos de México y sus ancestros, los creadores legítimos del maíz, de su biodiversidad funcional, y sus mayordomos en México. La mitad de la semilla de maíz sembrada en México corresponde a sus más de 59 razas nativas. Entre 25 y 30 por ciento corresponde a híbridos modernos vendidos por un puñado de empresas multinacionales y por más de 70 medianas y pequeñas empresas de semilla de capital nacional. El resto de la semilla corresponde a materiales
acriolladosproducto de la interacción genética entre los maíces mejorados y las razas nativas.
Entre el entramado
legal que rige a la propiedad intelectual en México destaca la Ley
Federal de Variedades Vegetales (LFVV), promulgada en 1996, compatible
con el Acta de la Unión Internacional para la Protección de las
Obtenciones Vegetales (UPOV) de 1978. Este acta protege los derechos del
obtentor, destacando el Privilegio del Campesino y el derecho del
Fitomejorador. En cambio, las leyes homólogas de los países
industrializados son compatibles con el acta posterior de UPOV de 1991,
que valida patentar a los seres vivos, por lo que la industria de los
cultivos transgénicos los patenta, adquiriendo el derecho legal al cobro
de regalías. Quienes las pagan en estos países son a) los productores
que voluntariamente establecen contratos con la industria para el uso de
su tecnología, y b) los productores de granos o de semillas, bajo
mandato judicial, cuando la variedad que siembran o comercializan haya
sido voluntaria o involuntariamente contaminada con los transgenes
patentados, y sujetos a juicio.
México y otros países
que son centros de origen y/o de diversificación de especies cultivadas
experimentan presiones exógenas para adoptar el acta UPOV 1991. Como
efecto de ese cabildeo, el Senado mexicano aprobó en 2012 la
modificación de la LFVV para, entre otras disposiciones, permitir
patentar a los seres vivos y, con esto, el cambio de posición de México,
ahora al acta UPOV 1991. Afortunadamente, la modificación fue
suspendida por la 61 Legislatura de la Cámara de Diputados.
La aprobación
eventual de la modificación a la LFVV, así como el permiso para la
siembra de maíz transgénico a escala comercial en el norte del país,
tendrían profundas implicaciones en el cultivo de maíz en México, que no
serían para el bien de la nación. En el plazo corto, desaparecerían las
medianas y pequeñas empresas productoras y comercializadoras de maíces
mejorados no transgénicos –en su inmensa mayoría híbridos y variedades
públicas– en esa región.
La razón es que será
imposible impedir la contaminación no deseada de sus líneas parentales,
al convivir en el campo con las siembras comerciales de maíz
transgénico. Ante la ley, su semilla sería considerada
pirata. El pago de regalías a la industria las haría quebrar. Desaparecería el maíz mejorado no transgénico de esa región de México, porque el puñado de empresas multinacionales de semilla es el mismo que busca introducir el maíz transgénico. La contaminación transgénica consumaría el monopolio de la industria en el mercado de semilla, sin ganancia alguna para la seguridad alimentaria nacional.
A largo plazo, el
reservorio genético de maíz nativo mexicano sería afectado de dos
maneras por lo menos: 1) por la acumulación progresiva e irreversible de
ADN transgénico en las razas nativas, cuyo estudio ha sido propuesto
desde 2009, sin conseguirse financiamiento público: tal contaminación
podría reducir la biodiversidad genética del maíz nativo y de sus
parientes silvestres, y 2) cualquier semilla contaminada, nativa o no,
sería considerada semilla pirata. Esto equivaldría a despojar, mediante
la ley, a los 62 grupos étnicos de México de su mayordomía del principal
reservorio genético de maíz del mundo. Mientras más rápido avanzara la
contaminación de las razas nativas de maíz, más rápido ocurriría el
despojo. La contaminación de los maíces nativos de México le conviene a
la industria de los transgénicos, porque favorecería su capitalización y
la consolidación irreversible de su monopolio.
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