Agricultores, empresarios y científicos coinciden en que el
debate debe ampliarse a repercusiones sociales, políticas y económicas.
“El sueño de todo agricultor es tener el control sobre la maleza”.
Esta frase se repite persistentemente entre los granjeros que se dieron
cita del 2 al 6 de febrero pasado en el Coopavel Rural Show, realizado
en el municipio de Cascavel, en el estado brasileño de Paraná. Esta
exposición anual tiene como objetivo la difusión de tecnologías
destinadas a aumentar la productividad de los cultivos.
Brasil,
segundo país —después de Estados Unidos— en sembrar cultivos
genéticamente modificados (GM), popularmente conocidos como
transgénicos, ya cuenta con más de 36,6 millones de hectáreas sembradas
de soya, maíz y algodón de este tipo.
Adriana Brondani, directora
del Consejo Brasileño de Biotecnología, es una convencida de que los
transgénicos contribuirán frente al aumento en la demanda de los
alimentos que el mundo necesitará en unos 20 años. Por lo pronto, los
agricultores brasileños que han dejado sus semillas convencionales para
volcarse a las transgénicas repiten que gozan de plantas con resistencia
a insectos, virus, plagas y herbicidas, “lo que garantiza la reducción
de los costos de producción con un mayor rendimiento”.
Según
Brondani, “con esta tecnología se ha logrado contribuir ampliamente al
medio ambiente gracias a la reducción del uso de agroquímicos, biodiésel
y micotoxinas. Igualmente hay disminución en las emisiones de gas
carbónico y en la erosión del suelo”. Además de estas características,
los asociados a Cocamar o Coodect —las cooperativas de agricultores más
importantes de Paraná— alardean de tener un mayor rendimiento en sus
cultivos desde que se pasaron a las semillas genéticamente modificadas.
Dicen que han logrado soya de cuatro granos en Brasil, que se
equipararía al trébol de cuatro hojas en Colombia.
Tras este tipo
de cultivos hay un largo debate, al que cada vez se van sumando nuevos
ingredientes. La crítica más repetitiva ha sido su impacto en la salud
humana y animal. Entre los estudios más conocidos al respecto está el de
Arpad Pusztai, del Instituto Rowett de Aberdeen (Escocia), quien
publicó en 1998 los resultados de un experimento en el que utilizó seis
ratas que fueron alimentadas durante 10 días con papas genéticamente
modificadas. Según los investigadores, después de este período los
animales mostraban crecimiento retardado y un sistema inmune debilitado.
El
estudio fue refutado por un ala de la comunidad científica. “Se tuvo
que revelar la evaluación secreta que hacen los pares académicos a los
artículos que publica una revista científica. Encontraron que los
expertos habían hallado errores y, no obstante, el editor lo publicó
así”, explica Orlando Acosta, profesor de la Faculta de Medicina y el
Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional.
También
está la investigación de Gilles-Eric Seralini, quien pretendía demostrar
que las ratas que comieron maíz transgénico por un período superior a
tres meses desarrollaron tumores. Tras su publicación, sucedió lo mismo.
“Lo criticaron porque, entre otros aspectos, las ratas que utilizó eran
roedores propensos (entre un 13 y un 61%) a los tumo
res”, dice Acosta.
A
pesar de esto, el director de la ONG Grupo Semillas, Germán Alonso
Vélez, insiste en que los informes adversos a los transgénicos han sido
“deslegitimados por las multinacionales (…) pero sí pueden causar graves
problemas a la salud”. Sin embargo reconoce que no hay un estudio serio
que demuestre esta postura, y más cuando el tema de etiquetado es tan
complejo. En Colombia, por ejemplo, sólo se exige etiquetar los
productos genéticamente modificados cuando varían en más del 1% de su
composición nutricional. (Lea: ¿De qué sirve etiquetar los alimentos transgénicos?)
María
Andrea Uscátegui, directora ejecutiva de la Asociación de Biotecnología
Vegetal Agrícola (Agro-Bio), reprocha que “si sometieran a los
productos convencionales a las rigurosas evaluaciones de los GM y a sus
protocolos de bioseguridad, muchos de ellos no estarían en el mercado
(…) También se critica a esa clase de semillas por la desinformación”. A
estas afirmaciones se suma el profesor Orlando Acosta, quien señala que
desestimar los transgénicos por asuntos científicos “es perder el
tiempo”. El debate, dice, debería ser más político, social y económico.
Según
datos de Agro-Bio, los colombianos ya son grandes consumidores de
productos transgénicos. El país importa el 70% del maíz que consume,
principalmente de EE.UU., Brasil y Argentina, grandes productores
mundiales de este cultivo, y “ni qué decir de la soya”, comenta
Uscátegui. Actualmente hay en Colombia importantes cultivos de maíz
transgénico (75.000 hectáreas), algodón (28.000 hectáreas) y claveles y
rosas azules (12.000 hectáreas). Y la soya está aprobada en dos
regiones: el Valle del Cauca y los Llanos Orientales. (Lea: En alza adopción de productos genéticamente modificados en el país)
“Si
hay riesgos, son los mismos que los de los productos convencionales”,
dice el profesor Acosta, y agrega que el asunto de los GM exige una
mirada integral. “El hombre está modificando desde hace mucho tiempo la
estructura genética de los organismo vivos, especialmente de plantas y
animales, para obtener alimento. Con la ciencia progresó la técnica y se
convirtió en biotecnología”. (Lea: El dilema de los cultivos transgénicos)
Lo
crucial, entonces, coinciden el profesor Acosta y el director del Grupo
Semillas, Germán Alonso Vélez, es analizar el impacto socioeconómico
que traería a las comunidades colombianas la adopción en gran escala de
estas semillas y “esperar a que el Gobierno elija la política agraria
que más convenga”. Vélez recuerda que con la tecnología es evidente la
disminución de la mano de obra. “En Brasil vemos un mar de soya sin
gente. En EE.UU., sólo con el tractor se desplazó a cientos de
campesinos y con la tecnología a muchos más”. Y en Europa, señala
Acosta, “no se ha podido comprobar científicamente que los transgénicos
generen un daño en la salud, pero se rumora que su no aprobación se
sustenta en que: ‘si nosotros dependemos de esas semillas como las de
Monsanto, el día que tengamos un problema y ellos decidan no enviarnos
las semillas, se nos vuelve un problema alimentario’”.
Otro de los
recelos en cuanto a la adopción de estas semillas es cuando comprometen
la productividad. Un grupo de productores de maíz blanco del Espinal,
Girardot y Guamo (Tolima) ha señalado que sus cultivos se están viendo
afectados por una semilla transgénica, según ellos, “de mala calidad, de
la empresa Pioneer”. (Vea: Maiceros denuncian afectaciones por uso de semillas transgénicas)
El
ingeniero agrónomo Pedro Rojas y otros 150 agricultores aseguran que
las semillas habrían generado “un mal llenado de la mazorca de hasta el
80%, ocasionando una drástica reducción de la producción final”. Dicen
que esta situación se traduce en pérdidas de al menos $2,5 millones por
hectárea. Al ser consultado sobre esta situación, el Instituto
Colombiano Agropecuario (ICA) señaló que ya está al tanto de la
situación y que se están haciendo las investigaciones correspondientes.
(Lea: Dictadura alimentaria y una arepa de transgénicos)
kmoreno@elespectador.com
*La periodista viajó por invitación de Agro-Bio
De:
http://www.elespectador.com/noticias/salud/transgenicos-no-solo-un-asunto-de-salud-articulo-476153
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