Los transgénicos cumplen dos décadas, pero
recién ahora será obligatorio en Montevideo etiquetar todos los
alimentos modificados genéticamente. El decreto entrará en vigencia a
fines de año y todos se preparan.
Todo empezó con un tomate. Fue hace 20 años, en 1994,
cuando entró al mercado comercial estadounidense el primer alimento
modificado genéticamente. Era un tomate al que le llamaron Flavr Savr,
creado por Calgene, una empresa de biotecnología. El aspecto era
perfecto y el secreto estaba en que se retardaba la maduración.
Era perfecto por fuera, pero no por dentro. Resulta que
la piel era blanda, el sabor extraño y la composición a veces cambiaba.
Dicen que era casi como un corcho, peor incluso que esos tomate larga
vida que comemos en invierno. Fue un rotundo fracaso comercial y el
tomate fue retirado del mercado en 1996.
La historia la cuenta el doctor en Biología Molecular y
Celular Claudio Martínez, experto uruguayo en el tema. "El tomate era
feo, el público no lo aceptó", dice Martínez, en un pasillo en el tercer
piso de la Facultad de Ciencias en Malvín Norte. En ese tercer piso
está LaTraMA, el Laboratorio de Trazabilidad Molecular Alimentaria,
donde él es profesor adjunto. Allí se dedican a extraer el ADN remanente
en los alimentos y estudiar su origen. Y ahora se preparan para hacer
pruebas de diferentes alimentos que tienen componentes transgénicos, en
coordinación con la Intendencia de Montevideo. Porque en diciembre de
2013 la Junta Departamental aprobó un decreto que obliga a las empresas a
etiquetar los alimentos transgénicos. Ese decreto entrará en vigencia,
como mucho, en enero de 2015.
¿Y qué es un transgénico? Un organismo que ha recibido
segmentos de ADN, llamados genes, de otra especie, con el objetivo de
que tengan ciertas características deseadas. Eso se hace con técnicas de
ingeniería genética. Y lo hacen solo algunas pocas multinacionales. En
Uruguay los únicos transgénicos autorizados para consumo son soja y
maíz. Toda la soja que se cultiva (un millón y medio de hectáreas) es
transgénica y el 90% de las 150.000 hectáreas de maíz también.
Ambas tienen genes introducidos de bacterias, que le
dan ciertas características. La llamada soja RR es resistente a
pesticidas, específicamente al glisfosato. Así, se aplica el herbicida
en la tierra para matar las malezas, se tiran las semillas de soja y
crecen. Desde la última zafra también hay soja resistente a insectos.
El maíz transgénico, en tanto, está diseñado para
producir un insecticida: viene con una proteína -la toxina Bt- que
afecta a los insectos.
¿Funciona? Sí, pero con limitaciones, dice el
profesor Martínez. Porque la naturaleza genera resistencias a los
químicos, lo que a su vez hace bajar los rendimientos. "Si en teoría
había que aplicar un herbicida para matar todo y que crezca solo la
soja, ahora hay que aplicar otros herbicidas más para matar al resto,
con lo cual cae esa idea que plantean los productores de que se iban a
usar menos pesticidas con los transgénicos", dice el doctor en Biología
Molecular . Y luego relata que la gráfica de importación de glisfosato
ha crecido en el país "de manera dramática" en la última década.
Hoy la soja es la gallina de los huevos de oro en
Uruguay: ya se exporta más que la carne. En 2013, por ejemplo, se
exportaron 1.875 millones de dólares de soja contra 1.298 de carne
congelada y fresca, según el instituto Uruguay XXI.
El país está décimo en el ranking mundial de cultivos
transgénicos, según el Servicio Internacional para la Adquisición de
Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA, por su sigla en inglés). "Pero
estamos primeros en la relación superficie plantada contra la superficie
total", dice Martínez. "Estamos mejor que en el fútbol", se ríe.
Además de la soja y el maíz, en el mundo lo más
relevante son los cultivos de algodón y canola. En menos proporción hay
trigo, arroz, papaya y alfalfa entre otros (ver infografía). Entre las últimas novedades está el salmón transgénico.
En Uruguay se pueden encontrar componentes
transgénicos en todos los derivados de la soja y el maíz, como la
lecitina de soja o el almidón de maíz. El choclo dulce aún no es
transgénico si es de producción nacional, porque durante un tiempo
estuvo prohibido y todavía no se retomó. Pero sí si es importado.
En 2011 una tesis realizada en el laboratorio de la
Facultad de Ciencias estudió el ADN de 18 muestras de harina de maíz, o
sea polenta, y en todas se encontraron restos de ADN transgénicos. Pero
también hay componentes transgénicos en alimentos que a priori uno no
imaginaría, como los quesos, el yogur y las hamburguesas. A los quesos,
por ejemplo, le ponen almidón: el almidón viene del maíz y el maíz es
casi todo transgénico. Los quesos, además, tienen quimosina, que es
transgénica. "Y algunas hamburguesas tienen pasta de soja, lo cual no es
ilegal, porque está en el reglamento bromatológico", explica Martínez.
¿Y qué pasa con el maíz o la soja transgénica que
comen los animales? En principio es indetectable en la carne, leche o
huevos que comemos. Pero también sobre eso hay distintas bibliotecas.
Etiqueta
"Este producto contiene organismos modificados
genéticamente", dirán las etiquetas de todos los alimentos que tengan
ingredientes transgénicos. Pero el decreto departamental choca con un
decreto anterior, de vigencia nacional, que decía que el etiquetado es
voluntario.
Ahora la intendencia trabaja en la reglamentación y
en forma paralela promoverá un ajuste en la redacción del decreto votado
a fines de año, para ponerlo a tono con la normativa europea (donde
hace años es obligatorio el etiquetado). El cambio puede sonar muy
técnico pero para la gente que está en el tema es importante.
El texto original del decreto decía que debían
etiquetarse los alimentos manipulados genéticamente o que contengan uno o
más ingredientes provenientes de esos alimentos, "que superen el 1% del
total de componentes". El nuevo texto dirá que deben etiquetarse "los
alimentos que han sido manipulados genéticamente o que contienen uno o
más ingredientes provenientes de éstos que superen el 1% del total de
cada ingrediente considerado individualmente".
Una vez aprobada la reglamentación, se dará un
período para que las empresas primero declaren cuáles son los alimentos
que tienen maíz o soja transgénica y después deberán hacer el nuevo
rotulado (la intendencia estima que las empresas harán, por un tema de
costos, un solo rotulado para todo el país). Recién luego de eso
-probablemente a inicios de 2015- se saldrá a controlar, dice Pablo
Anzalone, director de la División Salud de la Intendencia de Montevideo.
La intendencia firmó un convenio de cooperación y
transferencia tecnológica con el laboratorio de la Facultad de Ciencias.
La facultad está formando recursos humanos de la intendencia, que a su
vez brinda materiales para los estudios. En la facultad, al igual que en
el laboratorio de Bromatología de la intendencia, estudiarán cientos de
alimentos que pueden tener componentes transgénicos, para controlar lo
que declaren las empresas. "Por ejemplo estudiaremos los panchos, que
pueden tener almidón", dice Martínez, de la Facultad de Ciencias.
Las empresas productoras de semillas están en contra
del etiquetado. Daniel Bayce, gerente de la Cámara Uruguaya de
Semillas, dice que la normativa busca discriminar por la negativa
"porque lo transgénico tiene mala prensa". Y dice que la resolución
genera confusión: el gobierno autoriza un cultivo que dice que es tan
seguro como el equivalente y, sin embargo, le pone una etiqueta que dice
que es distinto. "¿Qué entiende el consumidor?", pregunta. "Seamos
francos, no entendemos el 90% de lo que está escrito".
Nada de certezas.
En la academia no hay consenso sobre los efectos que
pueden causar los transgénicos. Ese es, quizás, el problema principal:
no hay certezas de nada. "Si alguien te dice que los transgénicos son
seguros, no le creas. Pero si te dice que los transgénicos te producen
cáncer, tampoco le creas, porque aún no hay pruebas", dice Martínez.
"Pero tampoco podemos cerrar esa posibilidad".
Para el doctor en Biología Molecular, "el
experimento en los humanos lo estamos aplicando, lo estamos viviendo".
Sí ha habido experimentos en modelos animales y en células humanas de
cultivo y los resultados son preocupantes, afirma. En particular,
menciona un polémico estudio con ratones en Francia, en 2012. La
investigación realizada por científicos de la Universidad de Caen,
dirigida por Gilles-Eric Seralini, concluyó que ratas alimentadas con el
transgénico de Monsanto NK603 o expuestas a su herbicida Roundup
sufrían una mayor tasa de tumores, lesiones en órganos y muerte
prematura. Esa investigación luego fue desacreditada por algunos
científicos, aunque otros le dan validez.
Martínez dice que hoy se sabe que el ADN que se usó
para construir el transgénico no se degrada completamente en el sistema
digestivo: "Es promiscuo, penetra las células e incluso pasa a la sangre
de las personas. Está circulando por ahí. No todo pero sí una parte".
Y adelanta que si parte de ese ADN se integra a una
célula humana "puede dar lugar a desarreglos". De ahí viene el supuesto
mito de que el transgénico produce cáncer. "Pero lo real es que están
aumentando los casos de enfermedades crónicas en todo el mundo", dice el
experto, quien luego aclara que no está comprobado que sea por los
transgénicos ni los agrotóxicos. "No hay estudios a largo plazo y no es
fácil comprobar nada, porque la agresión química viene por diferentes
factores".
Pero dice que el modelo transgénico no es el camino,
porque la base del modelo de la soja es la aplicación masiva de
glisfosato. Hay efectos negativos por la aplicación directa de
herbicidas en el campo y en segundo lugar por los restos que quedan en
el grano. "Me consta que se aplica mucho más herbicida del que debiera",
dice Martínez.
Él, que es un biotecnólogo, intenta no comer nada
que contenga transgénicos: "Ni salsa de soja". Está convencido que en
todo esto de los alimentos modificados genéticamente debió haberse
aplicado el principio de precaución: hasta tanto no se establezca que
algo es totalmente inocuo, no se debe ofrecer.
Algo parecido piensa el ingeniero agrónomo Ariel
Castro, docente de mejoramiento genético del departamento de producción
vegetal de la Facultad de Agronomía. "Es verdad que los impactos
ambientales a mediano plazo de algo logrado en un laboratorio no se
pueden prever, ese es un principio de precaución razonable que hace que a
los transgénicos haya que evaluarlos mucho", dice desde la estación
experimental "Mario Cassinoni" en Paysandú, donde trabaja.
Castro define a la transgenia como una herramienta
de potencial interesante, que causa fascinación científica pero tiene
una importancia sobrestimada. "Hay algo de aprendiz brujo, de buscar el
gen mágico", admite. Pero él se niega a analizar el tema en términos
absolutos, de blanco y negro, desde el punto de vista técnico.
Dice que los cambios revolucionarios que planteaban
algunas multinacionales, que decían que se podían solucionar los
problemas de hambre en el mundo, no han aparecido. Pero tampoco le da
mucha importancia a las denuncias de ecologistas y algunos académicos:
afirma que las pruebas de daños al ambiente son relativas, aunque sabe
que en eso juega el peso de la industria: "Si vos sacás un paper
mediocre que dice que los transgénicos son fantásticos, no te dicen
nada. Si hay una crítica, te lo van a revisar con rayos láser".
Eso sí, Castro advierte que desde el punto de vista
político no simpatiza con los transgénicos porque han producido lo que
llama un cambio de ambiente. Desapareció todo lo que lo hizo enamorar de
la temática cuando estudiaba. "Hoy en el mejoramiento genético podés no
tener un agrónomo, pero no podés estar sin abogado ni contador",
explica. "Es más un problema de patentes que de agronomía o biología.
Los transgénicos cambian las reglas y tienen costos tan grandes que solo
los pueden financiar las multinacionales".
La polenta.
Hasta hace no mucho la doctora Mabel Burger no
estaba en contra de los transgénicos. Pero ahora cambió. Burger es
médica internista, especializada en Toxicología. Grado cinco y ex
directora del Departamento de Toxicología de la Facultad de Medicina, de
donde se jubiló hace poco, ha dedicado los últimos dos años a estudiar
los transgénicos.
Y comprobó que las cosas no eran como pensaba: "Lo
que nos habían dicho las empresas que traen la biotecnología era que el
transgénico nos iba a traer un uso menor de plaguicidas. Y la verdad es
que eso no se cumplió". Dice que un cultivo transgénico de soja requiere
mayor cantidad de herbicida que un cultivo no transgénico: antes se
usaban uno a dos litros de herbicida por hectárea, y ahora se usan de
tres a cinco litros.
Y también dice que la soja transgénica consume
"mucho más fosfato, nitrógeno, potasio" del suelo, que la soja no
transgénica. Por eso, hay que usar más fertilizantes, que llevan a la
eutrofización de las algas, como pasó en el Santa Lucía. "Y esa es una
zona del Santa Lucía rodeada de soja, donde se ha volcado cualquier
cantidad de fertilizantes", afirma Burger.
La doctora integra un grupo -con otros profesionales
de la ciencia y representantes de organizaciones que promueven la
alimentación saludable- que presiona para que haya una ley nacional que
obligue al etiquetado de los productos. Dicen que es lo mínimo que se
puede hacer, para que el consumidor pueda decidir si compra o no compra
esos alimentos. El año pasado presentaron un anteproyecto en la comisión
de salud de la Cámara de Diputados. Y ganaron su primera batalla: el
decreto de la Junta Departamental.
Hace unos meses Burger habló en el programa La Hora Verde de UNI Radio 89.1,
la radio de la Universidad. Allí dijo que "la polenta es una de las
primeras comidas que el pediatra le indica a un lactante que ha tenido
un cuadro digestivo agudo grave (...) Está comiendo polenta transgénica y
ese niño tiene toda una vida por delante. Que hoy ingiera harina de
maíz un adulto de 60 años no me preocupa mucho, es horrible lo que digo,
pero me preocupa muchísimo más el niño".
En su apartamento de Malvín, Burger dice que el niño
"puede desarrollar vaya a saber qué enfermedades de futuro", aunque hoy
no esté bien claro qué enfermedades sean porque estamos "inundados" de
distintas sustancias químicas.
Los pro y los anti.
La oficina de la Cámara Uruguaya de Semillas
funciona en el viejo edificio de la Cámara Mercantil en la calle
Rondeau. No cumple con el estereotipo que algunos pueden tener de un
lugar donde se defienden los intereses de las multinacionales del
sector. La oficina es pequeña y sencilla, no hay lujos. Y hay poca gente
en la vuelta.
Pero sí, en este lugar trabajan quienes representan a
39 empresas, entre ellas Monsanto, la más nombrada por los ecologistas.
El ingeniero Bayce recibe a Qué Pasa en el despacho y, uno a uno,
intenta rebatir los argumentos que ya ha escuchado mil veces. Dice que
todo lo que está autorizado en Uruguay en transgénicos es positivo, ya
que son productos resistentes a insectos y por lo tanto "no nos estamos
metiendo insecticida en el cuerpo". Según él, la soja convencional
requiere un paquete de herbicidas bastante más tóxicos que el
glisfosato.
El producto transgénico es equivalente al
convencional, afirma después. "O sea, si el maíz convencional te hacía
mal, ojo que este también te va a hacer mal. Pero porque es maíz, no
porque sea transgénico". Respecto a lo que dicen de que tal vez puede
llegar a hacer mal, responde: "Nada demuestra ser seguro. ¿El pan que
comemos ha demostrado ser seguro? Quizás al celíaco le haga mucho daño".
Para Bayce, quienes rechazan los transgénicos asumen posturas
filosóficas. "También hay gente que se niega a vacunarse. Bárbaro, están
en su derecho. Pero no nos hagan pagar a nosotros su costo", protesta.
Si Bayce no tiene ni una objeción para hacerle a los
transgénicos, su colega César Vega —también ingeniero— no tiene nada
bueno para decir. Vega es el candidato a presidente por el Partido
Ecologista Radical Intransigente (PERI), que se presenta por primera vez
en esta elección.
Alto, barbudo y de pelo algo desprolijo, conduce La Voz del PERI en CX 40 Radio Fénix,
algo así como una trinchera ecologista y anti transgénicos. Un lunes
poco antes de las 10 de la mañana, el ingeniero entra a los viejos
estudios de la emisora, saluda al abogado Gustavo Salle (quien conduce
el programa que va antes) y se pone los auriculares mientras suena la
cortina de la audición: una canción folclórica de Argentino Luna, que se
titula "Me preguntan cómo ando".
Luna canta que "ya somos muchos con bronca y se nos
apaga el tiempo", mientras Vega arranca el programa. Lamenta la reciente
muerte del investigador argentino Andrés Carrasco, ex presidente del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet) y luchador
contra los agrotóxicos. "Ando paranoico. Me llama la atención que toda
esta gente se nos muera", dice Vega. Y luego inicia un discurso contra
los transgénicos y los agrotóxicos. Habla de alergias, problemas en el
hígado, riñones e intestinos. Habla de cáncer.
Suena demasiado radical. Pero, bueno, solo dentro de
algunas décadas tendremos un panorama un poco más claro sobre los
efectos de todas esas novedades en nuestros cuerpos.
3 preguntas
ADRIANA CAUCI y PAULA RAMA (licenciadas en nutrición, integran un grupo que promueve el etiquetado).
¿Cómo nutricionistas, ¿cuál es su opinión sobre los transgénicos?
Existen evidencias científicas de que los alimentos
transgénicos pueden suponer un riesgo para la salud de consumidor. Esto
se debe a varios aspectos, en primer lugar, porque al introducirse un
gen diferente al "natural" del alimento, las repercusiones en el que
consume dicho
alimento pueden asociarse a un aumento de riesgo a padecer un mayor deterioro en órganos vitales. Por otro lado, la producción de alimentos transgénicos implica la utilización de grandes cantidades de herbicidas, plaguicidas, fertilizantes, los cuales tienen un efecto para la salud que van desde alergias hasta carcinomas,tanto en el productor y en quienes viven en la zona de producción como para el que consume los residuos de agrotóxicos en el alimento. Y por último los alimentos transgénicos
se encuentran por lo general como ingredientes de alimentos industrializados, que además de contener a este, incluyen otras sustancias como sodio, grasas y azúcares los cuales son perjudiciales para el consumidor.
alimento pueden asociarse a un aumento de riesgo a padecer un mayor deterioro en órganos vitales. Por otro lado, la producción de alimentos transgénicos implica la utilización de grandes cantidades de herbicidas, plaguicidas, fertilizantes, los cuales tienen un efecto para la salud que van desde alergias hasta carcinomas,tanto en el productor y en quienes viven en la zona de producción como para el que consume los residuos de agrotóxicos en el alimento. Y por último los alimentos transgénicos
se encuentran por lo general como ingredientes de alimentos industrializados, que además de contener a este, incluyen otras sustancias como sodio, grasas y azúcares los cuales son perjudiciales para el consumidor.
¿De lo que compramos en supermercados y ferias, ¿cuáles son alimentos transgénicos?
Principalmente los alimentos que contienen
transgénicos son aquellos industrializados como por ejemplo los snacks
(papitas, saladitos), ya que los contienen como aditivos e ingredientes.
Estos ingredientes son los derivados de la soja y el maíz (en Uruguay
son los aprobados por el Ministerio de Ganadería) como por ejemplo,
lecitina de soja, almidón de maíz, glucosa, dextrosa y también
maltodextrina.
¿Qué le aconsejan a los consumidores?
El consumidor tiene el derecho de saber qué es lo que consume, si es transgénico o no, y debe contar con esa información para decidir. Por eso, queda en evidencia que es necesaria una herramienta que le permita tomar una decisión informada y crítica que es el etiquetado de alimentos transgénicos. La responsabilidad del Estado para establecer el etiquetado está planteada, ya que es el encargado de regular la venta de alimentos a nivel nacional y departamental y garantizar el derecho de la información que tiene el consumidor.
De:
http://www.elpais.com.uy/que-pasa/debate-abierto.html
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