Los
economistas preocupados por las cuestiones ecológicas, como Herman Daly,
dicen que cuanto más aumenta la población en el mundo mayores serán los
costes sociales o externos de la producción.
Los costes
sociales o externos son aquellos costes de producción que no son
asumidos en el precio de un producto. Por ejemplo, las zonas muertas
existentes en el Golfo de México, resultado de las grandes cantidades de
productos químicos emitidos en la producción agrícola no son incluidos
en los costes de producción. El precio de los alimentos no tienen en
cuenta los daños causados en el Golfo de México.
La
producción de alimentos genera unos costes sociales. De hecho, cuanto
más parece que se reduce el coste medio de producción de los alimentos,
mayor es el coste que se impone a la sociedad.
Consideremos
la cría intensiva de animales. La alta densidad de animales en muy poco
espacio resulta en una concentración de gérmenes y en la necesidad de
utilizar una gran cantidad de antibióticos. La supuesta reducción en el
coste de los alimentos contribuye a la aparición de bacterias
resistentes a los antibióticos, lo que supone un coste adicional a la
sociedad que supera la compensación en el ahorro de los precios de los
alimentos.
Monsanto ha
reducido el coste medio en la producción de los alimentos mediante el
desarrollo de semillas modificadas genéticamente, pero ha dado lugar a
plantas que son resistentes a plagas y herbicidas. El aumento de los
rendimientos y disminución de los costes medios de producción, sin
embargo, ha acarreado unos costes sociales o externos que más que
compensar reducen las ventajas. Por ejemplo, los efectos tóxicos sobre
los microorganismos del suelo, la disminución de la fertilidad del suelo
y un deterioro del valor nutricional de los alimentos, e infertilidad en los seres humanos y animales.
Cuando el patólogo y mibrobiólogo Don Huber de
la Universidad de Pardue mostró que se producían consecuencias no
intencionadas con los cultivos transgénicos, otros científicos se
mostraron reacios, ya que sus carreras dependen de becas de
investigación que otorga la Industria Biotecnológica. En otras palabras,
Monsanto controla esencialmente la investigación de sus propios
productos.
En el libro de Jeffrey M. Smith La ruleta genética, dice: “Los
alimentos modificados genéticamente son inherentemente inseguros, y las
evaluaciones de seguridad no son fiables para protegernos e identificar
la mayoría de los peligros que representan”. Poco
a poco se van acumulando pruebas en contra de este tipo de alimentos,
sin embargo los Gobiernos siguen sin aprobar normas para el etiquetado
de estos productos, ya que están bajo su dominio.
Los
pesticidas están dañando a las aves y las abejas. Hace ya algunos años
nos enteramos que la ingestión de pesticidas por parte de algunas aves
las está llevando al límite de la extinción. También se está produciendo
una gran mortandad de abejas, perdiendo su miel y su importante papel
en la polinización de las plantas. Esta pérdida tiene varias causas:
pesticidas como el sulfoxaflor y el tiametoxam, producidos por Dow y Syngenta. Dow está presionando a la Agencia de Protección Ambiental para
que permita la presencia de residuos de sulfoxaflor en los alimentos, y
Syngenta recomienda rociar varias veces su pesticida sobre la alfalfa,
lo que superaría las cantidades actualmente permitidas.
A medida
que las Agencias de regulación caen bajo las redes de la Industria, las
Empresas siguen contaminando los alimentos, a las personas y los
animales. Aumentan los beneficios de Monsanto, Dow o Syngenta, y todo ello porque los costes asociados a la producción recaen sobre terceros o sobre la vida misma.
Muchos
países han impuesto restricciones sobre los alimentos transgénicos. Las
leyes rusas equiparan el cultivo de los transgénicos con actos
terroristas y quieren imponer sanciones penales. El parlamento francés
aprobó una prohibición de los cultivos transgénicos. Sin embargo,
Washington presiona a los Gobiernos en nombre de sus mecenas, las
grandes empresas Biotecnológicas y Químicas. Dick Cheney, cuando fue
vicepresidente, usó su cargo para poner en las Agencias Ambientales a
los ejecutivos de las Corporaciones, impidiendo ejercer acciones legales
y dificultando la labor de protección del medio ambiente y permitiendo
la contaminación de la cadena alimentaria. En lugar de proteger a las
personas buscan la forma de conseguir puestos de relieve en las grandes
empresas una vez que salen del Gobierno. El economista George Stigler
viene denunciando esto desde hace varios años.
El público desea que se etiqueten los alimentos modificados genéticamente, pero Monsanto y la Asociación de Fabricantes de Comestibles
lanzan campañas para evitarlo. El pasado 8 de mayo el gobernador de
Vermont firmó una ley que obliga al etiquetado. La respuesta de Monsanto
ha sido la de demandar al estado de Vermont.
La
oposición por parte de la Agroindustria al etiquetado resulta
sospechosa. Parece que pretenden ocultar información al público, y esto
no es algo positivo en las buenas relaciones públicas. Actualmente, el
hecho de que un alimento esté etiquetado como natural no quiere decir
que no contenga transgénicos.
Las
ventajas de la Ingeniería Genética también son desconocidas, y los
costes podrían superar a los supuestos beneficios. Lo que los
economistas llaman “producción a bajo coste” podría convertirse en costes muy elevados.
Los
economistas de la corriente neoclásica no cejan en su sueño de superar
los costes externos, porque piensan que siempre hay una solución. De
este modo creen que se puede hacer frente a la contaminación poniendo un
precio por contaminar, lo que obligaría a las empresas que más
contaminan a desistir. Piensan que de este modo se acabaría con la
contaminación. También creen que los recursos son ilimitados, porque
consideran que el capital puede sustituir al patrimonio de la
naturaleza. Crean un mundo donde reina la fantasía, en el que cada vez
se produce más y más sin que eso agoten los recursos naturales. [Véase
por ejemplo: Sobre el pico del petróleo y el tecnodinamismo]
Al
contrario, los economistas que tienen en cuenta los ciclos ecológicos
piensan de un modo diferente. El patrimonio de la naturaleza, es decir,
los recursos minerales y la pesca, se están agotando y el medio se ha
llenado de contaminantes, tanto en el suelo, como el aire y el agua.
Cada acto de producción genera desechos y por tanto contaminación. Como
no se miden los costes externos y el agotamiento de los recursos
naturales, no hay forma de saber si el aumento de la producción es
económica o antieconómica. Todo lo que podemos decir es que estos costes
no repercuten en el precio de un producto.
Esto
significa que en un mundo cada vez más poblado, la economía neoclásica
resulta más irrelevante y menor es su capacidad de contribuir a la
compresión de los problemas. Nos dicen si el PIB sube o baja, pero no
sabemos el coste real de producción (1).
—
1.-
Para más información sobre estas cuestiones, puede leer mi libro The
Failure of Laissez Faire Capitalism and Economic Dissolution of the
West, y el sitio web: http://steadystate.org. [↩]
Paul
Craig Roberts es un economista estadounidense, columnista y
ex-Subsecretario de la Tesorería y exredactor de publicaciones en medios
corporativos. Es autor de Fracaso del Capitalismo del Laissez Faire.
—
Procedencia del artículo: http://dissidentvoice.org/2014/05/the-social-cost-of-gmos/#more-54290
De:
http://noticiasdeabajo.wordpress.com/2014/05/24/el-coste-social-de-los-transgenicos/
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