A casi dos décadas de la liberación comercial de cultivos
transgénicos, muchos daños graves que los críticos advirtieron podían
ocurrir, están comprobados. Uno de ellos es la contaminación transgénica
de otros cultivos y de plantas que son parientes silvestres, afectando
los ecosistemas. Es un tema que las empresas no quieren debatir y que
los gobiernos que autorizan cultivos transgénicos tratan con la mayor
negligencia.
Aunque la siembra comercial de cultivos transgénicos sólo está
permitida en 27 países del mundo y 98 por ciento de su siembra se
concentra en sólo 10 países, se han encontrado 396 casos de
contaminación transgénica en más de 60 países (GeneWatch y Greenpeace,
2013). Esto evidencia que la contaminación, sea en forma de flujo génico
en campo o por otras vías de trasiego o mercado, es una condición
inherente a los transgénicos, que excede ampliamente las fronteras y
límites de los campos donde son permitidas.
La contaminación es grave en cualquier parte que ocurra y tiene un
amplio espectro de consecuencias, que van desde impactos biológicos y en
los ecosistemas a problemas económicos, sociales, culturales, pero es
aún más corrosiva tratándose de cultivos en sus centros de origen y
diversificación, como está sucediendo con el maíz y el arroz.
Por ello, a iniciativa de varias asociaciones de científicos
críticos, entre ellas la Unión de Científicos Comprometidos con la
Sociedad (UCCS) de México, Testbiotech de Alemania, la Red Europea de
Científicos por la Responsabilidad Social y Ambiental (ENSSER), junto a
varias organizaciones internacionales como Red del Tercer Mundo y ETC,
iniciaron una campaña para detener la expansión de transgénicos en el
medio ambiente. Para comenzar, se dirigen a los miembros del Convenio de
Diversidad Biológica (CDB) y del Protocolo Internacional de Cartagena
sobre Bioseguridad.
La iniciativa compiló varios reportes científicos que han
documentado casos de propagación incontrolada de plantas transgénicas en
poblaciones y ecosistemas silvestres, como algodón en México, canola en
Norteamérica, Japón y Australia, pastos en Estados Unidos. Se muestra
la presencia transgénica recurrente en variedades autóctonas y
campesinas de plantas alimentarias en sus centros de origen, como maíz
en México y arroz en China.
El único país del mundo que ha autorizado siembras de un cultivo
alimentario transgénico en su centro de origen es México. Ni China ni
Japón, por ejemplo, han permitido la siembra de arroz ni soya
transgénica, para proteger el centro de origen del cultivo, muy
importante en su alimentación. En esos casos, la contaminación se debe a
otras formas de trasiego de semillas transgénicas hacia su territorio,
incluida la importación.
En la carta de los científicos y organizaciones, se expresa además
la preocupación de que está en ciernes la liberación comercial a gran
escala de peces, árboles e insectos transgénicos, así como de
microorganismos derivados de biología sintética, todos casos que
aumentarán exponencialmente los riesgos y la diseminación de genes
transgénicos en los ambientes naturales. En el caso de microorganismos y
animales debido a su movilidad, en el caso de árboles, porque emiten
polen durante toda la vida y a distancias que pueden alcanzar cientos de
kilómetros.
Todo esto lleva a las organizaciones a declarar que: La ingeniería
genética y la biología sintética representan una ruptura radical con las
restricciones naturales, ampliamente conocidas, sobre la regulación
genómica y el intercambio genético entre las especies. Que los
organismos mantengan la capacidad de desarrollarse bajo su tendencia
evolutiva, con las limitaciones establecidas de forma natural por
procesos evolutivos progresivos de largo plazo, es una aspecto crucial
de la protección de la biodiversidad.
Señalan que las normas de bioseguridad que se han usado en todos
los países que han permitido experimentos y plantaciones de transgénicos
no consideran el control espacio-temporal, es decir, lo que sucede con
los procesos evolutivos. Esto debería ser un prerrequisito fundamental
para la realización de cualquier evaluación de riesgo, ya que de lo
contrario se presupone que el ambiente y los organismos son estáticos,
lo cual es una negación de la vida y la evolución. Existe un gran riesgo
de que no podamos recuperar la biodiversidad original y que la dinámica
de las variedades autóctonas cultivadas y silvestres se
altere provocando pérdidas irreparables en los centros de origen y
diversidad.
Por tanto, aseveran, solamente se puede hablar de bioseguridad si
los escapes involuntarios o accidentales de organismos transgénicos se
pueden retirar del medio ambiente. Si esto no es posible, dichos
organismos no deben ser permitidos, ya que las evidencias científicas
han demostrado que se han diseminado y penetrado en gran variedad de
situaciones geográficas y distancias, acumulando transgenes en
variedades silvestres y campesinas locales.
Esta acumulación sucesiva de transgenes tendrá efectos dañinos
graves, por ejemplo, según el experto en maíz Ángel Kato, las variedades
campesinas y criollas se pueden deformar o volverse estériles, al
producirse un rechazo del material genético desconocido para la especie.
Para las empresas, la contaminación es un negocio porque pueden
llevar a juicio a las víctimas acusándolas de uso de sus genes
patentados. Sabían que la contaminación ocurriría y vieron cómo hacer de
esto un negocio. Los daños de los transgénicos son vastos y aunque nos
quieren dar la imagen de que es imparable, no es verdad, están en pocos
países. Hay que detener la fuente de contaminación y destrucción de la
biodiversidad que constituye este gran experimento transgénico a favor
de las empresas, contra la gente y la naturaleza.
- Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
De:
http://alainet.org/active/75010
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