Elena Álvarez-Buylla *
En este nuevo año es
crucial seguir con la defensa de nuestro maíz y las milpas; es una
apuesta por nuestra cultura y también por nuestro ambiente y nuestra
salud. Todo ello depende, en gran medida, de la producción campesina sin
agrotóxicos. Este tipo de producción agroecológica de alimentos sanos,
sin dañar el ambiente y destruir la biodiversidad de México, se finca en
conocimientos, diversidad de cultivos, tecnologías y organización
comunales invaluables para poder recuperar la soberanía alimentaria.
Las empresas agroindustriales, con la complicidad del gobierno de
México, se empeñan en destruir esta apuesta civilizatoria en favor del
negocio. Muestra de ello es lo que reporta la revista Contralínea
del pasado 18 de enero, en torno a descarrilamientos repetidos de 2010 a
2013 que causaron el derrame de 800 toneladas de maíz y algodón
transgénico en Chihuahua, Guanajuato y Veracruz. Las responsables son
tres empresas que producen y/o usan semillas genéticamente modificadas.
De esto se dio aviso a la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de
Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem) y al Servicio Nacional
de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica). Indigna que
estas entidades no hayan realizado las investigaciones necesarias o
publicado reportes técnicos que den cuenta cabal de cómo evitaron que
este grano contaminara siembras de maíz nativo y llegara a sitios no
aprobados para su uso.Se ha demostrado científicamente que los transgénicos pueden moverse a miles de kilómetros de distancia por medio de las cadenas de intercambio de semillas; una vez que éstas germinan y las plantas maduran, florecen y producen polen, en éste se mueven los transgenes a cientos de kilométros. Estos derrames pudieron haberse vuelto focos de contaminación y los técnicos del gobierno de México, encargados de evitar y dar seguimiento a esto, no han cumplido con su obligación. Urge subsanar esta situación y fincar responsabilidades.
En general, hay que averiguar si los transgénicos siguen contaminando nuestros maíces nativos que se distribuyen en todo el país, que es centro de origen y diversidad del grano. Los técnicos encargados de la bioseguridad fueron incapaces de corroborar la contaminación reportada en 2001 por Quist y Chapela en Oaxaca. Pero diversos laboratorios independientes, incluido el nuestro, demostraron que sí había contaminación en Oaxaca y otros sitios. Afortunadamente, aún es reversible, pero los transgenes no se pueden contener dentro de los campos en los cuales se siembran, pues se mueven vía polen y semillas. En vez de evitar a toda costa la contaminación y asumir su responsabilidad con la bioseguridad, el gobierno es indiferente o se colude con las corporaciones y en contra del interés público. Además, va autorizando nuevos productos para consumo y siembras, como la soya, que también tiene implicaciones nefastas: puede afectar de manera irreversible a las abejas y la producción de miel mexicana, una de las mejores del mundo.
Es inaceptable que el gobierno no cuide nuestro alimento básico: el maíz. Dados los datos de salud en Estados Unidos, donde el incremento de la prevalencia de 22 enfermedades, incluidos varios tipos de cáncer ( La Jornada, 28/11/14), se ha asociado al aumento pavoroso de glifosato, usado en cultivos transgénicos desde la década de 1990, es urgente que se evite el uso de los cultivos transgénicos en alimentos procesados.
En Argentina han aumentado los casos de malformaciones en
bebés de madres que viven cerca de siembras de soya transgénica, y en
Brasil han encontrado un número mayor de anomalías genéticas y celulares
en personas asociadas a ese cultivo en comparación con un grupo
control. Los estudios de Séralini y colaboradores que se publicaron en
2011, y más tarde la revista retiró, fueron divulgados en otra revista
con estricto arbitraje, reforzando la evidencia de que las ratas
alimentadas con transgénicos presentan afectaciones en diversos órganos,
incluyendo riñones e hígado, mueren antes y tienen mayor probabilidad
de desarrollar cáncer que las alimentadas con no transgénicos.
La falta de etiquetado imposibilita dar seguimiento causal a la relación entre el consumo de transgénicos y la propensión a sufrir enfermedades en las personas, pero los datos que se van acumulando son sumamente preocupantes y sugerentes de que la producción de alimentos con base en la tecnología agroindustrial a partir de la década de 1990 causan detrimento de la salud.
Urge apoyar los modos campesinos de producción, que en conjunto con una verdadera ciencia que se comprometa socioambientalmente serán imprescindibles para un programa agrícola integral capaz de recuperar la soberanía alimentaria sin destruir el ambiente y la biodiversidad.
Con base en toda la evidencia acumulada, en Estados Unidos exigen que se etiqueten los alimentos derivados de transgénicos y en Europa es obligatorio hacerlo. Sin embargo, en México el gobierno ha autorizado un número mayor de líneas transgénicas, lo que tal vez implica que ya es más probable encontrar aquí productos con maíz transgénico que en Europa.
En contradicción con lo que van demostrando la ciencia y la realidad, y lo que sería congruente con nuestra bioseguridad y soberanía alimentaria y sanitaria, el gobierno federal parece tener acuerdos poco transparentes con los grandes productores de transgénicos y con empresas que le han entrado al negocio (por ejemplo, Maseca y los comercializadores de Faena), y que están dispuestos a mentir o a ignorar los datos científicos en el tema. En las zonas rurales más pobres del país, por ejemplo, a lo largo de los caminos que llevan a los pueblos de los Altos de Chiapas se encuentran por todos lados grandes anuncios de estos productos, que han ido penetrando en nuestro campo y en las casas de algunas de las familias más humildes de México.
No sabemos en que medida éste y otros derivados de los cultivos modificados están llegando a nuestras tortillas, totopos, tostadas, pozoles, tamales, tlacoyos, atoles, tejuinos, memelas, quesadillas, chalupas, sopes y tantas otras formas que toma el maíz, nuestro alimento básico, cuando llega a nuestras mesas. Es urgente averiguar si estas distribuidoras de masa, almidones, jarabes y maíz para tortillas y otros alimentos básicos para los mexicanos aún tienen contaminación con transgénicos, como se documentó hace algunos años.
* Investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, coordinadora de Campañas de la UCCS.
La falta de etiquetado imposibilita dar seguimiento causal a la relación entre el consumo de transgénicos y la propensión a sufrir enfermedades en las personas, pero los datos que se van acumulando son sumamente preocupantes y sugerentes de que la producción de alimentos con base en la tecnología agroindustrial a partir de la década de 1990 causan detrimento de la salud.
Urge apoyar los modos campesinos de producción, que en conjunto con una verdadera ciencia que se comprometa socioambientalmente serán imprescindibles para un programa agrícola integral capaz de recuperar la soberanía alimentaria sin destruir el ambiente y la biodiversidad.
Con base en toda la evidencia acumulada, en Estados Unidos exigen que se etiqueten los alimentos derivados de transgénicos y en Europa es obligatorio hacerlo. Sin embargo, en México el gobierno ha autorizado un número mayor de líneas transgénicas, lo que tal vez implica que ya es más probable encontrar aquí productos con maíz transgénico que en Europa.
En contradicción con lo que van demostrando la ciencia y la realidad, y lo que sería congruente con nuestra bioseguridad y soberanía alimentaria y sanitaria, el gobierno federal parece tener acuerdos poco transparentes con los grandes productores de transgénicos y con empresas que le han entrado al negocio (por ejemplo, Maseca y los comercializadores de Faena), y que están dispuestos a mentir o a ignorar los datos científicos en el tema. En las zonas rurales más pobres del país, por ejemplo, a lo largo de los caminos que llevan a los pueblos de los Altos de Chiapas se encuentran por todos lados grandes anuncios de estos productos, que han ido penetrando en nuestro campo y en las casas de algunas de las familias más humildes de México.
No sabemos en que medida éste y otros derivados de los cultivos modificados están llegando a nuestras tortillas, totopos, tostadas, pozoles, tamales, tlacoyos, atoles, tejuinos, memelas, quesadillas, chalupas, sopes y tantas otras formas que toma el maíz, nuestro alimento básico, cuando llega a nuestras mesas. Es urgente averiguar si estas distribuidoras de masa, almidones, jarabes y maíz para tortillas y otros alimentos básicos para los mexicanos aún tienen contaminación con transgénicos, como se documentó hace algunos años.
* Investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, coordinadora de Campañas de la UCCS.
Si, es crimen contra Natura
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