La calidad de nuestros alimentos cada día es peor, y casi nadie presta atención a este hecho.
Por Helena Bottemiller Evich, 13 de septiembre de 2017
Irakli
Loladze es matemático de profesión. Un día, estando en un laboratorio
de Biología, descubrió un rompecabezas que cambiaría su vida. Fue en el
año 1998, cuando Loladze estudiaba el doctorado en la Universidad
Estatal de Arizona. Un biólogo dijo a Loladze y a media docena de
estudiantes de postgrado que los científicos habían descubierto algo
misterioso sobre el zooplancton que se encontraba en los envases de
vidrio que contenían brillantes algas verdes.
El
zooplancton está formado por animales microscópicos que flotan en las
aguas de los océanos y de los lagos de todo el mundo, sirviendo de
alimento a las algas, que son esencialmente plantas minúsculas. Los
científicos descubrieron que podían lograr que las algas crecieran con
más rapidez si se hacía incidir más luz sobre ellas, con lo cual
aumentaría la cantidad de alimento que dispondría el zooplancton, el
cual debería de crecer también con mayor rapidez. Pero no ocurrió eso.
Cuando los investigadores hicieron incidir más luz sobre las algas,
éstas crecieron con más rapidez, y los diminutos animales del
zooplancton tuvieron mucho alimento a su disposición, pero en un momento
dado empezó una lucha por la supervivencia. Era una paradoja. Más
alimento debiera llevar a un mayor crecimiento. ¿Por qué más algas
suponían un problema?
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