Si ha existido un sector de clase que ha sufrido en carne propia, como
ninguna otra, la miseria y el abandono que genera el capitalismo
salvaje, ha sido el campesinado. Desde los tiempos inmemoriales les ha
tocado poner todas sus largas y agotadoras jornadas de trabajo al
servicio de una pirámide humana, donde los poderosos de siempre,
potentados, magnates, oligarcas hacen derroche de todas sus riquezas y
malgastan sin criterio, todo lo producido en la base que la conforman
los explotados y “los desheredados de la tierra”.
En nuestro
caso son ellos los que desde el siglo XIX y XX han soportado el peso
fundamental de las luchas sociales que no dieron el resultado esperado.
En la guerra de “Los Mil Días” centenares de campesinos acompañaron las
huestes insurreccionales de los ideólogos Rafael Uribe Uribe y Benjamín
Herrera, con la esperanza de lograr un cambio en la estructura política
de la nación, que permitiera liberar la tierra de las manos de los
terratenientes y de la iglesia que eran los mayores latifundistas de la
época. Este gigantesco esfuerzo libertario, ¡quien lo creyera!, se llevó
a cabo siete años antes de la famosa Revolución Mexicana, acaudillada
por los dirigentes agraristas Emiliano Zapata y Pancho Villa, que dio
como resultado el nacimiento del PRI, partido de la revolución mexicana
que todavía persiste en el poder y diez y siete años antes, de la
emblemática y esperanzadora Revolución Bolchevique o Revolución de
Octubre, que con Lenin a la cabeza, construyeron un nuevo Estado, el
Estado Socialista, que tantos sueños de transformación social y paz,
desató en el mundo entero.
La famosa “Revolución en Marcha” del
Presidente Alfonso López Pumarejo en los años 30, del siglo pasado,
despertó las esperanzas de los campesinos con sus francas y justicieras
leyes sobre la tenencia de la tierra e implementó la Ley 200 de tierras,
primer hervor en el inicio de una verdadera reforma agraria, que con
tanta insistencia han venido luchando y buscando las organizaciones
sociales convocadas en nuevos modelos de acción y resistencia política.
Desafortunadamente,
las fuerzas políticas de los terratenientes “que siempre han sido
mayoritarias en el Congreso de la República”, al decir de Salomón
Kalmanovitz, echaron para atrás estos avances legislativos y luego, con
el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, hundieron al país en la ola más
sangrienta de su historia que se llamó “La Violencia”, donde la
totalidad de los asesinados, sumaron más de trescientos mil y fueron
indefensos campesinos, desalojados de sus tierras en forma violenta por
los terratenientes con el fin de dar paso al proceso de la concentración
de la tierra, que aun continúa.
Después de la traición y muerte
de los guerrilleros liberales que pactaron la paz, solo un gobierno
liberal manifestó su preocupación por la persistencia del latifundio.
Carlos Lleras Restrepo, consciente de la deuda social que el Estado
Colombiano tiene con los campesinos, desde los tiempos de la conquista,
decidió impulsar la Reforma Agraria. Contra viento y marea,
enfrentándose a las fuerzas más retrógradas de la sociedad colombiana,
logró algunos avances significativos que después se vinieron abajo en la
famosa reunión conocida como, “El pacto de Chicoral”, vergonzoso
encuentro, donde las vertientes más conservadoras, en el gobierno de
Pastrana Borrero, echaron para atrás lo conquistado.
En la
actualidad el país vive un segundo paro agrario. El acumulado de tantas
acciones irresponsables de los gobiernos anteriores ha terminado
haciendo crisis. El abandono y el atropello histórico del campo no ha
dado para más y con razones justas y valederas, los campesinos hacen uso
de las herramientas de participación social que posee la Constitución
Política Colombiana.
Hoy los campesinos enarbolan la bandera de
mayor trascendencia para toda la sociedad y el mundo en su conjunto,
luchando por la abolición de la ley de semillas, que busca como efecto
de la intervención biológica de los productos, imponer los transgénicos,
que es la propuesta de Monsanto. Esta ley les prohíbe a los campesinos
hacer uso de las semillas que generosamente da la tierra en los mismos
productos que ellos cultivan, impidiendo y penalizando su utilización.
De este modo, quedan obligados a utilizar solo las semillas que venden
la referida monstruosa transnacional.
Es ofensivo para la
conciencia nacional que se esté impulsando esta ley de semillas que
impide al productor autoabastecerse o intercambiar semillas para sus
cultivos. Es muy grave porque atenta en contra de nuestra soberanía
alimentaria. No podemos permitir quedar prisioneros de los intereses de
Monsanto, que tanto mal le hace a la humanidad. Ésta también es nuestra
lucha y en este sentido se convierte en una bandera de toda la sociedad y
del mundo entero. El gobierno debe dar marcha atrás a este despropósito
de ley.
A lo anterior, hay que sumarle el drama que viven
nuestros campesinos de los altiplanos colombianos, cultivadores de papa,
alverja, frijol, trigo, junto con el de los cultivadores de arroz y
maíz de las planicies, que es verdaderamente ofensivo. Ellos tienen que
enfrentarse a los precios de los productos importados provenientes de
países donde el Estado subsidia generosamente la producción agropecuaria
y ha invertido amplios presupuestos para el desarrollo rural desde hace
años. A esto hay que unirle la presencia ahora de unas serie de
cláusulas contenidas en los TLC que irresponsablemente pone a nuestros
campesinos a competir en los precios internacionales, totalmente
indefensos. El gobierno nacional tiene que entender que en las
peticiones de los campesinos hay más que razones suficientes de peso,
que obligan al Estado actuar con verdadero sentido de nación, acogiendo
muchas de esas propuestas, con responsabilidad, justicia y compromiso de
patria.
Esperamos que el Presidente Santos comprenda las
angustias de los campesinos y los colombianos y destine en los diálogos
con los dirigentes agrarios, a lo mejor y más solidario de su equipo de
gobierno. Llegó la hora de cerrar filas por la Paz, teniendo a su lado a
los campesinos.
Alonso Ojeda Awad, Ex embajador de Colombia. Director Programa Paz. Universidad Pedagogica Nacional.
De:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184246
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