La nota aborda la investigación realizada por Nancy Swanson en
EE.UU. sobre el tan pronunciado deterioro de la salud de la población en
los últimos veinte años. Llama mucho la atención tal “descalabro” y en
enfermedades tan diversas. La autora ve un hilo conductor, más que
preocupante…
Nancy L. Swanson, de la Armada de
EE.UU., al jubilarse inició una investigación. Difícil imaginar mejor
aplicación de su tiempo y su capacidad. Abordando una cuestión tan
escabrosa como trascendente: el deterioro de la salud humana.
A Swanson le preocupaba la incorporación
de alimentos transgénicos a la dieta humana llevada a cabo de modo tan
desproblematizado, como si se tratara de una modificación de detalle o
de orden administrativo. Es decir, tuvo la misma reacción que tuvimos
muchos que tomamos contacto con la cuestión y rechazamos su secreteo y
la nonchalance con que las empresas y los organismos públicos avanzaron con “la novedad”.
La cuestión brotó al combinar la
proliferación de enfermedades (nuevas o “renovadas”), y cierta
insatisfacción ante los métodos asumidos por las autoridades públicas
estadounidenses para habilitar el ingreso de los alimentos transgénicos a
la dieta humana.[1]
Swanson no podía comparar simultáneamente (nadie puede) dietas transgénicas y dietas convencionales porque “el trabajo” de lobbying
de los emporios de la ingeniería genética se negaron de manera radical
al etiquetado de alimentos transgénicos y no hubo instancia pública ni
resistencia social que los venciera, con lo cual se perdió
históricamente toda posibilidad de rastreo de los posibles efectos que
tales alimentos podían provocar (o no) en la especie humana en
particular y en los organismos vivos en general y se perdió así la
posibilidad de comparar grupos humanos que ingirieran alimentos
transgénicos con grupos que no lo hicieran.
Desde mediados de los ’90 en que
“entran al mercado tales alimentos” no existió un solo organismo
regulador que les torciera el brazo en EE.UU. y la situación en el resto
del mundo no es mucho más auspiciosa: hay estados que han prohibido su
producción, pero no su consumo, como Francia y Alemania; hay estados que
han prohibido los transgénicos en general, pero coexisten con ellos,
violando sus propias leyes, como Venezuela; los hay, como Zambia y
Zimbabwe, que bajo la presión de organismos de la ONU, como el PMA, los
han aceptado a regañadientes para consumo –a causa de hambrunas
devastadoras que estaban sufriendo− pero no para producción propia; en
otros que los han prohibido no resulta fácil verificar su alcance… En
Brasil, por ejemplo, hubo una resistencia inicial contra los
transgénicos, tanto desde algún sector político como gremial ̶̶̶ el MST
̶̶̶ , que generó enormes tensiones que los fazendeiros,
interesados en la rentabilidad, supieron aplicar muy bien, desmoronando
esa resistencia. Hay estados, como Argentina y Uruguay, donde no existe
prohibición alguna, y más bien al contrario, aunque la propaganda
oficial uruguaya todavía siga invocando “Uruguay país natural”, como un
aporte más a la esquizofrenia política del gobierno del Fraude Amplio.
El único estado del que conozco una
negativa total y absoluta a la producción y al consumo de alimentos
transgénicos, tanto vegetales como animales, es Noruega.
Pero volvamos a EE.UU. Queriendo conocer
si había habido o no deterioro de la calidad alimentaria Swanson no
podía, por lo que acabamos de decir, comparar en términos
contemporáneos y le quedó únicamente el recurso de comparar en términos
cronológicos, momentos en este caso de la historia reciente de EE.UU.
Para lo cual tomó una serie de datos.[2]
Por ejemplo, registró exhaustivamente
los alimentos transgénicos aprobados por la FDA (por su sigla en inglés,
la Dirección Federal de Alimentos y Medicamentos). Vio que eran
muchísimos para forraje o comida para animales, pero también unos
cuantos para consumo humano: alfalfa, canola, maíz, melón, papaya,
ciruelas, papas, radicheta púrpura, arroz, soja, remolacha, tomate,
trigo…
Observe el lector que entre los “eventos transgénicos” figura el trigo. ¡Menuda cuestión!
Avatares de la ingeniería genética rebautizada biotecnología
Cuando los laboratorios de ingeniería
genética iniciaron la aplicación de su técnica, se dieron cuenta que
había vegetales con una estructura genética mucho más sencilla, que les
facilitaba la transgénesis, es decir la inserción en una planta de un
gen de otra especie con lo que se buscaba agregarle un rasgo hasta
entonces ajeno a la naturaleza de esa planta. Era el caso de la soja y
el maíz. Pero, poco a poco fueron acercándose a la transgénesis de
plantas más complejas para encarar esa operación. Así, cuando a fines de
los ’90, tales laboratorios, con Monsanto a la cabeza (y Syngenta,
Bayer, Dow Chemical, Dupont, entre los punteros) prometieron la
inminencia de arroces y trigos transgénicos, se elevó un movimiento de
protesta de alcance mundial (aunque no bañó las orillas del Plata), de
agricultores que les arrancaron a la industria −que ya entonces había
abandonado por razones de imagen la ortopédica designación de
“ingeniería genética” y adoptado la mucho más glamorosa (aunque menos
precisa) de “biotecnología”− la promesa de no avanzar con la
transgénesis de trigo y arroz, considerados los dos alimentos básicos
del planeta.[3] El relevamiento de Swanson revela que el freno no fue durable.
El listado que acabamos de ver se
refiere a vegetales que, aunque con diferencias en los momentos de
implantación −la más vieja o "decana" es la soja−, desde mediados de los
'90, al momento actual constituyen algo más del 90% del consumo total
de alimentos vegetales en EE.UU. (sin temor a equivocarnos, podríamos
estimar para Argentina, algo por el estilo). Observe el lector el grado
de dependencia en que ha ido entrando EE.UU. (¿y Argentina?) respecto de
los alimentos transgénicos.
Swanson establece los términos de la
cuestión. Me permito la cita de un párrafo completo de su presentación,
que titula: “Los datos muestra correlación entre aumento de enfermedades
orgánicas y alimentos transgénicos”:
“Los datos sobre prevalencia e
incidencia muestran una correlación entre enfermedades orgánicas y el
aumento de comida transgénica en la provisión de alimentos, al mismo
tiempo que un aumento de aplicaciones de herbicidas basados en
glifosato. Cada vez más investigaciones revelan los efectos cancerígenos
y de disrupción endócrina del Roundup a dosis más bajas que las
autorizadas como residuos hallados en alimentos transgénicos.”
A propósito de esta observación de Swanson, existe una investigación de Colborn, Peterson y Dumanovski [4]
que verificaba como uno de los núcleos problemáticos para la pérdida de
fertilidad de diversas especies animales (humanos incluidos… ¿y
vegetales?) la presencia de disruptores endócrinos (alteradores de
hormonas). Sólo que la investigación, resumida en Nuestro futuro robado,
ponía el acento en una causa entonces principal (no existían
transgénicos); la presencia de plásticos, de termoplásticos, absorbidos
involuntaria e inconscientemente por seres vivos. El trabajo de los
biólogos estadounidenses, de los ’90, y este otro de Swanson revelan
diversos factores causales de disrupción endócrina. Estamos,
propiamente, asediados…
Un curioso y penoso paralelismo: venenos rurales y enfermedades
Yendo al análisis emprendido ante el
desarrollo de diversas enfermedades, en EE.UU., Swanson ha verificado
que la expansión de cánceres de tiroides se ha disparado junto con la
implantación de plantas transgénicas “aptas” para el uso de glifosato:
extraña coincidencia, a menos que abonemos la teoría probabilística del
conocido estadígrafo y matemático Carlos S. Menem que se refiriera a “la
casualidad permanente”…
Entre 1977 y 2009 la tasa de cáncer de
tiroides, por ejemplo, se ha triplicado, con una incidencia ligeramente
mayor entre mujeres.
TASA DE CÁNCER DE TIROIDES
línea roja: glifosato aplicado a soja y maíz
línea verde: porcentaje de soja y maíz transgénicos
línea amarilla: varones
línea azul: mujeres
las barras: hombres y mujeres (obviamente, la semisuma de las líneas anteriores)
El gráfico vertical de la derecha señala
el porcentaje de maíz y soja transgénicos plantados. Y que el
glifosato aplicado es del orden de las mil toneladas.
Los de la izquierda, “incidencia por cien mil”
Respecto de los cánceres de hígado y
vesícula, en cambio, el aumento es de un orden similar, pero la
incidencia en varones es francamente mayor.[5]
Veamos el gráfico de "ataque agudo de
riñón”: de casi 5000 en 1996 han pasado a unos 22000 en 2009. Swanson
nos muestra la llamativa coincidencia en el trazado de la gráfica de la
enfermedad y la del uso del glifosato.
CANTIDAD DE HOSPITALIZACIONES POR ATAQUES RENALES AGUDOS
(superpuesto con glifosato aplicado a soja y maíz transgénico por mil ton.)
Los valores verticales a la izquierda son el número de hospitalizados en el rubro del título
Los valores verticales a la derecha es el glifosato aplicado a soja y maíz transgénicos
En obesidad, la población ha seguido tendencias claras al aumento entre 1995 y 2009, casi duplicada.
Hipertensión y nefritis, para el mismo período (1995-2009) casi se han cuadruplicado.
Abordemos el caso del autismo,
valiéndonos de uno de los gráficos presentados por Swanson. En las
décadas del '60 o '70 no llegaba al 1 por diez mil, y sigue con esa
frecuencia en la del '80 y hasta entrados los '90. En 1995 tiene un
salto escalofriante al 2 por mil (se multiplicó por 20)... y en 2010
había llegado al 11 por mil (se había multiplicado por 110). Swanson
presenta varios gráficos; nosotros transcribimos el de los enfermos en
el tramo etario de 6 a 21 años.
AUTISMO Y GLIFOSATO APLICADO A SOJA Y MAÍZ TRANSGÉNICOS
La columna de la izquierda nos da el
número de enfermos de autismo y la de la derecha, la cantidad de
glifosato aplicado a maíz y soja transgénicos por cada mil toneladas.
Las barras señalan la cantidad (anual) de casos de autismo y la línea roja el monto de glifosato usado.
La diabetes se ha extendido entre 1980 y
2009 de unos 500 000 casos nuevos anuales a casi 1 800 000, es decir,
otra vez, casi cuadruplicado.
La estadística total, de diabéticos
nuevos y crónicos, entre 1980 y 2010, implica el pasaje de 5 millones a
bastante más de 20 millones de afectados.
La fertilización asistida también se ha
cuadruplicado entre 1999 y 2008. Pero este caso se hace más patético si
pensamos en el cortísimo período estudiado, para tal aumento: si en
apenas 9 años hay que cuadruplicar la atención, esto está expresando
clarísimamente una pérdida de fecundidad natural.
El registro que presenta Swanson se
entrelaza y corrobora la investigación ya mencionada de mediados de los
’90, de Colborn, Peterson Myers y Dumanovski, quienes relevaron
preocupantes pérdidas de fertilidad y fallos de la sexualidad [6] en muchísimas especies de la fauna de EE.UU. (incluida la especie humana).
Swanson nos informa que la enfermedad de
alzheimer ha pasado entre 1990 y 2010 del puesto trigésimosegundo al
noveno en cuanto a la cantidad de muertos. Como se aprecia en el
gráfico, la correlación entre la gráfica de la enfermedad y la del
vuelco a soja y maíz transgénicos irrigados con glifosato es, muy
significativa. Prácticamente se ha más que decuplicado entre la década
del '80 y 2010. Y particularmente, la muerte por alzheimer: de 2 por
cien mil a entre 25 y 30 por cien mil. Se ha multiplicado por 15 en
menos de 30 años…
Repare el lector en el ritmo vertiginoso
de agravamiento. No hablamos de un 10%, un 30% de aumento; estamos
hablando en casi todos los casos de aumentos de 300% o 1000%...
MUERTES POR ALZHEIMER
La columna de la izquierda nos da las
muertes por cien mil habitantes y la de la derecha el glifosato aplicado
a soja y maíz transgénicos por cada mil toneladas.
Las barras dan la cantidad de muertos
por cada cien mil habitantes; la línea azul señala la cantidad de
glifosato aplicado y la roja el porcentaje de soja y maíz transgénicos
en los cultivos.
Como se ve, el aumento del uso de
agrotóxicos es imparable y con enormes avances por unidad de tiempo.
Obsérvese la coincidencia temporal entre el uso de agrotóxicos y los
decesos.
Aumentos de muertes con una
intensificación feroz, como si se tratara de una epidemia, solo que en
estas enfermedades no existe contagio, multiplicando casos en tan
escasos períodos… lo vemos en muchas enfermedades. Por ejemplo, con
parkinson y demencia senil.
La investigadora ha encontrado
significativas ligazones: por ejemplo, la curva de varios trastornos
intestinales sigue exactamente el mismo recorrido, la misma gráfica que
la expansión del maíz Bt. En este caso, en apenas 20 años −de 1990 a
2010− los trastornos se han quintuplicado.
La artritis reumatoidea ha tenido un
franco aumento, pero no con tanta intensidad como las enfermedades que
hemos reseñado: en casi veinte años, de 1991 a 2009, se ha duplicado.
¿Es el uso de agrotóxicos o transgénicos causa para el aumento de estas enfermedades o son meras simultaneidades?
Las gráficas correspondientes inclinan a
pensar que tiene que haber una relación muy fuerte entre los fenómenos
graficados. Que es por cierto, la conclusión de Nancy Swanson, aunque la
mera simultaneidad de los hechos registrados no implique correlación
necesaria alguna. Una cuestión ardua se plantea a la vista de las
asociaciones descriptas por Swanson y por los gráficos con que ilustra
esa descripción de la realidad que encara: ¿qué es lo que liga o
establece relaciones causales entre los daños por envenenamientos y los
avances arrolladores de tantas enfermedades?
Un elemento legitima fuertemente la
correlación: son los estudios médicos (existentes aunque escasos) de
quienes se han atrevido a diagnosticar el origen de las enfermedades
reseñadas en diversos pacientes expuestos más o menos directamente al
contacto con los cultivos transgénicos.[7]
Pese a la prescindencia de los médicos en general, los hay que se
atreven a hablar claro y rastrean el origen de muchas enfermedades ante
el uso de diversos contaminantes.
Este tipo de “comprobación” es
insuficiente para el alcance que procura atender Swanson; la población
en general y no los directamente afectados.
La autora se vale de los Coeficientes de
Correlación de Pearson, con los que los cuadros y gráficos compuestos
(algunos de los cuales hemos transcripto) presentan en general una
altísima correlación, lo cual permite asegurar también por esta otra vía
las ligazones establecidas.
Los OGMs son parte de un problema: no toda ni parte de la solución
Vimos como Swanson ha recorrido
(nosotros lo hemos hecho sumariamente) una verdadera lista de muertes
prematuras, de enfermedades altísimamente correlacionados con alimentos
transgénicos.
Del genetismo “crudo” al epigenetismo
Swanson hace en su trabajo, con
reiteradas citas de apoyo, un reconocimiento extraordinario a Arpad
Pusztai, quien fue el investigador detonante de toda la polémica sobre
la aceptación o el rechazo de los alimentos transgénicos. Interrogado a
mediados del último quinquenio del s. XX por el periodismo televisivo
escocés (aunque húngaro de origen, vivía e investigaba en Escocia) sobre
si él comería las papas transgénicas que estaba manipulando contestó
con un cortés “no” que se convirtió en ensordecedor en todo el planeta
en ese fin de siglo y le significó el despido inmediato del Rowett
Institute y la instalación de dos tribunales de colegas para examinar su
solvencia intelectual por un lado y su honorabilidad por otro. La
expulsión del mundo académico fue brutal. Las precauciones de Pusztai
sonaban a herejías y provocaciones en un momento en que la ingeniería
genética había calzado sus botas de siete leguas con el ”Dogma Central
de la Biología” establecido por los descubridores de la doble hélice del
ADN, Francis Crick y James Watson, “explicación” que simplificaba
“maravillosamente” los conocimientos o “conocimientos” de la herencia,
por ejemplo.
Pusztai, con su postura (llevaba 36 años
investigando en los laboratorios del Rowett Institute y en 1998 se lo
consideraba autoridad máxima mundial en el rubro de lectinas, un tipo
particular de proteínas) resultó un extraordinario “adelantado” porque
planteó la insuficiencia, la desconfianza, ante la idea de traslado
seguro y eficiente del rasgo desde el ADN a las proteínas pasando por el
ARN.
Dijo entonces: “El cuerpo va a
recibir una sustancia genéticamente modificada que ingresa a su sistema
digestivo como extraña (a causa del ADN mutado).” (cit. p. Swanson) Comentando su propia investigación Pusztai había puntualizado: “¡No
existe nada que se parezca a una selectividad absoluta! El mismo
proceso de modificación genética provoca mutaciones desconocidas e
incontrolables en la planta” (ibíd.) Observe el lector ahora, en
2013, que todas sus observaciones encajan como el guante a la mano con
el epigenetismo, que precisamente cuestiona y en realidad superó
definitivamente al “Dogma Central”, con su inexorabilidad y certeza en
las modificaciones genéticas y en los episodios vitales, en general.
La concepción epistemológica de Arpad Pusztai se revaloriza así, ¡y cómo!, con el tiempo.
Plásticos y transgénicos operan como enormes esterilizadores planetarios
¿Juegos de aprendiz de brujo?, generando
consecuencias impensadas?, o por el contrario, ¿planes de achicamiento
poblacional, arteramente programados?
Si uno repara en la forma en que los
alimentos transgénicos se han colado en nuestras vidas, tanto en las
sociedades en que vivimos como en nuestros comportamientos cotidianos,
en que se ha hecho tan pero tan difícil decidir si uno quiere o no comer
transgénicos, tenemos que llegar a la segunda hipótesis. No puede haber
habido tanto descuido con groserías conceptuales como el concepto de
“sustancialmente equivalentes”. Es demasiado penoso considerar que ese
nivel argumental expresa una calidad intelectual espontánea, verdadera,
que apenas entonaría con el nivel intelectual del menemato de la
Argentina de los ‘90, con su sarta impúdica de ignorancias y falsedades.
La decisión de las autoridades alimentarias y los laboratorios correspondientes de enchufar
los transgénicos contó con la insuficiente resistencia a todo
etiquetado de los que desconfiábamos y resistíamos los alimentos
transgénicos sin fuerza social suficiente, o si se quiere, porque los
operadores de la industria “biotecnológica” contaron con la aquiescencia
de la mayoría de la población para colocar sus productos “como si tal
cosa”. Otro prueba, indirecta, es la “literatura” de la información al
lector que religiosamente figura en todo alimento envasado, dándonos una
impresión de responsabilidad empresaria digna de mejor causa y que es
apenas el relato de nuestra presunta sapiencia alimentaria… El refresco
que viene provisto de JMAF; jarabe modificado de alta fructosa… lo de
modificado alude a modificación transgénica. Pero está dicho con un
recato... El frasquito de tentadora mermelada patagónica reza:
“Endulzado con AM”; pocos lectores pueden inteligir que se trata de
almidón transgénico.
Este lastimoso nivel de “información” y
conceptualización se cuela en muchas partes: ¿cómo explicar que en el
artículo 3 de la actual Ley de Semillas que se está aprobando en el
Legislativo venezolano, año 2013, se prohíba taxativamente semillas
transgénicas y en el mismo texto se explicite que el Instituto Nacional
de Semillas de Venezuela puede expedir “Certificados de Inocuidad
Biológica” para “organismos genéticamente modificados”? [8]
¿Cómo pueden alegar que la ley de semillas no admite transgénicos sobre
la base de tan penoso juego de palabras, un escamoteo de vocabulario
que da vergüenza ajena? Imaginamos la sonrisa indulgente de un
Grobocopatel…
La investigación de Swanson, como los
diversos trabajos que cuestionan severamente el curso actual,
“espontáneo”, oficial, de los acontecimientos, no ha despertado el
lógico escándalo que en sociedades con menos control ideológico, habría
levantado. Vivimos por lo visto, momentos de enorme postración psíquica y
política.
La que nos permite convivir con la
pobreza –la general y sistémica, pero también la particular con la que
tropezamos en cualquier vereda, en cualquier estación de subte−, la que
nos permite “seguir la vida cotidiana como si nada pasara” aun enterados
que la presidencia de EE.UU. está emitiendo drones mes a mes, semana a
semana, condenando a muerte a presuntos terroristas (a veces con sus
cónyuges o hijos o vecinos).
La que nos permite convivir con el
envenenamiento cotidiano; desde el automovilismo estandarizado hasta el
de la imagen cotidiana y machacona de comida tóxica (pero seductoramente
envuelta), con la propaganda para que comamos papilla con glutamato
monosódico, que nuestros niños (los pobres, sobre todo) consuman esas
golosinas en sobres plásticos cerrados que se rompen con los dientes
mientras se ingieren algunas partículas no precisamente saludables…
La corrupción rampante
La parte final de artículo de Swanson
repasa el estado sanitario actual de EE.UU. (actual en este caso es
nuestro presente; abril 2013) y revela que las estadísticas nos daban un
12,8 % de enfermedades infantiles en 1994, el momento en que se inunda
el mercado con alimentos transgénicos, y que en 2006 ese porcentaje se
ha más que duplicado, 26,6 % (asma, obesidad, problemas de
comportamiento y aprendizaje). Guarismos sin precedentes −afirma
Swanson− en la historia de EE.UU.
Su conclusión es que las decisiones públicas, de la FDA “se han basado en consideraciones políticas, no científicas”.
Y que eso se expresó en el conocido mecanismo de “las puertas giratorias”.[9]
Esta discrecionalidad en el ejercicio
del poder, en este caso aureolado por lo tecnocientí-fico hace sus
avances valido de un imaginario social que lo exonera de
responsabilidad.
El presupuesto legitimador del mundo académico
Existe, sobre todo en el mundo
académico, la idea, más bien el preconcepto, de que toda técnica es
buena. No se lo formula así, puesto que es “políticamente incorrecto”.
Se dice más bien: la técnica es neutra y depende del uso que uno haga de
ella, si sirve o no, como el bisturí usado para salvar vidas o para
arrebatarla. O la energía nuclear, tan bienvenida como energía y tan
infausta como explosivo… A los investigadores en general, tanto
científicos como tecnólogos, se les escapa, no pueden admitir que se
puedan crear técnicas nocivas o negativas… (siempre será su uso, en todo
caso, lo negativo).
Lo que obvian estos académicos es mirar
realmente de donde provienen tantas innovaciones técnicas. Las fuerzas
motrices. Muchísimas son del universo militar (el Pentágono es una
verdadera fábrica de creaciones tecnológicas, y muchos de sus aportes
–para complejizarlo todo− han sido muy bien incorporados a la sociedad y
a la vida civil, por ejemplo todo lo que tiene que ver con el cuidado
de ojos, con la cronobiología, y tantos otros rubros). Muchísimas, del
mundo empresario, también a menudo muy bien recibidas, aunque hayan sido
concebidas para atender a su proveedor, el capital inversor, no a la
población…
Tenemos desarrollos útiles desde
instituciones de muy diverso tipo; desde centros de investigación que
reputamos de calidad hasta otros que no estimamos útiles sino más bien
nocivos. Pero eso no quiere decir que todos los desarrollos tecnológicos se legitimen por su mera existencia.
El quid de los tecnodesarrollos es que no suelen tener retroceso. Es arduo reintroducirse en la ignorancia. Y si lo que se descubre no conforma (incluso a nadie), se le buscará aplicaciones para rescatarlos siquiera en un punto.
Uno bien podría preguntarse si el
cigarrillo fue un avance. Por cierto que el tabaco ganó comodidad en la
población, pero parecería que toda la técnica de embolsar pequeñas
cantidades de tabaco en papel alquitranado no ha sido particularmente
sensato… lo mismo se han planteado algunas autoridades hospitalarias
(suecas) sobre el envasado de sangre en plástico (abandonando los
trabajosos, pero absolutamente seguros e inertes recipientes de vidrio).
Más en general, podríamos decir que hemos diseñado espantosos sistemas
de destino “final” de desechos. Y que su acumulación, su patogenicidad y
su contaminación creciente y expansiva, nos traerá problemas que hoy
apenas si podemos vislumbrar…
He aquí tres ejemplos de tecnologías
nefastas, y todas ellas de enorme implantación social. Y consideramos,
por lo que hemos descrito sumariamente, que los transgénicos adolecen
del mismo defecto.
El trabajo de Nancy Swanson nos pone una
vez más ante una gran estafa, en rigor una gran jugada imperial usando
“los alimentos como armas de destrucción masiva” (Paul Nicholson)
–aspecto clave que Swanson no aborda−.
Nos recuerda, sí, la existencia de controles más presuntos que reales, y
nos deja ante una pregunta que entendemos imperioso responder: ¿hay una
política atrás de esta comida, masiva, barata y chatarra, para cuerpos
cada vez más dependientes? ¶
En términos estrictamente lógicos, igual
reparo se podría haber hecho al ingreso de medicamentos transgénicos a
los cuerpos humanos, un par de décadas antes, pero la diferencia de los
volúmenes en juego, de la cantidad de usuarios y de su masividad,
permitirían distinguir las situaciones…
“Genetically Modified Organisms and the deterioration of health in the US”, SeattleExaminer, 24/4/2013, en varias entregas.
Algo similar había acaecido cuando en
el cambio de siglo los laboratorios exhibieron muy orondos sus logros de
técnicas de paralización de crecimiento vegetal y de rehabilitación de
dicha actividad mediante dispositivos químicos; las técnicas GURT
(Genetic use restriction technology, Tecnología para restricciones
genéticas) mediante las cuales las plantas pueden dejar de ser fértiles y
llegar a cometer ”suicidio”, generando semillas –valga la contradicción
en sus términos− estériles. Lo que para la industria laboratoril que
había desembarcado en el mundo agrícola eran proezas tecnológicas, fue
recibido por campesinos en general y población rural dedicada a vivir de
y con la naturaleza, como un verdadero atentado y la reacción fue de
tal envergadura (en Europa, en los mismos EE.UU., en Asia; otra vez nada
de eso prácticamente circuló en nuestra región platense), que la
reacción logró arrancarle a empresas como Monsanto “el compromiso” de no
llevar al mercado las técnicas GURT, incluyendo la bautizada semilla
Terminator, que engendra, precisamente, una única vez.
Our Stolen Future, Theo Colborn, John Peterson Myers y Dianne Dumanovski, 1996. La traducción al castellano, Nuestro futuro robado,
EcoEspaña, Madrid, 2001, nada dice de la edición original… à la
española… Por lo demás, curiosamente, la edición madrileña jamás ha
llegado a Argentina.
Remitimos al lector al original, en inglés, “Genetically Modified Organisms… que ya citamos en n. 2.
Observe el lector que estos
investigadores no andan explorando “nuevas sexualidades” ni
flexibilización de las condiciones sexuales o de género sino que
derechamente mencionan falsos embarazos, el rol de gaviotas machos
asumidos por gaviotas hembras, la imposibilidad de apareamiento de
cocodrilos, la disminución de esperma en varias especies como
alteraciones de la sexualidad, es decir fenómenos biológicos.
Los alimentos transgénicos han tenido
hasta ahora dos atributos principales (en sus primeros 15 o 20 años): se
ha hecho la transgénesis Bt para incorporar un veneno, un nematicida a
plantas, y se ha hecho la RR para permitir el uso “generoso” de un
herbicida. Los “fundamentos epistemológicos” han sido que un veneno
nematicida sólo ataca gusanos y que un herbicida sólo mata hierbas…
Algunos sospechamos de tan severas fronteras dentro de la vida.
Sospechamos que se nos hace partícipes ignaros e involuntarios de un
cierto envenenamiento difuso. Que Swanson con su investigación está
sacando, una vez más, a luz…
Marcos Piña, “Ley Monsanto” genera controversias en Asamblea Nacional de Venezuela”, <Matrizur.org>.
Se la llama así, “revolving doors”,
las “movidas” mediante las cuales, las empresas incorporan en su plantel
supremo connotados “hombres públicos” que han ejercido diversas
fiscalías o puestos en comisiones claves, y a la vez, el estado
incorpora como miembros conspicuos de sus consejos de control y de
supervisión a directores o gerentes supremos de empresas que son
teóricamente fiscalizadas por el estado. Estos nombramientos, y hasta
los mismos individuos suelen ir de un lado a otro más de una vez y
sustituyen toda objetividad y distancia por padrinazgo y
discrecionalidad en la toma de decisiones.
De:
http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/75603-una-tesis-escalofriante-la-invasion-transg%C3%A9nica-y-el-deterioro-de-la-salud.html
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