martes, 7 de enero de 2014

La invasión transgénica y el deterioro de la saludNew article

A Swanson le preocupaba la incorporación de alimentos transgénicos a la dieta humana llevada a cabo de modo tan desproblematizado, como si se tratara de una modificación de detalle o de orden administrativo. Es decir, tuvo la misma reacción que tuvimos muchos que tomamos contacto con la cuestión y rechazamos su secreteo y la nonchalance con que las empresas y los organismos públicos avanzaron con “la novedad”.

Swanson no podía comparar simultáneamente (nadie puede) dietas transgénicas y dietas convencionales porque “el trabajo” de lobbying de los emporios de la ingeniería genética se negaron de manera radical al etiquetado de alimentos transgénicos y no hubo instancia pública ni resistencia social que los venciera, con lo cual se perdió históricamente toda posibilidad de rastreo de los posibles efectos que tales alimentos podían provocar (o no) en la especie humana en particular y en los organismos vivos en general y se perdió así la posibilidad de comparar grupos humanos que ingirieran alimentos transgénicos con grupos que no lo hicieran.

Desde mediados de los ’90 en que “entran al mercado tales alimentos” no existió un solo organismo regulador que les torciera el brazo en EE.UU. y la situación en el resto del mundo no es mucho más auspiciosa: hay estados que han prohibido su producción, pero no su consumo, como Francia y Alemania; hay estados que han prohibido los transgénicos en general, pero coexisten con ellos, violando sus propias leyes, como Venezuela; los hay, como Zambia y Zimbabwe, que bajo la presión de organismos de la ONU, como el PMA, los han aceptado a regañadientes para consumo –a causa de hambrunas devastadoras que estaban sufriendo? pero no para producción propia; en otros que los han prohibido no resulta fácil verificar su alcance… En Brasil, por ejemplo, hubo una resistencia inicial contra los transgénicos, tanto desde algún sector político como gremial –el MST–, que generó enormes tensiones que los fazendeiros, interesados en la rentabilidad, supieron aplicar muy bien, desmoronando esa resistencia. Hay estados, como Argentina y Uruguay, donde no existe prohibición alguna, y más bien al contrario, aunque la propaganda oficial uruguaya todavía siga invocando “Uruguay país natural”, como un aporte más a la esquizofrenia política del gobierno del Fraude Amplio.


El único estado del que conozco una negativa total y absoluta a la producción y al consumo de alimentos transgénicos, tanto vegetales como animales, es Noruega.
Pero volvamos a EE.UU. Queriendo conocer si había habido o no deterioro de la calidad alimentaria Swanson no podía, por lo que acabamos de decir, comparar en términos contemporáneos y le quedó únicamente el recurso de comparar en términos cronológicos, momentos en este caso de la historia reciente de EE.UU.
Para lo cual tomó una serie de datos.2
Por ejemplo, registró exhaustivamente los alimentos transgénicos aprobados por la FDA (por su sigla en inglés, la Dirección Federal de Alimentos y Medicamentos). Vio que eran muchísimos para forraje o comida para animales, pero también unos cuantos para consumo humano: alfalfa, canola, maíz, melón, papaya, ciruelas, papas, radicheta púrpura, arroz, soja, remolacha, tomate, trigo…
Observe el lector que entre los “eventos transgénicos” figura el trigo. ¡Menuda cuestión!
Avatares de la ingeniería genética rebautizada biotecnología
Cuando los laboratorios de ingeniería genética iniciaron la aplicación de su técnica, se dieron cuenta que había vegetales con una estructura genética mucho más sencilla, que les facilitaba la transgénesis, es decir la inserción en una planta de un gen de otra especie con lo que se buscaba agregarle un rasgo hasta entonces ajeno a la naturaleza de esa planta. Era el caso de la soja y el maíz. Pero, poco a poco fueron acercándose a la transgénesis de plantas más complejas para encarar esa operación. Así, cuando a fines de los ’90, tales laboratorios, con Monsanto a la cabeza (y Syngenta, Bayer, Dow Chemical, Dupont, entre los punteros) prometieron la inminencia de arroces y trigos transgénicos, se elevó un movimiento de protesta de alcance mundial (aunque no bañó las orillas del Plata), de agricultores que les arrancaron a la industria ?que ya entonces había abandonado por razones de imagen la ortopédica designación de “ingeniería genética” y adoptado la mucho más glamorosa (aunque menos precisa) de “biotecnología”? la promesa de no avanzar con la transgénesis de trigo y arroz, considerados los dos alimentos básicos del planeta.3 El relevamiento de Swanson revela que el freno no fue durable.
El listado que acabamos de ver se refiere a vegetales que, aunque con diferencias en los momentos de implantación ?la más vieja o "decana" es la soja?, desde mediados de los '90, al momento actual constituyen algo más del 90% del consumo total de alimentos vegetales en EE.UU. (sin temor a equivocarnos, podríamos estimar para Argentina, algo por el estilo). Observe el lector el grado de dependencia en que ha ido entrando EE.UU. (¿y Argentina?) respecto de los alimentos transgénicos.
Swanson establece los términos de la cuestión. Me permito la cita de un párrafo completo de su presentación, que titula: “Los datos muestra correlación entre aumento de enfermedades orgánicas y alimentos transgénicos”:
“Los datos sobre prevalencia e incidencia muestran una correlación entre enfermedades orgánicas y el aumento de comida transgénica en la provisión de alimentos, al mismo tiempo que un aumento de aplicaciones de herbicidas basados en glifosato. Cada vez más investigaciones revelan los efectos cancerígenos y de disrupción endócrina del Roundup a dosis más bajas que las autorizadas como residuos hallados en alimentos transgénicos”.
A propósito de esta observación de Swanson, existe una investigación de Colborn, Peterson y Dumanovski 4 que verificaba como uno de los núcleos problemáticos para la pérdida de fertilidad de diversas especies animales (humanos incluidos… ¿y vegetales?) la presencia de disruptores endócrinos (alteradores de hormonas). Sólo que la investigación, resumida en Nuestro futuro robado, ponía el acento en una causa entonces principal (no existían transgénicos); la presencia de plásticos, de termoplásticos, absorbidos involuntaria e inconscientemente por seres vivos. El trabajo de los biólogos estadounidenses, de los ’90, y este otro de Swanson revelan diversos factores causales de disrupción endócrina. Estamos, propiamente, asediados…
Un curioso y penoso paralelismo: venenos rurales y enfermedades
Yendo al análisis emprendido ante el desarrollo de diversas enfermedades, en EE.UU., Swanson ha verificado que la expansión de cánceres de tiroides se ha disparado junto con la implantación de plantas transgénicas “aptas” para el uso de glifosato: extraña coincidencia, a menos que abonemos la teoría probabilística del conocido estadígrafo y matemático Carlos S. Menem que se refiriera a “la casualidad permanente”…
Entre 1977 y 2009 la tasa de cáncer de tiroides, por ejemplo, se ha triplicado, con una incidencia ligeramente mayor entre mujeres.

¿Es el uso de agrotóxicos o transgénicos causa para el aumento de estas enfermedades o son meras simultaneidades?
Las gráficas correspondientes inclinan a pensar que tiene que haber una relación muy fuerte entre los fenómenos graficados. Que es por cierto, la conclusión de Nancy Swanson, aunque la mera simultaneidad de los hechos registrados no implique correlación necesaria alguna. Una cuestión ardua se plantea a la vista de las asociaciones descriptas por Swanson y por los gráficos con que ilustra esa descripción de la realidad que encara: ¿qué es lo que liga o establece relaciones causales entre los daños por envenenamientos y los avances arrolladores de tantas enfermedades?
Un elemento legitima fuertemente la correlación: son los estudios médicos (existentes aunque escasos) de quienes se han atrevido a diagnosticar el origen de las enfermedades reseñadas en diversos pacientes expuestos más o menos directamente al contacto con los cultivos transgénicos.7 Pese a la prescindencia de los médicos en general, los hay que se atreven a hablar claro y rastrean el origen de muchas enfermedades ante el uso de diversos contaminantes.
Este tipo de “comprobación” es insuficiente para el alcance que procura atender Swanson; la población en general y no los directamente afectados.
La autora se vale de los Coeficientes de Correlación de Pearson, con los que los cuadros y gráficos compuestos (algunos de los cuales hemos transcripto) presentan en general una altísima correlación, lo cual permite asegurar también por esta otra vía las ligazones establecidas.
Los OGMs son parte de un problema: no toda ni parte de la solución
Vimos como Swanson ha recorrido (nosotros lo hemos hecho sumariamente) una verdadera lista de muertes prematuras, de enfermedades altísimamente correlacionados con alimentos transgénicos.
Del genetismo “crudo” al epigenetismo
Swanson hace en su trabajo, con reiteradas citas de apoyo, un reconocimiento extraordinario a Arpad Pusztai, quien fue el investigador detonante de toda la polémica sobre la aceptación o el rechazo de los alimentos transgénicos. Interrogado a mediados del último quinquenio del s. XX por el periodismo televisivo escocés (aunque húngaro de origen, vivía e investigaba en Escocia) sobre si él comería las papas transgénicas que estaba manipulando contestó con un cortés “no” que se convirtió en ensordecedor en todo el planeta en ese fin de siglo y le significó el despido inmediato del Rowett Institute y la instalación de dos tribunales de colegas para examinar su solvencia intelectual por un lado y su honorabilidad por otro. La expulsión del mundo académico fue brutal. Las precauciones de Pusztai sonaban a herejías y provocaciones en un momento en que la ingeniería genética había calzado sus botas de siete leguas con el ”Dogma Central de la Biología” establecido por los descubridores de la doble hélice del ADN, Francis Crick y James Watson, “explicación” que simplificaba “maravillosamente” los conocimientos o “conocimientos” de la herencia, por ejemplo.
Pusztai, con su postura (llevaba 36 años investigando en los laboratorios del Rowett Institute y en 1998 se lo consideraba autoridad máxima mundial en el rubro de lectinas, un tipo particular de proteínas) resultó un extraordinario “adelantado” porque planteó la insuficiencia, la desconfianza, ante la idea de traslado seguro y eficiente del rasgo desde el ADN a las proteínas pasando por el ARN.
Dijo entonces: “El cuerpo va a recibir una sustancia genéticamente modificada que ingresa a su sistema digestivo como extraña (a causa del ADN mutado).” (cit. p. Swanson) Comentando su propia investigación Pusztai había puntualizado: “¡No existe nada que se parezca a una selectividad absoluta! El mismo proceso de modificación genética provoca mutaciones desconocidas e incontrolables en la planta” (ibíd.) Observe el lector ahora, en 2013, que todas sus observaciones encajan como el guante a la mano con el epigenetismo, que precisamente cuestiona y en realidad superó definitivamente al “Dogma Central”, con su inexorabilidad y certeza en las modificaciones genéticas y en los episodios vitales, en general.
La concepción epistemológica de Arpad Pusztai se revaloriza así, ¡y cómo!, con el tiempo.
Plásticos y transgénicos operan como enormes esterilizadores planetarios
¿Juegos de aprendiz de brujo? ¿generando consecuencias impensadas?, o por el contrario, ¿planes de achicamiento poblacional, arteramente programados?
Si uno repara en la forma en que los alimentos transgénicos se han colado en nuestras vidas, tanto en las sociedades en que vivimos como en nuestros comportamientos cotidianos, en que se ha hecho tan pero tan difícil decidir si uno quiere o no comer transgénicos, tenemos que llegar a la segunda hipótesis. No puede haber habido tanto descuido con groserías conceptuales como el concepto de “sustancialmente equivalentes”. Es demasiado penoso considerar que ese nivel argumental expresa una calidad intelectual espontánea, verdadera, que apenas entonaría con el nivel intelectual del menemato de la Argentina de los ‘90, con su sarta impúdica de ignorancias y falsedades.
La decisión de las autoridades alimentarias y los laboratorios correspondientes de enchufar los transgénicos contó con la insuficiente resistencia a todo etiquetado de los que desconfiábamos y resistíamos los alimentos transgénicos sin fuerza social suficiente, o si se quiere, porque los operadores de la industria “biotecnológica” contaron con la aquiescencia de la mayoría de la población para colocar sus productos “como si tal cosa”. Otro prueba, indirecta, es la “literatura” de la información al lector que religiosamente figura en todo alimento envasado, dándonos una impresión de responsabilidad empresaria digna de mejor causa y que es apenas el relato de nuestra presunta sapiencia alimentaria… El refresco que viene provisto de JMAF; jarabe modificado de alta fructosa… lo de modificado alude a modificación transgénica. Pero está dicho con un recato... El frasquito de tentadora mermelada patagónica reza: “Endulzado con AM”; pocos lectores pueden inteligir que se trata de almidón transgénico.
Este lastimoso nivel de “información” y conceptualización se cuela en muchas partes: ¿cómo explicar que en el artículo 3 de la actual Ley de Semillas que se está aprobando en el Legislativo venezolano, año 2013, se prohíba taxativamente semillas transgénicas y en el mismo texto se explicite que el Instituto Nacional de Semillas de Venezuela puede expedir “Certificados de Inocuidad Biológica” para “organismos genéticamente modificados”? 8 ¿Cómo pueden alegar que la ley de semillas no admite transgénicos sobre la base de tan penoso juego de palabras, un escamoteo de vocabulario que da vergüenza ajena? Imaginamos la sonrisa indulgente de un Grobocopatel…
La investigación de Swanson, como los diversos trabajos que cuestionan severamente el curso actual, “espontáneo”, oficial, de los acontecimientos, no ha despertado el lógico escándalo que en sociedades con menos control ideológico, habría levantado. Vivimos por lo visto, momentos de enorme postración psíquica y política.
La que nos permite convivir con la pobreza –la general y sistémica, pero también la particular con la que tropezamos en cualquier vereda, en cualquier estación de subte?, la que nos permite “seguir la vida cotidiana como si nada pasara” aun enterados que la presidencia de EE.UU. está emitiendo drones mes a mes, semana a semana, condenando a muerte a presuntos terroristas (a veces con sus cónyuges o hijos o vecinos).
La que nos permite convivir con el envenenamiento cotidiano; desde el automovilismo estandarizado hasta el de la imagen cotidiana y machacona de comida tóxica (pero seductoramente envuelta), con la propaganda para que comamos papilla con glutamato monosódico, que nuestros niños (los pobres, sobre todo) consuman esas golosinas en sobres plásticos cerrados que se rompen con los dientes mientras se ingieren algunas partículas no precisamente saludables…
La corrupción rampante
La parte final de artículo de Swanson repasa el estado sanitario actual de EE.UU. (actual en este caso es nuestro presente; abril 2013) y revela que las estadísticas nos daban un 12,8 % de enfermedades infantiles en 1994, el momento en que se inunda el mercado con alimentos transgénicos, y que en 2006 ese porcentaje se ha más que duplicado, 26,6 % (asma, obesidad, problemas de comportamiento y aprendizaje). Guarismos sin precedentes ?afirma Swanson? en la historia de EE.UU.
Su conclusión es que las decisiones públicas, de la FDA “se han basado en consideraciones políticas, no científicas”.
Y que eso se expresó en el conocido mecanismo de “las puertas giratorias”.9
Esta discrecionalidad en el ejercicio del poder, en este caso aureolado por lo tecnocientí-fico hace sus avances valido de un imaginario social que lo exonera de responsabilidad.
El presupuesto legitimador del mundo académico
Existe, sobre todo en el mundo académico, la idea, más bien el preconcepto, de que toda técnica es buena. No se lo formula así, puesto que es “políticamente incorrecto”. Se dice más bien: la técnica es neutra y depende del uso que uno haga de ella, si sirve o no, como el bisturí usado para salvar vidas o para arrebatarla. O la energía nuclear, tan bienvenida como energía y tan infausta como explosivo… A los investigadores en general, tanto científicos como tecnólogos, se les escapa, no pueden admitir que se puedan crear técnicas nocivas o negativas… (siempre será su uso, en todo caso, lo negativo).
Lo que obvian estos académicos es mirar realmente de donde provienen tantas innovaciones técnicas. Las fuerzas motrices. Muchísimas son del universo militar (el Pentágono es una verdadera fábrica de creaciones tecnológicas, y muchos de sus aportes –para complejizarlo todo? han sido muy bien incorporados a la sociedad y a la vida civil, por ejemplo todo lo que tiene que ver con el cuidado de ojos, con la cronobiología, y tantos otros rubros). Muchísimas, del mundo empresario, también a menudo muy bien recibidas, aunque hayan sido concebidas para atender a su proveedor, el capital inversor, no a la población…
Tenemos desarrollos útiles desde instituciones de muy diverso tipo; desde centros de investigación que reputamos de calidad hasta otros que no estimamos útiles sino más bien nocivos. Pero eso no quiere decir que todos los desarrollos tecnológicos se legitimen por su mera existencia.
El quid de los tecnodesarrollos es que no suelen tener retroceso. Es arduo reintroducirse en la ignorancia. Y si lo que se descubre no conforma (incluso a nadie), se le buscará aplicaciones para rescatarlos siquiera en un punto.
Uno bien podría preguntarse si el cigarrillo fue un avance. Por cierto que el tabaco ganó comodidad en la población, pero parecería que toda la técnica de embolsar pequeñas cantidades de tabaco en papel alquitranado no ha sido particularmente sensato… lo mismo se han planteado algunas autoridades hospitalarias (suecas) sobre el envasado de sangre en plástico (abandonando los trabajosos, pero absolutamente seguros e inertes recipientes de vidrio). Más en general, podríamos decir que hemos diseñado espantosos sistemas de destino “final” de desechos. Y que su acumulación, su patogenicidad y su contaminación creciente y expansiva, nos traerá problemas que hoy apenas si podemos vislumbrar…
He aquí tres ejemplos de tecnologías nefastas, y todas ellas de enorme implantación social. Y consideramos, por lo que hemos descrito sumariamente, que los transgénicos adolecen del mismo defecto.
El trabajo de Nancy Swanson nos pone una vez más ante una gran estafa, en rigor una gran jugada imperial usando “los alimentos como armas de destrucción masiva” (Paul Nicholson) –aspecto clave que Swanson no aborda?. Nos recuerda, sí, la existencia de controles más presuntos que reales, y nos deja ante una pregunta que entendemos imperioso responder: ¿hay una política atrás de esta comida, masiva, barata y chatarra, para cuerpos cada vez más dependientes?

De:
http://panamaon.com/noticias/ultima-hora/1138366-la-invasion-transgenica-y-el-deterioro-de-la-saludnew-article.html

 

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