Pero gracias a la Ley Federal de Acceso a la Información Pública sabemos con certeza que, entre otras, Monsanto ha sembrado en Chiapas 18 mil 911 hectáreas de soya transgénica.
Gracias a los estudios de Elena Álvarez Buylla y Alma Piñeiro (Coords. de El maíz en peligro ante los transgénicos, UNAM/UCCS, 2013) sabemos que la liberación de organismos genéticamente modificados −y en especial del maíz− en México, por ser el “centro de origen” del grano, los efectos que podrían generarse no sólo en la producción, sino en la salud humana serían extraordinarios.
Nunca olvidemos que el maíz transgénico de Monsanto ni siquiera es clasificado como alimento sino como “insecticida” (a causa de tener incluido el Bacillus thuringiensis, un insecticida, en su interior: Cfr. entrevista a Marie Monique Robin, 4.03.2014).
En el texto de las Dras. Álvarez Buylla y Piñeiro queda perfectamente claro que no está descartado que cuando los genes de maíz transgénico se introducen en nuestro organismo pueden ocurrir daños graves que se traducen en enfermedades también graves (Cfr. López Revilla y Martínez Debat: “Riesgos potenciales no previstos de los alimentos transgénicos”, en El maíz en peligro…, UNAM/UCCS, 2013).
Y la empresa Monsanto, la principal promotora de esos productos en nuestro país… ¡está ligada a la cruzada contra el hambre de Enrique Peña Nieto! Parece que de lo que se trata con dicha “cruzada” es de promover la enfermedad y el envenenamiento de los mexicanos, además de la pérdida de la poca suficiencia alimentaria que aún poseemos.
Esa empresa, además, ha sido promotora de innumerables desgracias en el mundo. Ella fue la productora del agente naranja que sembró muerte, destrucción y enfermedades mutagénicas no sólo entre los vietnamitas sino entre los propios soldados americanos que combatían contra ellos. Ese producto (Dioxina) convertido en herbicida comercial envenenó tanto a habitantes de Virginia y Missouri (EEUU) como de Seveso y hasta en Bhopal (producido por Union Carbide). Monsanto es productora también de los PCBs (Bifenilos policlorados), uno de los doce contaminantes más dañinos según las Naciones Unidas y el cual fue empleado masivamente en el mundo hasta su prohibición (Cfr. The complete History of Monsanto, The World’s Most Evil Corporation, Walking Times, June 20, 2014).
Es también vergonzosa la promoción que el gobierno de los Estados Unidos ha hecho de la empresa, mostrando claramente el poder corruptor de la transnacional. Al respecto recordemos el cable de los WikiLeaks “US targets EU over GM crops” (3.01.2011) donde se revelan las cartas del embajador de los EEUU en la Unión europea, Craig Stapleton, solicitando al entonces presidente George Bush que sancionase a las naciones de Europa que rechazaban sus Organismos Genéticamente Modificados (OGM). Recomendaba, asimismo, presionar al Papa para que apoyase a los transgénicos pues “muchos obispos católicos en los países en desarrollo se habían opuesto vehementemente a los
granos OGM”. Como bien sabemos, el Vaticano ya
había mostrado su aprobación de los OGM. Desde el 2004 la Academia
Vaticana había publicado el “Documento-estudio sobre el uso de plantas
comestibles genéticamente modificadas para combatir el hambre en el
mundo”. En dicho documento se afirma que “la tecnología de ingeniería
genética puede combatir deficiencias nutricionales a través de
modificaciones que proporcionen micronutrientes esenciales” y que “su
aplicación en “el desarrollo de resistencia ante insectos ha llevado a
la educción en el uso de insecticidas químicos”.
Al respecto no podemos sino señalar la falta del conocimiento, por parte de la Academia Vaticana, del valioso trabajo de Ignacio Chapela y David Quist (Transgenic DNA introgressed into traditional maize landtraces in Oaxaca, México, Nature, 414, 2001) o del valioso estudio del Rodale Institute (Pennsylvania, USA, 2010), el cual comparó la productividad de los cultivos orgánicos, convencionales y con transgénicos de maíz. Y luego de 30 años de investigación concluyeron que la producción orgánica de maíz, indica el estudio, fue superior en un 20% a la de la agricultura que usó agroquímicos. La producción orgánica también fue superior a la que usó transgénicos (la cual sólo superó en menos de un 10% a los cultivos convencionales). Los cultivos orgánicos, asimismo, soportaron mejor las sequías.
Desde el punto de vista económico los cultivos orgánicos fueron también los mejores: los agricultores recibieron tres veces más ganancias que los que cultivaron de manera convencional y, además, crearon 30% más empleos que los otros, por lo que las ganancias se distribuyeron mejor (en salarios). Y eso también fue válido en la comparación con los transgénicos (a causa del elevado costo de los herbicidas específicos para ellos). En resumen, el estudio del Rodale Intitute mostró que era mucho mejor, desde todo punto de vista, cultivar la tierra de manera orgánica que con agroquímicos y transgénicos.
Lo más curioso de todo esto es que, después de promocionar los OGM para el consumo de los pobres del mundo… el mismo Papa Juan Pablo II ordenó construir un huerto en el Vaticano donde un grupo de religiosas sembrasen todo orgánicamente, sin usar pesticidas ni fertilizantes inorgánicos… ¡y mucho menos OGM! Que curioso acto… por no denominarlo hipócrita.
Como indica el Dr. José Sarukhan en el prólogo del estudio de las Dras. Álvarez Buylla y Piñeiro: el maíz transgénico, en primer lugar, no genera “mayores rendimientos”, por ello “Nos encontramos pues ante la disyuntiva de arriesgar la riqueza (no sólo en términos de la diversidad genética, sino directamente de potencial económico) que las sesenta variedades nativas de maíz representan como opciones de mejoramiento de nuevas variedades adaptadas a nuevas y desconocidas condiciones ambientales, no sólo en nuestro país, sino globalmente, por la introducción comercial de líneas transgénicas actuales que no representan ventaja alguna para la agricultura nacional” (El maíz en peligro, op. cit., p. 13).
Y esos productos, lamento informarle, ya estamos consumiéndolos. En nuestro país, como en los EEUU, no es necesario que las etiquetas de los productos indiquen si contienen o no transgénicos. Y gracias a Greenpeace sabemos bien que Coca Cola, Minsa, Maseca y muchos otros productos industrializados, los contienen.
Y no se trata sólo del maíz, entre 2008 y 2012 se sembró, también en Chiapas, soya modificada genéticamente en más de 5 mil hectáreas.
¿Hasta cuando permitiremos que empresas tan depredadoras como Monsanto, aliadas a los EEUU, el Vaticano y el gobierno de Peña Nieto envenenen al pueblo mexicano?
tamayo58@gmail.com
Al respecto no podemos sino señalar la falta del conocimiento, por parte de la Academia Vaticana, del valioso trabajo de Ignacio Chapela y David Quist (Transgenic DNA introgressed into traditional maize landtraces in Oaxaca, México, Nature, 414, 2001) o del valioso estudio del Rodale Institute (Pennsylvania, USA, 2010), el cual comparó la productividad de los cultivos orgánicos, convencionales y con transgénicos de maíz. Y luego de 30 años de investigación concluyeron que la producción orgánica de maíz, indica el estudio, fue superior en un 20% a la de la agricultura que usó agroquímicos. La producción orgánica también fue superior a la que usó transgénicos (la cual sólo superó en menos de un 10% a los cultivos convencionales). Los cultivos orgánicos, asimismo, soportaron mejor las sequías.
Desde el punto de vista económico los cultivos orgánicos fueron también los mejores: los agricultores recibieron tres veces más ganancias que los que cultivaron de manera convencional y, además, crearon 30% más empleos que los otros, por lo que las ganancias se distribuyeron mejor (en salarios). Y eso también fue válido en la comparación con los transgénicos (a causa del elevado costo de los herbicidas específicos para ellos). En resumen, el estudio del Rodale Intitute mostró que era mucho mejor, desde todo punto de vista, cultivar la tierra de manera orgánica que con agroquímicos y transgénicos.
Lo más curioso de todo esto es que, después de promocionar los OGM para el consumo de los pobres del mundo… el mismo Papa Juan Pablo II ordenó construir un huerto en el Vaticano donde un grupo de religiosas sembrasen todo orgánicamente, sin usar pesticidas ni fertilizantes inorgánicos… ¡y mucho menos OGM! Que curioso acto… por no denominarlo hipócrita.
Como indica el Dr. José Sarukhan en el prólogo del estudio de las Dras. Álvarez Buylla y Piñeiro: el maíz transgénico, en primer lugar, no genera “mayores rendimientos”, por ello “Nos encontramos pues ante la disyuntiva de arriesgar la riqueza (no sólo en términos de la diversidad genética, sino directamente de potencial económico) que las sesenta variedades nativas de maíz representan como opciones de mejoramiento de nuevas variedades adaptadas a nuevas y desconocidas condiciones ambientales, no sólo en nuestro país, sino globalmente, por la introducción comercial de líneas transgénicas actuales que no representan ventaja alguna para la agricultura nacional” (El maíz en peligro, op. cit., p. 13).
Y esos productos, lamento informarle, ya estamos consumiéndolos. En nuestro país, como en los EEUU, no es necesario que las etiquetas de los productos indiquen si contienen o no transgénicos. Y gracias a Greenpeace sabemos bien que Coca Cola, Minsa, Maseca y muchos otros productos industrializados, los contienen.
Y no se trata sólo del maíz, entre 2008 y 2012 se sembró, también en Chiapas, soya modificada genéticamente en más de 5 mil hectáreas.
¿Hasta cuando permitiremos que empresas tan depredadoras como Monsanto, aliadas a los EEUU, el Vaticano y el gobierno de Peña Nieto envenenen al pueblo mexicano?
tamayo58@gmail.com
De:
http://www.jornadamorelos.com/2014/9/7/politica_nota_06.php
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