Antonio Turrent Fernández*
La Jornada
El maíz transgénico
no nos hace falta para la autosuficiencia alimentaria. Privatiza las
ganancias mientras socializa el riesgo y persigue el totalitarismo
alimentario. En su más reciente embestida, los consorcios
multinacionales de semillas transgénicas buscan sorprender a los
gobiernos de los países en desarrollo que, como el de México, funcionan
desconectados de sus comunidades científicas independientes. Proclaman
que no hay evidencias “científicas” de que los cultivos transgénicos
dañen la salud humana o la ecología. Citan como última evidencia un estudio recién publicado en la revista Critical Reviews in Biotechnology en
el que sus autores analizan mil 783 investigaciones sobre el tema de la
inocuidad de los organismos transgénicos publicadas en el periodo 2002 a
2012. El mensaje se nos transmitió a los mexicanos en reuniones de gran
visibilidad por conducto de connotados científicos mexicanos como el
doctor Francisco Bolívar Zapata, coordinador de Ciencia y Tecnología de
la Presidencia de la República, y el doctor Luis Herrera Estrella,
director del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad. Hay
por lo menos dos elementos obvios que mueven a la cautela y en los que
los citados científicos mexicanos transmisores del mensaje ponen en
juego su credibilidad.
Primer elemento: el artículo
insignia citado entresaca sus mil 783 investigaciones a partir de un
universo de 31 mil 848 fuentes, cuyos resultados apoyan o refutan la
inocuidad (o ausencia de daño) a la salud humana o a la ecología. Del
mismo universo de fuentes, la Coalition for a GMO-Free India
reporta 439 investigaciones científicas sobre los impactos adversos de
los cultivos/alimentos transgénicos conducidas en el mismo periodo.
India, centro de origen de la berenjena –su hortaliza básica–, como
México está bajo la embestida de Monsanto para transgenizar su cultivo y
crear el totalitarismo alimentario por medio de la semilla. Hay un ya
célebre estudio del grupo francés liderado por Sèralini sobre ratas
(susceptibles al cáncer de mama), que fueron alimentadas durante su
ciclo completo de vida con el evento transgénico de maíz NK603 de
Monsanto –este es el mismo evento transgénico para el que Monsanto
solicita permiso de siembra comercial en Sinaloa–. El estudio de
Sèralini muestra una mayor frecuencia de tumores mortales de mama en las
hembras y de daños fatales al hígado y riñones en los machos, en
comparación con el tratamiento de maíz común. En poco tiempo, este
estudio conmovió al mundo. Sin embargo, fue retractado por la revista Food and Chemical Toxicology en condiciones polémicas, pero republicado un año más tarde en la revista Environmental Sciences Europe.
Segundo elemento: la ausencia
de daño a la salud humana o a la ecología no es criterio suficiente,
aunque sí necesario, para considerar la transgenización de la producción
del maíz en México –su centro de origen y diversificación–. En
comparaciones no sesgadas entre el maíz transgénico y el normal, el maíz
transgénico: 1) no rinde más (La Jornada, Opinión, 11/1/13) ni abarata los costos de producción; 2) no puede coexistir con el maíz normal en México, sin contaminarlo (La Jornada, Opinión,
11/2/13) –la contaminación es acumulativa e irreversible–; 3) no es
inocuo para la ecología: su uso prolongado se asocia con la aparición de
superplagas (La Jornada, Opinión, 18/2/14); 4) la
“equivalencia sustancial” con el maíz normal es un eufemismo espurio; 5)
la tecnología transgénica es gran aliada de la reconversión hacia la
gran escala de operación agrícola y, como tal, induce a la concentración
de la mejor tierra de labor, al monocultivo y a la explosión en el
sobreúso de agroquímicos, y 6) en los países que han alcanzado etapas
avanzadas de la transgenización, se adoptan leyes que prohíben a los
productores producir su propia semilla. Todo esto conduce al
totalitarismo alimentario.
Si el gobierno mexicano se ha dejado
sorprender por la historia de la inocuidad podría ponderar los infames
efectos sobre la agricultura familiar, sobre la pérdida definitiva de su
soberanía alimentaria, sobre la profundización de la dependencia
alimentaria ante la presencia del cambio climático, sobre la
responsabilidad de autorizar la contaminación en gran escala del
principal reservorio genético de maíz y sus parientes silvestres del
mundo y, finalmente, el abandonar la visión de nación y posponer el
aprovechamiento de sus reservas de tierra de calidad agrícola, de agua
dulce, de biodiversidad, y del bono de juventud, mientras persigue
cuentas de vidrio.
En un periodo menor a los ocho años que
tardó el algodón transgénico para contaminar al algodón nativo del
sureste, el maíz nativo quedará contaminado en cualquier esquina del
territorio si se libera comercialmente el maíz transgénico en el norte
del país. Toda planta contaminada de maíz contendrá la toxina
transgénica en todas sus células, y con tal habríamos de alimentar a
todas nuestras generaciones por venir, porque no habrá retorno.
¡Ya basta! La comunidad científica de
México le debe a la nación un debate público sobre este tema vital para
la seguridad alimentaria nacional, que sea balanceado y transparente. Lo
demandamos desde la UCCS.
* Presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, AC. Investigador nacional emérito.
De:
http://redendefensadelmaiz.net/2014/08/no-al-maiz-transgenico-no-nos-hace-falta/
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