Por Carlos A. Vicente, GRAIN y Acción por la Biodiversidad
Mientras el mundo es escenario de profundos debates sobre los organismos
genéticamente modificados, en Argentina los medios de comunicación masivos
mantienen un silencio que oscila entre la complicidad llana, la creencia ciega
o el mirar para otro lado para no irritar a algunos aliados. Una situación
similar se vive en los vecinos Brasil, Uruguay y Paraguay.
Sin embargo a esta altura el debate parece inevitable pues el fracaso de
los transgénicos es más que elocuente y aún quienes prefieren ver solamente lo
que ellos definen como "efectos colaterales”, no pueden esconder lo más
elemental: no hay argumentos para sostener la existencia y proliferación de los
transgénicos que no sean el sometimiento a los intereses corporativos que los
impulsan.
Para comenzar ninguna de las promesas con que llegaron a partir de los
años 90 se han cumplido: ni han servido para terminar con el hambre en el
mundo, ni han disminuido el uso de agroquímicos, ni se han desarrollado los
transgénicos de segunda y tercera generación que proveerían de alimentos de
mejor calidad, ni se han obtenido cultivos más productivos o resistentes a la
sequía (1).
Mientras las promesas se siguen renovando la realidad muestra la
verdadera cara de los cultivos transgénicos: el hambre en el mundo sigue
creciendo y la misma Organización Internacional para la Agricultura y la
Alimentación (FAO) nos habla de que no se trata de una cuestión de producción
sino de equidad y distribución; el uso de agroquímicos alcanza cifras récord en
los países que cultivan transgénicos y sus impactos ambientales y sanitarios se
hacen inocultables y la "fallas” de la experimental ingeniería genética
comienzan a ser publicadas en revistas científicas "serias”.
La cuestión es que el mundo ha comenzado a reaccionar y los debates
políticos, científicos, ambientales y sociales están a la orden del día.
El mismo relator de las Naciones Unidas para el Derecho a la
Alimentación, Olivier de Shutter ha planteado con claridad que en México, donde
se está llevando uno de los mayores crímenes contra la humanidad introduciendo
maíz transgénico en la misma cuna de nacimiento del maíz, se precisa una
moratoria al mismo porque puede ser "imposible de controlar” en caso de
contaminación. En su informe alertó contra la posibilidad de que una ampliación
de los cultivos de maíz transgénico pueda aumentar "el riesgo de
endeudamiento de los pequeños agricultores" con empresas multinacionales
del sector (2).
Justamente es en México donde las resistencias están movilizando a
sectores académicos, campesinos, organizaciones juveniles, sindicatos, pueblos
originarios y medios de comunicación y donde en estos días, en el marco del
Tribunal Permanente de los Pueblos se realizó una gran Preaudiencia Nacional
llamada "Contaminación Transgénica del Maíz Nativo” para juzgar y condenar
estos crímenes (3). Uno de los ecos de este evento se pudo leer en el periódico
La Jornada: "En la preaudiencia se desmontó con solidez y fundamento la falacia
de que el maíz transgénico ofrezca ventajas a los campesinos o al país y pueda
emplearse para combatir el hambre. Es al contrario. Si el país entero quedara
contaminado de transgénico, la producción de maíz caería. Por su propia
naturaleza la transgenie disminuye la producción” (4).
En la Unión Europea la resistencia de los consumidores a los
transgénicos hace que se multipliquen las prohibiciones nacionales a los mismos
y crecen las zonas "libres de transgénicos” generadas a partir de las luchas
locales. Existen prohibiciones en Alemania, Austria, Hungría, Luxemburgo,
Francia, Grecia, Italia, Bulgaria y Polonia (5). Hasta ahora se han
identificado iniciativas de zonas libres de transgénicos en al menos 25 países
europeos y son miles los municipios que se han declarado Libres de Transgénicos
(6).
En los Estados Unidos el 26 de marzo pasado entró en vigencia una
cláusula legal que permite a Monsanto y las otras trasnacionales de
transgénicos ignorar las órdenes judiciales de suspensión de siembra de
cultivos transgénicos, sea por irregularidades en su aprobación, por falta de
evaluación de impactos ambientales o de salud, por nuevas evidencias
científicas que señalan daños sanitarios o cualquier otra razón (7). Esta
claúsula ya ha sido bautizada como el "Acta de Protección a Monsanto”. Este
escándalo llevó a que el New York Times publicara el artículo ¿Por qué
necesitan protección los transgénicos? en el que se expresa llanamanete "La
Ingeniería Genética ha decepcionado a muchas personas que habían puesto grandes
esperanzas en ella” (8).
Concluyamos recordando que estos debates han sido los que han llevado a
que Ecuador y Bolivia prohibieran en sus Constituciones el cultivo de semillas
transgénicas como consecuencia de la lucha por esclarecer los impactos de los
transgénicos que llevaron adelante organizaciones campesinas e indígenas.
Necesitamos urgentemente llevar adelante un debate serio en nuestro país
y en toda la región del Cono Sur que en algún momento Syngenta bautizó como la
"República Unida de la Soja” para saldar las deudas que desde hace casi dos
décadas se vienen generando con los pueblos desplazados y los territorios
arrasados. Y para ello es fundamental desmantelar el cerco que las
corporaciones mediáticas han construido.
Fuente:
http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=75211
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