por Lucía Sepúlveda Ruiz (Chile)
- Domingo, 12 de Mayo de 2013
En octubre de 2004, José Riquelme pagó
tres millones de pesos chilenos por 50.000 semillas de la variedad
híbrida de melón Braco en esa distribuidora, pero recibió –sin saberlo-
semillas de otras variedades de melón. José Riquelme cosechó melones que
no cumplían los requisitos necesarios para su exportación a Francia por
ser más blandos y de poca durabilidad. Monsanto/Seminis asegura en www.seminis.com que sus híbridos “ofrecen mayor rendimiento, mejor calidad, uniformidad, sabor y nutrición…”
Argucias y fantasmas legales
En enero de 2013 la jueza Claudia Arenas,
del segundo Juzgado de Letras de Chillán, falló la causa rol
C-148-2009 a favor de Monsanto, salvando a la transnacional de
indemnizar por el daño “por improcedencia de la acción de la manera que se planteó”, según dice la sentencia. Reconoció,
sin embargo, que el productor tenía razones para litigar, eximiéndolo
del pago de las costas. Curiosamente Mahuida Ñuble, representada por
Rodrigo Quezada Valdebenito, se convirtió en fantasma: Quezada nunca
compareció en el juicio y la sentencia puntualiza que “la causa se
tramitó en rebeldía de la demandada Sociedad Comercial Insumos y
Productos Agropecuarios Mahuida Ltda”. Monsanto, que en enero de 2005
compró Semillas Seminis, sostuvo en la corte que no es parte del
contrato firmado por Riquelme con esa distribuidora de su semilla, y
desconoció todo vínculo con Mahuida. Monsanto Chile es la continuadora
legal – rut incluido- de la empresa Semillas Seminis. Desde 2005,
Monsanto/Seminis sacó de su catálogo la variedad Braco, reconociendo
implícitamente que el híbrido que patentó, no era homogéneo y estable,
requisitos imprescindibles para registrar (patentar) una variedad y así
poder cobrar por ella la millonaria suma.
La transnacional Monsanto tiene fama por arruinar a pequeños agricultores, llevándolos a juicio por producir sin pagarle royalties
por sus semillas transgénicas. Es el ladrón detrás del juez, ya que sus
cultivos han contaminado los cultivos convencionales, convirtiéndolos
en transgénicos. Hasta el año 2007, había entablado demandas por no pago
de patentes contra 57 agricultores por un monto total de
US$21.583,431, según datos del Center for Food Safety de
Estados Unidos. Los monocultivos que promueve, con uso intensivo de
plaguicidas venenosos como el Roundup, contaminan la tierra y el agua,
causan malformaciones congénitas y enfermedades crónicas a las familias
que viven cerca de las plantaciones, y terminan expulsando a los
campesinos de sus territorios. En 2012 el Tribunal de los Pueblos que
sesionó en India, enjuició y condenó a Monsanto por violaciones a los
derechos humanos de los campesinos y campesinas. Sin embargo la
corporación, que controla el mercado global de semillas híbridas y
transgénicas, se ha jactado este año de alcanzar las mayores ganancias
de su historia.
Alerta a los campesinos
El agricultor chillanejo José Riquelme
expresó a PF: “Yo demandé a Monsanto pensando en todos los
agricultores. Lo que ocurre hoy es que los campesinos hemos perdido
nuestras semillas originales y estamos obligados a comprarle a Monsanto
(Seminis). Yo sé que si siembro melón Cantalupo, que es una variedad de
acá, nuestra, voy a cosechar melón cantalupo. En cambio si siembro un
híbrido de Monsanto, no sé si la variedad va a ser la que dice el
envase. La empresa no se responsabiliza por los resultados de las
semillas que vende como certificadas”.
La dura experiencia vivida hace concluir a
Riquelme: “Lo mejor sería que el campesino tuviera y reprodujera su
propia semilla. Así se gastaría menos y tendría mejor salud, no
dependeríamos de las empresas ni de los fármacos. Para tener buena salud
hay que tener sobre todo una alimentación sana. Necesitamos un gobierno
que apoye una agricultura libre de químicos y transgénicos. “
José Riquelme (52 años) es casado, y tiene
una hija de nueve años. Es el tercero de diez hermanos, y su padre era
hortalicero. En la familia sembraban cebolla, maíz y remolacha. Se
convirtió a la agricultura orgánica en los años 90, después de ser
hospitalizado por intoxicación con el insecticida clorpirifos, que
aplicaba a sus cultivos. Se capacitó en producción agroecológica y
participó en diversas giras
tecnológicas a Holanda, Alemania y Cuba. El año 2004 vivió la
experiencia de la Feria Orgánica de Tokio, BioFach y su futuro como
exportador de productos sanos, parecía asegurado.
DICOM y un padre arruinado
Con su hija Florencia recién nacida,
después de la fallida cosecha José Riquelme se vio de pronto en el
registro de DICOM, con cheques protestados, e incapacitado de continuar
trabajando como productor agrícola. Por eso en la demanda solicita
indemnizaciones por daño emergente, lucro cesante y daño moral, por un
total de $170 millones de pesos.
En años anteriores el agricultor había
exportado cebolla y zapallo orgánicos. Se había comprometido a exportar
12 mil cajas de melones verdes Braco (piel de sapo) a Alroprim, una
sociedad comercial de Perpignan, Francia. Pronto vio que la mayoría de
los melones no eran Braco. En marzo de 2005 Rubén Albornoz, gerente
comercial regional de Seminis, y José Miguel González, genetista de esa
empresa, visitaron la plantación ubicada en Las Coles, cerca de Chillán,
a pedido de Riquelme, constatando lo ocurrido. El agricultor presentó
como prueba al tribunal, el “acuerdo y finiquito” por 15 mil dólares
presentado por Albornoz luego de la visita, que no fue firmado por el
afectado por insuficiente. Seminis reconoció la oferta en un juicio
criminal previo que se hizo en 2007 sólo para probar los hechos.
Además del gasto en las semillas, Riquelme
había invertido en arriendo del predio y de un packing; en riego por
goteo, mulch, guano rojo, control biológico de malezas y mano de obra.
Un informe técnico cifra las
pérdidas en 70 millones de pesos con 98% de falla de la variedad Braco.
La empresa francesa le había notificado que la pérdida ocasionada por
el no envío de los melones alcanzaba a 120 mil euros.
Lecciones aprendidas
“Chile debería ser orgánico 100%, y
sacaría los mejores precios por su producción de alimentos. La
agricultura tradicional no puede ser agricultura extensiva, no puede
competir en ese terreno. Hay que producir alimentos de calidad, libres
de químicos y transgénicos. Para salir de la pobreza, un pueblo debe
dedicarse a resolver su alimentación. Si no lo tiene resuelto, no puede
llegar a ser desarrollado”, sostiene Riquelme, que ha seguido
autocapacitándose en métodos de producción agroecológicos que no dañan
al medio ambiente.
Su desastre fue con semillas híbridas,
pero él sabe que Monsanto vende además semillas transgénicas. Y destaca
que el investigador francés Gilles Séralini ha hecho estudios que
muestran lo que pasa con las semillas transgénicas que vende Monsanto:
las ratas hembras alimentadas con maíz transgénico y Roundup mueren un
año antes que las alimentadas con maíz convencional. Afirma: “Si hay
dudas en estos productos, deberían abstenerse de autorizarlos. El efecto
tiene que ver tanto con la transgenia y los cambios de ADN que se
producen en la planta, como con el herbicida Roundup. En los cultivos
transgénicos los químicos siempre están de la mano con ellos, se vende
el paquete completo”.
Monsanto y el control de nuestros alimentos
El negocio de Monsanto es redondo. La
transnacional con base en St. Louis, Missouri, Estados Unidos, es la
compañía semillera más grande del mundo, y la cuarta en la venta de
plaguicidas indispensables para cultivar sus semillas híbridas y
transgénicas. El último informe de sus ganancias publicado en el Wall
Street Journal revela que sus ventas de semillas subieron el último
trimestre de 2012 en un 14%, alcanzando a 1.76 billones de dólares,
luego de triplicar las ventas de maíz transgénico en América Latina y
Estados Unidos. Entre 1996 y 2007, Monsanto compró más de una docena de
compañías semilleras más pequeñas, entre ellas Seminis, uno de los más
grandes distribuidores de semillas. A su vez Seminis había estado
adquiriendo compañías semilleras desde mediados de los 90s.
La industria semillera estaba ligada a las
universidades y entidades de investigación de los gobiernos. Pero ahora
es patrimonio de los grandes “obtentores” entre los cuales también
figuran Dupont/Pioneer y Syngenta, entre otros. En laboratorios, las
transnacionales desarrollan nuevas variedades de semillas híbridas
(“mejoradas”) y transgénicas (manipuladas genéticamente) para luego
patentarlas y cobrar por esa semilla un valor que puede ser hasta mil
por ciento mayor al de la semilla original.
Monsanto promovió el golpe en Paraguay, y
está invadiendo suelo africano con semillas transgénicas. Con su
dinero compra legisladores y gobiernos al tiempo que logra se dicten
nuevas normas y leyes en Estados Unidos y el mundo para incrementar su
poder. Financia en Estados Unidos la campaña para impedir el etiquetado
de los alimentos transgénicos impulsado en los estados de California y
Hawai, entre otros.
En México, Brasil, Costa Rica, Argentina,
Paraguay y Chile, organizaciones campesinas, ambientales y de
consumidores desarrollan creciente resistencia al avance de Monsanto y
una decidida defensa de la semilla nativa y la producción agroecológica.
Lucía Sepúlveda Ruiz (Punto Final y www.periodismosanador.blogspot.com
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