No quiero aburrirles con fríos datos estadísticos. Pero la gran agroindustria es quien mueve el gran mercado de semillas de la agricultura mundial. Y, por ende, del mercado de la alimentación. Dejar en manos de sólo unos pocos algo tan importante como las semillas, la agricultura y la alimentación de la población global es casi como un suicidio. La lógica de las empresas es una lógica que casa mal con el respeto medioambiental, la biodiversidad, la soberanía alimentaria y la salud ciudadana. No sólo son las semillas transgénicas las que más nos preocupan, sino el hecho de que todo el entramado agroalimentario aleje cada vez más a los propios campesinos de la tierra, de los alimentos y de la autosuficiencia.
Pero hay motivos para la esperanza. Organizaciones de agricultores, ecologistas y consumidores están convocando actos de protesta para denunciar los efectos sociales, ambientales y económicos de la presencia de Organismos Modificados Genéticamente (OMG’s) en el Estado español. Miembros de Plataforma Rural, Greenpeace y otras entidades entregaron recientemente al ministro Arias Cañete un álbum con cientos de fotos recopiladas durante las últimas semanas mediante una campaña de sensibilización on-line en los que se muestran cultivos transgénicos en nuestro país. Las iniciativas antitransgénicos se multiplican por todas partes. Y se organizan grupos de campesinos y representantes de todo tipo de entidades que manejan semillas autóctonas frente al poderío de las grandes empresas. Los libros para aprender a recoger, guardar y utilizar las semillas propias se multiplican. Y entidades de diversas zonas dan la cara por las variedades autóctonas y tradicionales, adaptadas a la tierra y el clima locales. Por si fuera poco, surgen emprendedores que venden semillas ecológicas, como madre Tierra y otras, con el incansable Quico Barranco al frente. Y cada vez más hortelanos hacen su propio plantel con las semillas recogidas de los frutos de la cosecha de la temporada pasada.
Y es que el amor a la tierra no sirve de nada si no se materializa en una apuesta, firme y soberana, por las semillas, las aguas, el aire… ¿Cómo podemos pensar, como hacían los indios de las praderas, en la séptima generación futura… si no hemos conservado nuestras semillas y nuestros ecosistemas libres de toda impureza? Guardar las semillas de un año para otro es un acto de resistencia frente al poder omnipotente de las grandes transnacionales como Monsanto y otras. Si nos roban las semillas, si el germen más puro de la vida nos lo quitan, estamos perdidos. Nuestro futuro será digno en la medida en que seamos conscientes de la importancia que tiene conservar nuestras semillas y de las acciones que llevemos a cabo para que no nos las roben, para que no nos roben la vida. Estas empresas que quieren patentar la vida... (sí)-mienten: prometen acabar con el hambre en el mundo y están acrecentando la pobreza.
Federico Gallo es periodista free-lance y experto en temas de biodiversidad
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