Adazahira Chávez
Fotos: Brisa Araujo
Detener
la invasión de los transgénicos es una tarea urgente para la que,
paradójicamente, hay tiempo, señala Camila Montesinos en entrevista con Desinformémonos.
La estudiosa chilena resalta que en México la resistencia a las
semillas modificadas genéticamente es amplia, por lo que la
contaminación no ha llegado a los niveles de Brasil o Argentina.
La
asesora de Vía Campesina desmenuza la ilegal estrategia de las empresas
de biotecnología, que apoyadas por los grandes terratenientes,
contaminan de manera premeditada los cultivos con más presencia en las
cadenas alimentarias. Montesinos precisa que la nueva etapa del ataque
es contaminar los centros de origen de los cultivos, como el arroz en
Asia, el maíz en México, la papa en el Cono Sur y la berenjena en la
India.
El
objetivo final, destaca Montesinos, es desaparecer la agricultura
campesina. Y para impedirlo es fundamental compartir los conocimientos
tradicionales sobre los cultivos y volver a la milpa.
Las comunidades indígenas, fundamentales para la resistencia
México es, sin lugar a
dudas, un lugar donde la resistencia es importante, porque el ingreso
de transgénicos a este país tiene diez años por lo menos y todavía no
logran generalizarlos –a pesar de que hay contaminación. Esto es pura
resistencia, impresionantemente fuerte. En Brasil y Argentina ingresaron
un poquito antes y hoy están invadidos.
En todo el Cono Sur
entraron los transgénicos básicamente con la soya, un cultivo
absolutamente desconocido sin importancia aparente para nadie. Cuando se
dieron cuenta de la importancia, ya era tarde. Pero en México
cometieron el error de tocar al maíz y la gente rápidamente se dio
cuenta de lo grave de la agresión y por eso reaccionaron. La presencia
combinada de organizaciones y comunidades indígenas fue fundamental,
porque la importancia de la semilla de maíz no hubo que contarla; la
gente la sacó de su ser más interno. La reacción fue más rápida y
extendida, a pesar de que al principio aparentemente no se notaba.
Del cultivo “sin importancia” al centro de origen
La historia de los
transgénicos es la historia de una contaminación planificada; no es que
haya sido un accidente. Cada uno de los pasos que dio la industria
biotecnológica fue para contaminar, y por eso eligieron los primeros
cultivos.
Con la soya infectas
toda la cadena alimentaria y la alimentación animal de tipo industrial.
En Chile estaban prohibidos los alimentos transgénicos. Se puso un
recurso de amparo para sacarlos del comercio y ellos respondieron: “Pero
si el 75 por ciento de la comida en Chile ya tienen transgénicos”. ¿Y
cuáles eran? Los conservantes derivados de la soya. Eso lo pensaron las
empresas.
El otro cultivo
elegido fue la canola porque contamina una parte distinta de la cadena
alimentaria -que son los aceites- y en el campo infecta a coles, hierbas
y malezas. Canadá, el país donde hay más canola transgénica, está todo
contaminado. Eso también fue pensado.
Por otro lado, están
los centros de origen, por los que van ahora. Contaminan los centros de
resistencia, que tienen una cultura de cuidar aquello que está siendo
contaminado. Van por el maíz en México y simultáneamente, por el arroz
en Asía –con éste tuvieron problemas técnicos pero también enfrentaron
una resistencia cultural fuerte. Quisieron lanzarse por el trigo en
África pero no han podido por problemas técnicos. En India fueron
primero por el algodón porque es su centro de origen, y luego quisieron
ir por la berenjena, de la que es también centro de origen. Tratan de
contaminar las fuentes para decir: ¿Ven? No pasa nada, acostúmbrense
porque ya es un hecho.
Con la papa lo
intentaron. No trataron de hacerlo en Perú –algo ya aprendieron con la
experiencia en México- sino en Chile, el otro centro de origen de la
papa. El fracaso de la papa transgénica fue tan rotundo que no lograron
convencer a nadie para meterla de contrabando con fines comerciales,
pero eso no significa que estén tranquilos. Lo siguen intentando.
Ya hay jitomate
transgénico, pero apuesto a que no lo han introducido de pleno porque la
producción de hortalizas en América Latina todavía es muy campesina. A
este tipo de cultivos, que no tienen una importancia aparente, los
introducirán cuando haya un control muy fuerte del sector
agroindustrial. A pesar de que mucho jitomate está en manos de la
agroindustria, sigue existiendo una preponderancia campesina; además,
comercialmente no les interesa tanto, de momento. Tienen otras
prioridades.
Los terratenientes y los transgénicos
Esta estrategia se
despliega de manera ilegal en todas partes: los transgénicos son
introducidos de contrabando por las empresas con ayuda de los grandes
terratenientes–no por los campesinos o los agricultores- como en el Cono
Sur, en Bolivia, en Uruguay. Después, las empresas van a los gobiernos y
dicen: “Pero si ya tienen tantos millones de hectáreas de transgénicos,
pues tienen que legalizarlos”. Así sucedió en Argentina y Brasil.
Los transgénicos
necesitan, para imponerse plenamente, que la agricultura se
industrialice totalmente. Desde el punto de vista de las empresas de
semillas, la agricultura campesina tiene que desaparecer. Introducen a
los transgénicos porque en el momento en que los campesinos se enganchan
con ellos, el endeudamiento, los fracasos y la dependencia que traen
aparejados va a hacerlos desaparecer. Vemos cada vez más una complicidad
entre las empresas y los grandes terratenientes.
A medida que la
tierra se concentra, hay un sector agroindustrial que va de la mano con
las empresas. Para que reinen los transgénicos se necesita tierra
hiperconcentrada. Si no, no resulta rentable.
A la agricultura
campesina también se le usa como conejillos de indias. Cuando la
tecnología es nueva y no saben si va a funcionar, se la dan a los
campesinos. Si fracasa, tienes familias endeudadas que tienen que irse.
¡Perfecto! Y si funciona, pues se la pasas a los grandes que van a hacer
el dinero, y a los chicos los sacas de en medio.
Contagio de resistencias
Lo más importante
para resistir es romper la barrera de la información. Cada vez que la
gente se informa bien –reflexivamente, discutiendo, juntando fuerzas,
ideas, corazones- reacciona en contra. Los transgénicos entran por el
lado de los grandes, por el lado de la gente aislada o malinformada.
Los tribunales
populares son importantes porque conforman una caja de sonido que
permite que mucha más gente se entere. Su trabajo es el mismo que se
hace en todas partes: ir al lugar, trabajar con las organizaciones,
hacer todo aquello que pueda multiplicar las voces. No conozco un lugar o
una organización que se entere realmente de lo que pasa y diga: ah, sí,
nosotros queremos transgénicos. La gente que está con los transgénicos
es porque tiene una ilusión provocada por la propaganda de las empresas.
Hay tiempo pero es urgente
En México, lo primero
que hay que considerar es que ya hay un proceso de los pueblos para de
detener a los transgénicos que es importantísimo. Aunque no se ha
logrado totalmente, es fundamental porque si no existiera, el desastre
sería absoluto.
El segundo aspecto a
considerar es que la contaminación es reversible porque todos los
cultivos son producto de los pueblos campesinos del mundo. Son una
construcción colectiva que te permite conocer tu cultivo y cuidarlo. En
México, sin necesidad de un producto clínico o un análisis que les
dijera que estaba contaminado, la gente aprendió qué es lo que venía
contaminado y lo que no. Son esos mecanismos colectivos los que debemos
fomentar para que la gente proteja sus cultivos, impida que se
contaminen más y logre sanarlos. Esa es la diferencia entre un
transgénico y un cultivo contaminado. Un cultivo contaminado está
enfermo; no hay que botarlo, hay que protegerlo y cuidarlo hasta que
recupere la salud.
En Argentina y
Brasil, a pesar de la invasión transgénica, existen pueblos que
mantienen sus cultivos, y hay un conocimiento y un proceso colectivos
que permitirán defenderlos. Ahí la marea es tan terrible que son
verdaderos bolsones de resistencia, no como la resistencia masiva que se
ve en México. Detener ahí los transgénicos también es urgente.
Debemos parar el
ingreso de transgénicos porque si no, la enfermedad cundirá y, aunque
sea reversible en algún momento, puede causar un verdadero desastre. Hay
que impedir que la enfermedad se continúe inoculando.
La riqueza y la salud
de los cultivos es una obra de muchos años, pero es una obra que no
está terminada. Por lo tanto, el proceso de recuperar vida siempre es
posible. Cada vez que se promueve que le gente converse, comparta sus
conocimientos y vuelva a la milpa, ese conocimiento resurge. Se ve en la
agricultura urbana. Esa gente ya se urbanizó y “no sabe”, ¡y resurge
ahí el conocimiento! Ese proceso es el que hay que fomentar, pero no
podemos admitir que se nos pida esa carga permanentemente, porque
mientras se sana por aquí, se enferma por allá. Ahí es donde hay que
parar el crimen, que está en la contaminación.
En las conversaciones
de la Red en Defensa del Maíz de México, cuando las comunidades
conversaban acerca del qué hacer, llegaron a la conclusión de que la
pelea es eterna. Eso me cambió el universo. Cuando dices que tu pelea es
eterna, te cambia la forma en que enfrentas esa lucha. Si dices: hay
que pelear para que mañana suceda tal cosa, siempre el tiempo está en tu
contra; con los plazos inmediatos te empiezas a preguntar si cumplimos
con el plazo, si alcanzamos a hacer esto y lo otro, si llegamos a tiempo
para tal cosa. Y ahí estamos fritos, porque en la carrera contra el
tiempo vamos a perder tarde o temprano. Cuando dices que es para
siempre, la elaboración cambia porque reflexionas qué hemos hecho ya,
que más nos queda por hacer, y el tiempo está a tu favor porque te
permite hacer cada vez más cosas.
Hay tiempo, pero eso
no significa que no sea urgente porque la enfermedad puede causar
estragos. En esa perspectiva vamos a ganar.
Publicada en 20 de mayo de 2013.
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