Olvidémonos por unos
minutos de todo lo que no sabemos acerca de los posibles riesgos de los
organismos genéticamente modificados, los llamados transgénicos.
Olvidémonos incluso de las consecuencias que pagamos —especialmente en
América Latina— por el uso del DDT como insecticida, o del uso de la
talidomida, el aterrador medicamento responsable de que miles de bebés
en todo el mundo nacieran sin brazos. Olvidémonos también de los efectos
del consumo de edulcorantes, saborizantes y colorantes artificiales en
alimentos y bebidas o de los efectos de los esteroides anabólicos.
Pensemos que nada de eso ocurrió. Incluso olvidémonos de las imágenes de
las ratas cancerosas que el gobierno de Francia difundió cuando anunció
que no autorizaría el uso de semillas transgénicas.
Centrémonos,
en cambio, sólo en los pleitos judiciales que han ocurrido en los
últimos dos años en Estados Unidos como resultado del uso de semillas
transgénicas y preguntémonos si el sistema judicial mexicano está
verdaderamente en condiciones de procesar casos similares. Pensemos, por
ejemplo, en Vernon Bowman, un granjero de Indiana de 70 años que fue un
entusiasta cliente de Monsanto hasta que se le ocurrió hacer lo que
cualquier campesino o granjero ha hecho muchas veces: comprar semilla de
desecho para intentar una segunda siembra en el ciclo. La segunda
siembra fue exitosa y Bowman pensó que había sido un buen año para él.
Lo que no sabía es que las semillas que compró venían mezcladas con
semillas de Monsanto. Al final de la ordalía, Bowman recibió una severa
condena unánime de la Suprema Corte de Justicia de EU que lo obliga a
pagar 84 mil 456 dólares a Monsanto.
Y
lo de menos es que la Suprema Corte mexicana hiciera algo parecido. Las
desventuras del ex ministro Genaro Góngora nos dejan ver qué tan
agresivos pueden ser algunos ministros de la Corte para lograr sus
objetivos. El asunto es, ¿qué harán los juzgados mexicanos? ¿Aplicarán
castigos similares a los que sus colegas estadunidenses impusieron a
Vernon Bowman? Quien diga que sí debería pensar en los costos que una
decisión así tendría para millones de mexicanos que aún viven del campo,
así sea con explotaciones agropecuarias de subsistencia.
Y
ello sin considerar los posibles impactos para la producción de maíz en
México. En EU, Monsanto ya vende las semillas que sirven para producir
86% de todo el maíz que se produce allá. El efecto no es difícil de
imaginar: las variedades locales de maíz no sobreviven. E incluso el
sistema judicial estadunidense no sabe qué hacer cuando las semillas
transgénicas viajan, gracias al viento, lluvia, aves o insectos, de una
parcela a otra, de un estado a otro, o de un país a otro.
Esto
ya ocurrió en EU. Ya apareció una variedad “silvestre” de trigo
resistente a herbicidas que no fue específicamente diseñado para ello;
es decir, es resultado de la cruza de variedades en los campos. Eso
ocurrió en Oregón y nadie sabe qué hacer. Ni siquiera se sabe si se
podrá consumir un trigo así, resistente al Roundup, un herbicida
poderoso. Apenas el 15 de mayo pasado, una agrupación de granjeros
orgánicos de Maine buscó la protección de las autoridades por la posible
contaminación de sus campos con semillas transgénicas. Aterrados, los
granjeros de Maine dicen: “Somos inocentes”. ¿Qué harán en casos así los
jueces mexicanos? ¿Quiénes ejecutarán los desahucios en masa que
ocurrirían para pagarle a Monsanto?
*Analista
manuelggranados@gmail.com
http://www.excelsior.com.mx/manuel-gomez-granados/2013/06/08/903073
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