Una de las características generalmente admitidas del
llamado «método científico» es la capacidad de corroboración (o
falsación) de las hipótesis postuladas para explicar tal o cual
fenómeno, mediante el experimento. El experimento es la prueba clara de
la veracidad o falsedad de toda hipótesis y –postulan las posiciones
cientificistas– proporciona evidencia «pura», está más allá de intereses
o ideolog&iacut
Quienes han construido esta concepción cartesiano-positivista hegemónica
en ciencia parten también de presupuestos como estos: La ciencia es una
sola y dentro de cada problema que formula hay un solo un camino para
ofrecer pruebas a favor o en contra. La ciencia se encuentra fuera de
todo tipo de intereses «externos» a ella (políticos, económicos,
ideológicos).
La ciencia es «superior» a toda otra forma o tradición de
conocimiento. Podemos refutar estos presupuestos si dejamos de concebir
abstractamente a la ciencia y en cambio la situamos en su contexto
social. Para empezar, debe considerarse que la ciencia no es una
actividad homogénea, igualmente practicada por cualquier integrante de
una comunidad, sustrayéndose al carácter de las teorías, metodologías y
concepciones del mundo que sostiene y apartándose de su ubicación dentro
del entramado de relaciones de poder y de clase. El criterio de
«evidencia» a favor o en contra de una teoría no puede desprenderse de
estas relaciones e intereses.
Parte del debate acerca de los alimentos transgénicos ha sido
dilucidar si se trata de un debate «científico» o «político». En este
contexto, la posición cientificista ha sido sostenida principalmente por
los partidarios de la comercialización de estos alimentos. Quienquiera
que se oponga a comercializar estos alimentos debe mostrar la prueba, la
evidencia universal de su peligrosidad. Mientras esto no se haga los
transgénicos son inocuos por decreto (no por evidencia científica).
Surgen aquí varias preguntas: ¿cuándo se podrían mostrar las pruebas
definitivas que den o quiten la razón a un punto de vista u otro acerca
de los efectos de la liberación de alimentos transgénicos? ¿Cuáles son
las pruebas científicas válidas y cuáles no? ¿Se puede decidir esto por
fuera de las relaciones de poder? El cientificismo manejado desde las
oficinas y laboratorios de Monsanto, Syngenta o Du Pont está mañosamente
anclado en una obsoleta concepción de lo que es la ciencia y sus
objetos de estudio. Es la que a estas empresas les conviene sostener
aunque no tenga valor de verdad alguno. Es una concepción propia de los
siglos XVII y XVIII, de la física newtoniana, no de una ciencia de los
sistemas complejos: seres vivos, ecosistemas, sociedades y culturas.
Los sistemas complejos se caracterizan por presentar numerosas
variables simultáneas, difíciles o imposibles de controlar todas al
mismo tiempo. Esto produce un incremento de la aleatoriedad del sistema;
las salidas que se presentan pueden ser distintas para situaciones
iniciales similares, los parámetros no siempre son posibles de predecir.
Esto lleva a concluir que no existe la prueba definitiva (experimento
crucial, diría Popper) y universal que dé la razón a alguna de las
partes en pugna y se la quite a la otra. Una de las cosas que se ha
mostrado en experimentos diversos sobre alimentos transgénicos es que en
ciertas condicione específicas sus efectos a la salud y al ambiente han
sido nocivos.
Esto no quiere decir necesariamente que haya
pruebas de carácter universal contra los transgénicos, como lo exigen
las empresas que los fabrican. El comportamiento de los sistemas
complejos no responde a reglas universales, predecibles, como los de la
astronomía galileana, y por tanto los criterios de evidencia no son
nunca universales. Dado el carácter flexible de los sistemas complejos,
las consecuencias de la liberación de esos alimentos no pueden ser
calculadas ni controladas paso a paso. Sin embargo, ello no quiere decir
que no existan pruebas científicas suficientes como para afirmar la
existencia, en diversos contextos, de una peligrosidad real y potencial
de los alimentos transgénicos liberados al ambiente.
Desde su posición de poder, Monsanto no puede entender esto, ni
aceptarlo: sería su ruina. Pero permanecer adherido a una discusión
acerca de cuándo la evidencia de la nocividad de los transgénicos es
irrefutable es hacer el juego a una posición ultracientífica estéril y
tramposa. La evidencia ya es suficiente como para romper la trampa de la
prueba experimental definitiva e incorporar el elemento ético al
debate. Los partidarios de Monsanto y otras empresas similares han
guardado un silencio ominoso a este respecto. Su ciencia es equivocada,
su metodología, errática, y su ética, inexistente.
De:
http://panamaon.com/noticias/ultima-hora/1143078-alimentos-transgenicos-y-el-valor-de-la-prueba-experimental.html
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