Cuenta la leyenda que allá por donde pasaba Atila, el azote de Dios,
no crecía la hierba. Algo parecido ocurre, salvando las distancias
biológicas e históricas, con la plaga del gusano de la raíz del maíz (Diabrotica virgifera virgifera),
que podría llegar a resultar casi tan devastador como lo fue el temido
rey de los hunos. Un grupo de científicos de la Universidad Estatal de
Iowa, en EE UU, acaba de demostrar que este insecto ha sido capaz de
desarrollar resistencia a dos de las tres toxinas que expresan las
plantas transgénicas diseñadas para soportar su ataque. Cabría
remontarse a otro personaje de la niebla mitológica, Aquiles y su
fatídico talón, para encontrar una imagen de lo que este descubrimiento
supone en la desenfrenada carrera globalizadora de los transgénicos. Un
punto débil en su (hasta ahora) inquebrantable eficacia.
Antes de la adopción generalizada de los transgénicos,
en los lugares donde este escarabajo es endémico (especialmente en el
medio oeste de los EE UU), los campos de maíz se veían severamente
diezmados por el ataque de sus feroces huestes. Las larvas, provistas de
monstruosas mandíbulas, se alimentan incansables de las raíces del
maíz. Los túneles que excavan en ellas provocan que se reduzca el
crecimiento, que disminuya la producción de grano y, si el ataque es muy
intenso, que las plantas se acuesten para no volver a levantarse. Según
las estimaciones más recientes, el área afectada por esta plaga supera
los 120.000 kilómetros cuadrados (algo así como la superficie de
Grecia), y se espera que aumente en los próximos años. El Departamento
de Agricultura estadounidense cifra en un billón de dólares las pérdidas
anuales que esta especie provoca solo en EE UU, lo que la alza
indiscutiblemente al podio de las plagas más importantes del maíz en el
mundo.
La presencia de este insecto amenaza muchos campos de maíz en EE UU. Foto: Purdue University
Tal como se presentaba el panorama, no es de extrañar que los
agricultores, hartos de sufrir desastrosas pérdidas y de abusar del uso
de los carísimos (y extremadamente contaminantes) plaguicidas, se
abandonasen en los brazos de los emergentes transgénicos, en los que
vieron una solución definitiva a sus problemas. ¡Plantas con una carga
genética en cada una de sus células capaz de matar a los gusanos tras
los primeros mordiscos! Y así, la superficie de transgénicos creció y
creció hasta llegar a los niveles actuales, en los que el 75% del maíz
plantado en EE UU está genéticamente modificado.
Entonces, ¿por qué este bicho malo no muere? El entomólogo Aaron
Gassmann, el investigador principal en este estudio, publicado por la
revista PNAS y del que hasta Nature se ha hecho eco en uno de sus editoriales,
lo deja claro desde la primera frase del artículo: “La plantación
generalizada de cultivos genéticamente modificados para producir toxinas
insecticidas derivadas de la bacteria Bacillus thuringiensis
(por eso lo de Bt), coloca una intensa presión selectiva sobre las
poblaciones plaga para que desarrollen resistencias”. Es decir, esta
especie desarrolla inmunidad para adaptarse al medio masivamente
transgénico que le rodea. A esto se une el hecho de que estos maíces no
producen la cantidad de toxina suficiente para matar al 100% de la
población, con lo cual, los individuos más fuertes prevalecen y son los
que transmiten esa resistencia a sus descendientes. Darwin en su estado
más puro.
Y es que la terca evolución siempre encuentra un camino, y tal como
funciona el mecanismo de estos transgénicos (porque hay muchos otros que
no son Bt), no es sorprendente que los cambios genéticos que los
insectos desarrollan como respuesta a esa presión selectiva, le
confieran resistencia a varias toxinas a la vez, ya que su modo de
acción dentro del insecto es muy similar. Precisamente lo novedoso de
este trabajo es haber demostrado esa “resistencia cruzada” a dos toxinas
diferentes, porque los fenómenos de resistencia simple ya se venían detectando desde 2009.
Además, se corre el riesgo de que estos escarabajos superresistentes
colonicen otras zonas del planeta sin prácticamente medios técnicos para
combatirlos. En México, sin ir más lejos, vive una especie hermana de
esta, con la que le sería muy fácil aparearse (Diabrotica virgifera zeae).
Por tanto, se podría decir que los transgénicos están empezando a morir
de éxito y son muchos los que ya abogan por un cambio en la manera de
utilizarlos.
Como solución a este problema, que se prevé que sea creciente, tanto Gassmann como su colega Brian Owens (en el editorial en Nature)
hacen una llamada a la utilización del sentido común. Ante el miedo de
que muchos agricultores sigan plantando estos maíces transgénicos a
pesar de las resistencias y acaben volviendo a usar insecticidas contra
los gusanos, lo que supondría perder el terreno ganado en costes
económicos e impacto ambiental gracias al uso de variedades
transgénicas, proponen incorporar soluciones tradicionales al cultivo
que frenen el avance de las resistencias. Estas pasan por recuperar
antiguas herramientas tan simples como la rotación de cultivos o el
establecimiento de refugios. Es decir, por un lado, no cultivar lo mismo
en un mismo sitio muchos años consecutivos, y, por otro, reservar
partes suficientemente grandes de la plantación a cultivar maíz normal
que reduzca esa presión selectiva sobre los insectos. En caso contrario,
se corre el riesgo de que las resistencias en insectos se conviertan en
una flecha envenenada en el talón de Aquiles de los transgénicos.
De:
http://porcienciainfusa.wordpress.com/2014/03/28/la-resistencia-de-insectos-el-talon-de-aquiles-de-los-transgenicos/
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