Saludamos
y celebramos esta oportunidad de diálogo por la inclusión social entre
los movimientos populares, el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el Papa
Francisco y los Obispos aquí presentes. Esperamos contribuir y cooperar
en pos de hacer realidad en todo momento y lugar los principios de
dignidad de la persona humana, del bien común y de la solidaridad.
Las
y los campesinos del mundo somos pueblos, comunidades, organizaciones y
familias altamente diversas. Representamos distintas culturas, visiones
de mundo, formas de trabajo, visiones y convicciones políticas y
religiosas, pero nos unen nuestros sueños y nuestras luchas por seguir
siendo mujeres y hombres del campo y por seguir existiendo como pueblos
originarios, agricultores, criadores, recolectores, pastores,
pescadores.
Nos
enorgullecemos de ser lo que somos, no queremos migrar forzadamente a
las ciudades o al extranjero. Queremos seguir cumpliendo nuestro papel
fundamental: alimentar a la humanidad con nuestro trabajo, nuestros
saberes y nuestros bienes naturales, asegurando que el derecho a la
alimentación se cumpla para todos y todas sin excepción, y que la Madre
Tierra sea cuidada mientras de ella obtenemos el sustento.
En
este caminar y batallar, reconocemos la influencia de la Iglesia
Católica y los esfuerzos de sectores importantes de ella por acompañar a
los sectores populares.
Somos
la inmensa mayoría de quienes trabajamos y vivimos en el campo y casi
la mitad de toda la humanidad, pero accedemos a menos de un cuarto de
toda la tierra, luego de siglos de despojo creciente y violento. Con la
poca tierra que aún logramos mantener, producimos la mayor parte de los
alimentos en el mundo.
Sin
embargo, la concentración de la tierra en manos de los capitales y la
especulación continúa, aumentando su violencia en la medida que
resistimos.
Este
despojo y acaparamiento de la tierra y los territorios, el agua, los
recursos naturales y hasta el aire, han sido las consecuencias del
avance sin freno del capital sobre el campo y sobre los trabajadores
rurales. Los Estados y Organismos Internacionales, incluso las propias
Iglesias, han ido cediendo a las presiones y aceptando que se les
despoje de sus poderes, deberes y funciones de proteger y defender el
bien común.
Estamos
así atrapados en un mundo dominado por el capital y las lógicas de
mercado. La expansión del agronegocio y los monocultivos, el uso cada
vez mayor de los agrotóxicos, la explotación del trabajo, la eliminación
alarmante de fuentes de trabajo, la concentración cada vez mayor de los
mercados y el secuestro de la ciencia y la tecnología para ponerla al
servicio del capital, son procesos que se impulsan desde las esferas del
poder como una realidad incuestionable.
Las
consecuencias son claras. A la contaminación y el deterioro de nuestro
entorno, se suma el aumento de la desigualdad y el número de personas
hambrientas, obesas y enfermas. El agronegocio no busca alimentarnos,
sino aumentar sus ganancias. Las enfermedades son parte importante de su
negocio: las mismas transnacionales que nos enferman nos venden luego
los fármacos que no nos curan, pero nos mantienen funcionando.
Los
problemas que sufrimos en el campo tienen un impacto fuerte en la
ciudad. La migración deteriora la vida de todos, la pérdida de los
valores y la cultura. El abandono de nuestros sistemas alimentarios nos
va enfermando y quitando el sentido de comunidad. La inseguridad laboral
y de fuentes de ingreso se combinan con el endeudamiento y el
consumismo, lo que va rompiendo lazos de solidaridad y reciprocidad,
despojándonos de la conciencia social. Aumenta la violencia doméstica e
institucional, vemos cómo la droga se abre paso mientras las autoridades
se niegan a ver a los verdaderos traficantes y criminalizan a la
población. El respeto a los derechos sociales y económicos se ha
transformado en asistencialismo, con políticas y programas que sólo
buscan compensar algunos impactos, pero no nos permiten avanzar en una
senda liberadora.
Queremos
enfatizar que no dejamos la tierra de manera voluntaria. La mayoría de
nosotros y nosotras recurrimos a diversos trabajos y generamos múltiples
estrategias de sobrevivencia por mantenernos en la tierra. Esa
tenacidad es lo que las autoridades llaman la “multifuncionalidad” o nos
señalan como trabajadoras “polivalentes”, como si fuera un título
importante o algo deseado.
Las
verdaderas causas que nos obligan a emigrar y dejar la tierra están en
la falta de adecuadas políticas agrarias y de programas acordes con las
necesidades de la agricultura campesina y de nuestras prácticas
productivas para la alimentación de los pueblos.
Todo
esto contrasta con el apoyo amplio de la mayoría de los gobiernos y los
organismos internacionales al gran capital, permitiendo el
estrangulamiento económico, el arrinconamiento físico, el abuso cada vez
mayor por parte de las grandes empresas que van despojando de los
derechos laborales a las y los trabajadores y conformando nuevos
enclaves de trabajo esclavo.
A
eso se suman las trabas cada vez mayores que nos van imponiendo para
comercializar nuestra producción de manera justa, el no reconocimiento
de nuestros derechos sobre la tierra, el agua, los bosques, el desprecio
de nuestros conocimientos y culturas, en fin, el despojo de nuestra
propia identidad.
Es
extremadamente grave el ataque que hoy sufren nuestras semillas. Hace
ya más de doce años que levantamos una campaña mundial por su defensa,
por defender nuestras prácticas milenarias de cuidarlas, mejorarlas,
cultivarlas e intercambiarlas. Son prácticas que con el paso de los
siglos se han constituido en derechos fundamentales y sagrados los
pueblos indígenas, y para los hombres y mujeres del campo.
Este
ataque, dirigido por las mayores transnacionales del mundo, encabezadas
por Monsanto, es apoyado o avalado por la mayoría de los gobiernos y
organismos internacionales que sucumben ante sus presiones y amenazas.
Estamos
en un momento crítico, en que necesitamos juntar fuerzas con los más
amplios sectores para que nuestra resistencia logre evitar que las leyes
conviertan en un crimen nuestras prácticas de cuidado e intercambio que
hicieron posible la creación y expansión de la agricultura.
La
ciencia al servicio del capital no solo pone en peligro nuestras
semillas y cultivos, también la vida de la Madre Tierra. La ingeniería
genética en sus muchas formas y los organismos transgénicos son un
ataque a la sacralidad de la vida por parte de empresas que juegan a ser
dioses con el único fin de maximizar sus ganancias y dominar el mundo.
Bajo
falsas promesas de mayor productividad, a pesar que las pruebas indican
lo contrario, las empresas con la ayuda de muchos gobiernos están
imponiendo los organismos y cultivos transgénicos, que contaminan
nuestros suelos, nuestros cultivos, nuestros alimentos y nuestros
cuerpos.
Mientras
resistimos, conservando y cuidando nuestras propias semillas, las
transnacionales de los agronegocios presionan a los gobiernos del mundo
para que acepten las semillas Terminator, semillas desnaturalizadas que
no pueden vivir si no reciben sustancias químicas que nos venderán las
mismas empresas.
También
hay complicidad entre empresas y muchos gobiernos cuando buscan imponer
como solución la mal llamada agricultura climáticamente inteligente,
que profundiza la destrucción ambiental, aumenta la concentración y
control de las transnacionales, y agrava los ataques a nuestra autonomía
y todos los procesos que nos expulsan de la tierra.
La
ciencia ha sido censurada para que no investigue seriamente y de verdad
los efectos de los transgénicos a corto y largo plazo. Así, las y los
científicos honestos no puedan dar la voz de alarma sobre lo que
efectivamente está ocurriendo.
Visto
de esta manera nos atrevemos afirmar que estamos frente a un proceso de
destrucción masiva de las distintas formas de vida -incluida la
nuestra- donde no se permite que la ciencia real haga su trabajo de ir
descubriendo lo que ocurre y alertando al respecto.
Las
comunidades y las familias rurales que tienen la desgracia de quedar
encerradas en un mar de cultivos transgénicos sufren graves daños en su
salud con tasas alarmantes de cáncer, abortos espontáneos en las
trabajadoras y nacimientos de niños con deformaciones congénitas,
condenados a morir.
Las
intoxicaciones masivas conllevan pérdidas de vida y no sólo de la vida
humana. También nuestros animales se afectan, las aves se enferman y
mueren por los agrotóxicos, la tierra y las fuentes de agua son agotadas
o contaminadas. Lo cierto es que, por sobre todo, los cultivos
transgénicos producen hambre y pobreza, ya que nos expulsan y su fin
primordial es producir materias primas industriales, no alimentar a las
personas.
Nuestras
tierras y territorios así como nuestros bosques y nuestras aguas están
siendo arrasadas igualmente por la minería y los mega-proyectos
En
muchos países sufrimos las consecuencias de las guerras declaradas y no
declaradas por las fuerzas armadas regulares, los paramilitares o los
narcotraficantes, cuyo fin es oprimirnos, mantener la industria bélica y
otros negocios de los grandes capitales. Para esto, criminalizan
nuestras luchas y cada día sufrimos la muerte, encarcelamiento y el
montaje de juicios contra las y los dirigentes líderes y militantes.
Las
situaciones son graves, alarmantes e indignantes, como por ejemplo en
Afganistán, África Occidental, Colombia, Guatemala Honduras, Kurdistán,
Paraguay, México, Palestina, Siria, Sudán, sólo por nombrar algunos de
los casos más dramáticos y serios.
A
pesar de todo lo señalado, seguimos resistiendo aferradas y aferrados a
la tierra para mantenernos en el campo y defender su función social,
que es “Alimentar a los pueblos.”
Estamos
acá, amigos y compañeras y compañeros, porque entendemos que ésta es
una lucha difícil y de largo aliento. Somos hombres y mujeres
organizados. Somos parte de la Vía Campesina, un movimiento amplio, con
presencia mundial donde defendemos el derecho y el sueño a seguir siendo
campesinos y pueblos del campo, donde luchamos por el buen vivir de
todas y todos. Somos un movimiento que ha logrado elaborar propuestas de
vida, trabajo y convivencia digna entre todos y todas.
Cuando
los gobiernos dijeron que garantizar la seguridad alimentaria se basaba
en generar la capacidad para adquirirla, tuvimos la convicción y la
sabiduría de afirmar que la alimentación no podía convertirse en un
negocio por ser un derecho humano fundamental. Entonces proclamamos la
Soberanía Alimentaria, como un derecho fundamental de los pueblos a
definir, desarrollar y mantener la agricultura campesina y sus sistemas
de alimentación.
La
fuerza y justeza de nuestro planteamiento radica en que junto a un gran
número de otros movimientos y redes sociales, fuimos llenándolo de
contenido hasta concluir que la Soberanía Alimentaria es un principio de
vida que se sostiene, se defiende y no se negocia.
La
Soberanía Alimentaria comprende nuestro derecho a la tierra y los
territorios, al agua, a nuestras semillas y nuestro ganado, a los bienes
naturales, a nuestras formas culturales de producir y cuidarlos.
La
soberanía alimentaria da prioridad a las economías y a los mercados
locales y nacionales para asegurar que nuestro trabajo sea compensado de
manera justa y nos permita vivir dignamente.
La
soberanía alimentaria exige nuevas relaciones sociales libres de
opresión y desigualdades, y la libertad para ejercer nuestro trabajo,
para vivir dignamente y permitir la vida digna del resto de la
humanidad.
Luchamos
por dejar detrás todos los prejuicios discriminatorios y sexistas para
avanzar hacia una nueva visión del mundo, construida sobre los
principios de respeto, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y
de libertad. Asumimos que la lucha por erradicar la violencia en el
campo y en particular la violencia que sufren las mujeres y la igualdad
entre los sexos es primordial. Ya no queremos soportar la opresión de
sociedades tradicionales, ni de las sociedades modernas, que sostienen
los sistemas patriarcales.
Esperamos
de este encuentro herramientas importantes para avanzar en nuestras
luchas y en la solidaridad entre todas las luchas populares: quisiéramos
que este diálogo permita sensibilizar a los miembros de los movimientos
populares y de la Iglesia Católica frente a los problemas específicos
que enfrentamos.
Buscamos
esto convencidas y convencidos que la permanencia de la agricultura
campesina y de los pueblos indígenas, junto a las otras formas populares
de pesca, recolección, crianza animal y caza son la única garantía real
de acabar con el hambre, la mala alimentación y el deterioro ambiental
tanto en el campo con la ciudad.
El
año que está terminando fue declarado por Naciones Unidas como el Año
Internacional de la Agricultura Familiar. Las organizaciones del campo
abogamos por que a esta definición había que ponerle nombre y apellido,
por tanto lo declaramos el Año Internacional de la Agricultura Familiar
Campesina e Indígena.
Pero
también señalamos que frente a la situación en que se desenvuelve
nuestra agricultura, no bastaba un año, pues no sólo vivimos y nos
desarrollamos de halagos, reconocimientos vacíos o de buenas
intenciones. Lo que requerimos son políticas públicas basadas en el bien
común y en el buen vivir de la gente.
Requerimos
pueblos soberanos para garantizar Soberanía Alimentaria a la humanidad.
La alimentación no puede ni debe ser un negocio; es un derecho humano
que los Estados deben garantizar y por tanto deben proteger sus
agriculturas y a quienes continuamos en esta sagrada labor de producir
los alimentos para los pueblos. Por tanto, aquí se requiere más de un
año para volver las aguas a sus cauces.
Por eso clamamos ¡Soberanía alimentaria ya!
No
podemos continuar aceptando lo mil millones de hambrientos, ni un
millón, ni cien mil, ni un hambriento más en el mundo, como si esto
fuera una causa natural. Los pueblos con hambre y que no producen su
propia comida son pueblos atrapados en la sobrevivencia, que no puede
pensar y decidir libremente, no pueden ser independientes, no pueden
resistir ni proyectarse a futuro, no pueden ser libres ni soberanos.
Nos
parecería importante un pronunciamiento de la Iglesia y los movimientos
populares que ponga la defensa de la alimentación y por ende de la
agricultura campesina e indígena, en el centro de las luchas sociales.
No podemos subordinar el bienestar de todas y todos los trabajadores a las pretensiones de acumulación de capital.
Queremos explicar a todas y todos el porqué de nuestras luchas específicas:
Luchamos
por una reforma agraria integral y popular, porque sin tierra y sin
territorios no somos pueblos, no somos libres ni somos dignos y esta es
no solo una lucha de las y los campesinos.
Luchamos
por el fin del agronegocio. Creemos que la sociedad debe limitar las
pretensiones de lucro cuando eso impide la dignidad humana, el buen
vivir y el cuidado de la naturaleza, poniendo en peligro el futuro de
todas y todos.
Por las mismas razones, luchamos por el fin de los tratados de libre comercio en la agricultura.
Luchamos
por recuperar y fortalecer nuestras formas de hacer agricultura
campesina e indígena de base agroecológica. Solo así podemos asegurar la
alimentación para cada persona mientras simultáneamente cuidamos la
Madre Tierra y revertimos las causas del calentamiento global.
Luchamos
por el fin de los cultivos transgénicos en todas sus formas, porque no
aportan al bienestar de nadie, porque desde nuestros saberes tenemos
alternativas muy superiores.
Luchamos
porque la dignidad, la justicia, la paz, la libertad, el bienestar, el
respeto y el aprecio sea para todas y todos, luchamos por la igualdad
entre los sexos, que incluye la valorización del papel de las mujeres en
la agricultura y la alimentación, su aporte económico al sostenimiento
de las familias y en la construcción cultural y espiritual
Luchamos por poner fin a la violencia doméstica e institucional y por el derecho a la autodeterminación.
Porque
no hay vida si no hay futuro, luchamos porque haya condiciones para que
nuestros hijos e hijas, nuestros nietos y nietas, sus nietos y nietas,
tengan la posibilidad real de permanecer en el campo y saber que tendrán
una vida digna para ellas y ellos, y para las futuras generaciones.
Ofrecemos
en reciprocidad nuestro esfuerzo y compromiso por comprender en
profundidad los problemas específicos del conjunto de los movimientos
sociales, de sus resistencias, y unirnos para impulsar nuestras luchas
comunes.
Del
mismo modo, nos esforzaremos por comprender las particularidades de las
preocupaciones y los compromisos de la Iglesia Católica.
Nos
comprometemos a participar en estos días y en el futuro en la búsqueda
de tareas y esfuerzos comunes, a desplegar nuestra solidaridad de manera
más cotidiana y a juntar fuerzas en la búsqueda de la dignidad, la
justicia, la paz y el buen vivir.
¡Globalicemos la lucha! ¡Globalicemos la esperanza!
Roma, 27-29 octubre 2014
http://alainet.org/active/78363
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