Dice una tradición que cuando los turcos ya derribaban los
muros de Bizancio, los teólogos bizantinos discutían cuántos ángeles
cabían en la cabeza de un alfiler. Los científicos modernos, que
elaboran y reelabora sin cesar los aspectos más desdeñables de la única
realidad que conocen del único modo que conocen, pesan con rigor los
argumentos y hacen exhibiciones de virtuosismo analítico. Pero los
tiempos han cambiado: ya no cuentan angelitos, trabajan para el invasor.
El lugar del petróleo
Hace poco, el lingüista y analista político Noam Chomsky advirtió que
algunos países, entre los que destacó a los iberoamericanos donde
sobrevive la cosmovisión indígena, tratan de que el petróleo “esté donde
debe estar: bajo tierra”.
Un científico notable, profesor emérito del Instituto de Tecnología
de Massachussets, expresaba así el nuevo paradigma social: la protección
ambiental y la conservación de los recursos naturales en lugar del
paradigma antiguo, todavía dominante, centrado en el progreso y el
desarrollo impulsado por la ciencia y a la tecnología.
El paradigma del progreso es invención de la ilustración europea.
Hemos llegado a considerar al progreso como lo más natural del mundo,
algo que obviamente todos quieren o deberían querer; pero nos
sorprenderíamos si supiéramos que antes de la ilustración no había
siquiera una palabra para designarlo.
Los alemanes, como los indios
El sociólogo Max Weber observó que los campesinos alemanes de los
inicios del capitalismo aceptaban de buen grado las ofertas de aumentos
salariales o del precio de sus productos que les ofrecían, pero lejos de
trabajar más para ganar más, es decir, de aceptar la ideología del
progreso que ya se insinuaba, trabajan menos, porque al recibir más por
lo mismo no sentían ninguna necesidad de “progresar”. Eran inmunes a los
incentivos capitalistas.
El “progresista” más acérrimo, implacable y notorio que tuvo la
Argentina fue sin dudas Domingo Faustino Sarmiento. No conocía a los
indios, a pesar de ser en parte indígena su sangre, ni a los negros, a
pesar de tener ascendientes africanos por parte de madre.
Su ceguera “progresista” lo llevó a declaraciones como ésta:
“¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento
una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más
que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si
reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así
son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil,
sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al
pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.(Domingo
Faustino Sarmiento en El Progreso, 27/9/1844 y El Nacional, 25/11/1876).
Sarmiento era una especie de Pedro el Grande de las Pampas; se sentía
llamado a imponer la civilización a palos, mediante las peores
crueldades, sin advertir que en el método está la meta y que el método
no es ajeno a sus resultados.
Todo vuelve
A los indígenas americanos se vuelven hoy los portavoces del “nuevo
paradigma”, no para rescatar los piojos, (que no eran exclusivos de
Lautaro y que han vuelto a todo nivel desde que no se usó más el DDT
cuando se descubrió su toxicidad), sino para tomar ejemplo de las
relaciones armónicas del hombre con la naturaleza considerada sagrada,
madre amorosa que sustenta y no esclava que debe ser violentada.
Miren qué poder tenemos
Las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki fueron una
demostración de lo que pueden hacer la ciencia y la tecnología. No solo
mataron a 100.000 personas sino que quebraron sin remedio la idea de lo
que es bueno para la ciencia es bueno para la sociedad.
A partir de entonces, se pudo cuestionar el riego con agente naranja de
las selvas de Vietnam y luego de los campos con glifosato, sin detenerse
ante un invento tecnológico porque ya no hay confianza en que la
tecnología se identifique con el bien ni que la cara del progreso sea
siempre sonriente.
Hoy mismo, nadie piensa que los activistas de Greenpeace presos en
Rusia por oponerse a la extracción de petróleo del Artico hayan actuado
contra el progreso.
Cómo sostenerse en la cresta
Al término de la segunda guerra mundial los Estados Unidos se vieron con
el cinco por ciento de la población y el 50 por ciento de la riqueza
del mundo. Los planificadores estratégicos de su política se dispusieron
a tomar las medidas necesarias para sostener sin término esta situación
de desequilibrio, en la seguridad de que iban a aparecer “rencorosos”
que querrían modificarla.
La actual presencia activa y militante de aquel país en los
conflictos de todo el mundo es el resultado de la estrategia trazada
entonces, que no pudo evitar la declinación económica de los Esatdos
Unidos, hoy casi totalmente un país gordo y rentista, que participa con
su producción mucho menos que antes. Se sostiene gracias a negocios
financieros que le permiten extraer dinero de todo el mundo, y por su
condición de gendarme del orden mundial.
Cambio de paradigma
En lugar del oscurantismo opuesto al progreso, ahora la atención se
dirige más bien al riesgo ambiental global como la principal amenaza que
enfrenta la humanidad, producida por ella misma. La gente no sabe cómo
renunciar al progreso ni porqué debe hacerlo, pero se preocupa cuando
llega a saber que la industria alimenticia, por ejemplo, pone en la mesa
productos perjudiciales para la salud, que producen cáncer y otros
males, y que la industria se vincula con el efecto invernadero y la
contaminación de la tierra, el agua y el aire.
Los científicos, primera línea del progreso, suelen por su parte
disgustarse cuando ven que los frutos económicos de sus inventos se
esfuman hacia otras manos y poco y nada queda en suyas propias.
Los transgénicos
Actualmente, la resistencia ha hecho blanco sobre todo en los
transgénicos y en las empresas que los promueven, como Monsanto y
Syngenta, entre otras.
La comisión pastoral de la tierra del Brasil, de mucha influencia en
el movimiento de los Sin Tierra, publicó recientemente un trabajo en que
advertía que los transgénicos pueden causar serios trastornos a la
salud humana, pues la alimentación con granos genéticamente modificados
es capaz de provocar alergias, resistencia a los antibióticos y aumento
en el índice de sustancias tóxicas.
Y también: “puede incluso acarrear un riesgo ecológico imprevisible,
con la desaparición progresiva de la biodiversidad, ya que el aumento
del monocultivo llevará a la pérdida de la variedad y calidad de las
semillas”.
Finalmente aparece otro problema, que se ha denominado “el
patentamiento de la vida: “el patentamiento en curso tornará a los
transgénicos en propiedad exclusiva de los grupos económicos”.
Tratándose de una pastoral cabía esperar el final: “Rogamos a Dios que
nos ayude a unir esfuerzos para evitar el riesgo de los transgénicos”.
Comprobar ¿para qué?
El movimiento de los Sin Tierra advertía por entonces que ningún estudio
comprueba que los alimentos transgénicos hacen daño o no hacen daño a
la salud. Por lo tanto, aplicando el principio de precaución y
previsión, no deberían entrar en la cadena alimenticia.
En respuesta las multinacionales semilleras, que se aprestan a
obtener una ley para ellas en la Argentina, dicen que no hay ninguna
prueba de que sus granos produzcan efectos nocivos. Este es el argumento
que usaron en su momento las tabacaleras contra los que decían que el
cigarrillo enfermaba. Fue necesario esperar décadas hasta recoger
estadísticas de pacientes en hospitales para demostrarlo y solo entonces
se pudo actuar contra ellas.
Las pruebas que piden las semilleras son imposibles, porque la
certeza que reclaman no se obtiene sino mediante experimentos sobre
seres humanos. Habrá que esperar entonces décadas para que lo que ya es
vox populi se demuestre con estadísticas clínicas, como se hizo con el
cigarrillo.
Guerra en la república de los sabios
No obstante, hay investigadores que no parecen dispuestos a esperar
tanto, y aclaran que la ciencia no puede demostrar que los transgénicos
no sean perjudiciales.
Donde algo puede provocar un daño grave e irreversible, es correcto y
apropiado que los científicos exijan evidencias que demuestren que la
manipulación genética es segura, más allá de la duda razonable.
Así se expidió el Grupo de Ciencia Independiente del Brasil, pero
dentro de la lógica empresaria el lucro puede más y habrá que esperar
mientras contamos los muertos.
Para Vía Campesina, una organización que coordina movimientos
campesinos de diversos continentes, “las soluciones de ´alta tecnología´
no son lo que necesitan los campesinos y los productores pequeños. Y
ciertamente no necesitan una tecnología que incluya riesgos
incontrolables y no proporcione ningún avance para los campesinos. La
ingeniería genética tiene que ser considerada como “un enorme paso
atrás” comparado a las soluciones alternativas que ofrecen la
agroecología y la gestión de la biodiversidad”.
Para Greenpeace los transgénicos suponen un grave riesgo para la
biodiversidad y tienen efectos irreversibles e imprevisibles sobre los
ecosistemas. Algunos de los peligros de estos cultivos para el medio
ambiente y la agricultura son: incremento del uso de tóxicos en la
agricultura, contaminación genética, contaminación del suelo, pérdida de
biodiversidad, desarrollo de resistencias en insectos y “malas hierbas”
y efectos no deseados en otros organismos.
La sociedad del riesgo
El sociólogo alemán Ulrich Beck considera a nuestra sociedad “signada
por el riesgo tecnológico” que se inició con Hiroshima y Nagasaki. Para
él ese riesgo se hizo evidente a partir de Chernobil, la explosión de la
central nuclear ucraniana, seguido por Fukushina en el Japón.
Hasta Chernobil, dice Beck , los conflictos se daban en torno a la
desigual distribución de riquezas, las injusticias sociales y la
miseria.
Pero desde Chernobil se trata de peligros atómicos, un peligro que
suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la
modernidad.
Se trata de mi riesgo que lleva a redefinir las relaciones sociales
“Las sociedades del riesgo no son sociedades de clases; sus situaciones
de peligro no se pueden pensar como situaciones de clases, ni sus
conflictos como conflictos de clases”, escribió Beck en 1998.
Quién es más democrático
Se trata, si no fuera paradójico y no afectara las convicciones de mucha
gente, de un avance de la democracia, del mismo modo que se ha dicho
que lo más igualitario es la muerte: “La miseria es jerárquica y
clasista, el smog es democrático”.
Si de sociedad en riesgo se trata, se debe redistribuir el riesgo de
modo que caiga preferentemente sobre los más desvalidos, como antes se
trataba de distribución de bienes.
Otra relación esencial es la del hombre de la era tecnológica con la
naturaleza. Teóricos como Niklas Luhmann sostienen que la tecnología
está destruyendo la naturaleza, crea problemas globales impredecibles
porque no se pueden controlar completamente
Según ellos la ciencia que produjo estos efectos es “posnormal”, a
diferencia de la “normal” que estudió hace casi un siglo Tomas Kuhn. A
diferencia de lo que pensaba Beck no hay disolución de las clases
sociales por esta vía, sino simplemente una nueva asignación de riesgos
según las clases.
Particularmente el rechazo a los transgénicos además de cuestiones
relacionadas con la biodiversidad y las enfermedades, se relaciona el
carácter imprevisible de la tecnologías intrínsecamente riesgosas.
Y los riesgos en este sentido derivan de que la ciencia no puede
predecir el grado en que los genes migrarán hacia poblaciones salvajes y
causarán efectos ecológicos negativos.
Otro problema es la pérdida por los agricultores del control de sus
semillas, ya que de avanzar el sistema actual quedarán dependientes de
las empresas multinacionales, lo que de paso implica la pérdida de la
soberanía alimentaria
Enfrentando a la ciencia
En febrero de 2005, indígenas tupinikim y guaraní recuperaron tierras
ancestrales en Aracruz (Brasil), ocupadas por las plantaciones de
eucaliptus de la empresa celulósica Aracruz Celulose S.A.
Poco después la policía acudió en defensa de la empresa y desalojó a
los indígenas. Como los tiempos han cambiado, el Movimiento de Mujeres
Campesinas atacó un laboratorio de la empresa en el día Internacional de
la Mujer y se desató una polémica sobre el papel de la ciencia y la
técnica.
El Movimiento de los Sin Tierra analizó los hechos y participó de la
polémica: “¿Las investigaciones científicas son neutras, no tienen
coloración ideológica? ¿Los laboratorios de Aracruz estaban al servicio
de quién? ¿De la ciencia, de la comunidad o de la propia multinacional
para desarrollar sus proyectos que, según los defensores del medio
ambiente comprobadamente afectan al medio ambiente?
En un pasado reciente, los científicos alemanes (nazis) también
hacían investigaciones. Pregunta: ¿eran proyectos científicos “neutros”?
¿estaban al servicio de quién? ¿de la comunidad, de la ciencia o de un
proyecto racista que apuntaba a la eliminación de grupos étnicos o
políticos como judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, etc? Pues
bien, si eventualmente algún grupo de resistencia destruyese
laboratorios al servicio del III Reich, ¿estaría impidiendo el “progreso
de la ciencia”?
La “neutralidad” de la ciencia es algo como mínimo discutible y que
debe servir de reflexión para parte del mundo académico que,
generalmente, prefiere no posicionarse cuando es cuestionado en ese
sentido, por entender que “la ciencia está encima de todo”.
Investigar pero sabiendo qué y para qué
La cuestión, para Juan Pedro Stedile, un miembro de la conducción de los
Sin Tierra, no es oponerse a la investigación, sino investigar
soluciones para los problemas del pueblo, y no para aumentar las
ganancias de las empresas y el lucro de las multinacionales.
De la Redacción de AIM
http://www.aimdigital.com.ar/aim/2013/11/24/la-ciencia-y-los-transgenicos-todo-el-poder-a-monsanto/
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