domingo, 24 de noviembre de 2013

La ciencia y los transgénicos (todo el poder a Monsanto)

Dice una tradición que cuando los turcos ya derribaban los muros de Bizancio, los teólogos bizantinos discutían cuántos ángeles cabían en la cabeza de un alfiler. Los científicos modernos, que elaboran y reelabora sin cesar los aspectos más desdeñables de la única realidad que conocen del único modo que conocen, pesan con rigor los argumentos y hacen exhibiciones de virtuosismo analítico. Pero los tiempos han cambiado: ya no cuentan angelitos, trabajan para el invasor.

La resistencia ha hecho blanco sobre todo en los transgénicos y en las empresas que los promueven, como Monsanto.

El lugar del petróleo
Hace poco, el lingüista y analista político Noam Chomsky advirtió que algunos países, entre los que destacó a los iberoamericanos donde sobrevive la cosmovisión indígena, tratan de que el petróleo “esté donde debe estar: bajo tierra”.
Un científico notable, profesor emérito del Instituto de Tecnología de Massachussets, expresaba así el nuevo paradigma social: la protección ambiental y la conservación de los recursos naturales en lugar del paradigma antiguo, todavía dominante, centrado en el progreso y el desarrollo impulsado por la ciencia y a la tecnología.


El paradigma del progreso es invención de la ilustración europea. Hemos llegado a considerar al progreso como lo más natural del mundo, algo que obviamente todos quieren o deberían querer; pero nos sorprenderíamos si supiéramos que antes de la ilustración no había siquiera una palabra para designarlo.

Los alemanes, como los indios
El sociólogo Max Weber observó que los campesinos alemanes de los inicios del capitalismo aceptaban de buen grado las ofertas de aumentos salariales o del precio de sus productos que les ofrecían, pero lejos de trabajar más para ganar más, es decir, de aceptar la ideología del progreso que ya se insinuaba, trabajan menos, porque al recibir más por lo mismo no sentían ninguna necesidad de “progresar”. Eran inmunes a los incentivos capitalistas.
El “progresista” más acérrimo, implacable y notorio que tuvo la Argentina fue sin dudas Domingo Faustino Sarmiento. No conocía a los indios, a pesar de ser en parte indígena su sangre, ni a los negros, a pesar de tener ascendientes africanos por parte de madre.
Sarmiento: no conocía a los indios, a pesar de ser en parte indígena su sangre, ni a los negros, a pesar de tener ascendientes africanos por parte de madre.
Su ceguera “progresista” lo llevó a declaraciones como ésta: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.(Domingo Faustino Sarmiento en El Progreso, 27/9/1844 y El Nacional, 25/11/1876).
Sarmiento era una especie de Pedro el Grande de las Pampas; se sentía llamado a imponer la civilización a palos, mediante las peores crueldades, sin advertir que en el método está la meta y que el método no es ajeno a sus resultados.

Todo vuelve
A los indígenas americanos se vuelven hoy los portavoces del “nuevo paradigma”, no para rescatar los piojos, (que no eran exclusivos de Lautaro y que han vuelto a todo nivel desde que no se usó más el DDT cuando se descubrió su toxicidad), sino para tomar ejemplo de las relaciones armónicas del hombre con la naturaleza considerada sagrada, madre amorosa que sustenta y no esclava que debe ser violentada.

Miren qué poder tenemos
Las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki fueron una demostración de lo que pueden hacer la ciencia y la tecnología. No solo mataron a 100.000 personas sino que quebraron sin remedio la idea de lo que es bueno para la ciencia es bueno para la sociedad.
A partir de entonces, se pudo cuestionar el riego con agente naranja de las selvas de Vietnam y luego de los campos con glifosato, sin detenerse ante un invento tecnológico porque ya no hay confianza en que la tecnología se identifique con el bien ni que la cara del progreso sea siempre sonriente.
Hoy mismo, nadie piensa que los activistas de Greenpeace presos en Rusia por oponerse a la extracción de petróleo del Artico hayan actuado contra el progreso.

Cómo sostenerse en la cresta
Al término de la segunda guerra mundial los Estados Unidos se vieron con el cinco por ciento de la población y el 50 por ciento de la riqueza del mundo. Los planificadores estratégicos de su política se dispusieron a tomar las medidas necesarias para sostener sin término esta situación de desequilibrio, en la seguridad de que iban a aparecer “rencorosos” que querrían modificarla.
Al término de la segunda guerra mundial los Estados Unidos se vieron con el cinco por ciento de la población y el 50 por ciento de la riqueza del mundo.
La actual presencia activa y militante de aquel país en los conflictos de todo el mundo es el resultado de la estrategia trazada entonces, que no pudo evitar la declinación económica de los Esatdos Unidos, hoy casi totalmente un país gordo y rentista, que participa con su producción mucho menos que antes. Se sostiene gracias a negocios financieros que le permiten extraer dinero de todo el mundo, y por su condición de gendarme del orden mundial.

Cambio de paradigma
En lugar del oscurantismo opuesto al progreso, ahora la atención se dirige más bien al riesgo ambiental global como la principal amenaza que enfrenta la humanidad, producida por ella misma. La gente no sabe cómo renunciar al progreso ni porqué debe hacerlo, pero se preocupa cuando llega a saber que la industria alimenticia, por ejemplo, pone en la mesa productos perjudiciales para la salud, que producen cáncer y otros males, y que la industria se vincula con el efecto invernadero y la contaminación de la tierra, el agua y el aire.
Los científicos, primera línea del progreso, suelen por su parte disgustarse cuando ven que los frutos económicos de sus inventos se esfuman hacia otras manos y poco y nada queda en suyas propias.

Los transgénicos
Actualmente, la resistencia ha hecho blanco sobre todo en los transgénicos y en las empresas que los promueven, como Monsanto y Syngenta, entre otras.
La comisión pastoral de la tierra del Brasil, de mucha influencia en el movimiento de los Sin Tierra, publicó recientemente un trabajo en que advertía que los transgénicos pueden causar serios trastornos a la salud humana, pues la alimentación con granos genéticamente modificados es capaz de provocar alergias, resistencia a los antibióticos y aumento en el índice de sustancias tóxicas.
Y también: “puede incluso acarrear un riesgo ecológico imprevisible, con la desaparición progresiva de la biodiversidad, ya que el aumento del monocultivo llevará a la pérdida de la variedad y calidad de las semillas”.
Transgénicos: riesgo ecológico imprevisible, con la desaparición progresiva de la biodiversidad.
Finalmente aparece otro problema, que se ha denominado “el patentamiento de la vida: “el patentamiento en curso tornará a los transgénicos en propiedad exclusiva de los grupos económicos”. Tratándose de una pastoral cabía esperar el final: “Rogamos a Dios que nos ayude a unir esfuerzos para evitar el riesgo de los transgénicos”.

Comprobar ¿para qué?
El movimiento de los Sin Tierra advertía por entonces que ningún estudio comprueba que los alimentos transgénicos hacen daño o no hacen daño a la salud. Por lo tanto, aplicando el principio de precaución y previsión, no deberían entrar en la cadena alimenticia.
En respuesta las multinacionales semilleras, que se aprestan a obtener una ley para ellas en la Argentina, dicen que no hay ninguna prueba de que sus granos produzcan efectos nocivos. Este es el argumento que usaron en su momento las tabacaleras contra los que decían que el cigarrillo enfermaba. Fue necesario esperar décadas hasta recoger estadísticas de pacientes en hospitales para demostrarlo y solo entonces se pudo actuar contra ellas.
Las pruebas que piden las semilleras son imposibles, porque la certeza que reclaman no se obtiene sino mediante experimentos sobre seres humanos. Habrá que esperar entonces décadas para que lo que ya es vox populi se demuestre con estadísticas clínicas, como se hizo con el cigarrillo.

Guerra en la república de los sabios
No obstante, hay investigadores que no parecen dispuestos a esperar tanto, y aclaran que la ciencia no puede demostrar que los transgénicos no sean perjudiciales.
Donde algo puede provocar un daño grave e irreversible, es correcto y apropiado que los científicos exijan evidencias que demuestren que la manipulación genética es segura, más allá de la duda razonable.
Así se expidió el Grupo de Ciencia Independiente del Brasil, pero dentro de la lógica empresaria el lucro puede más y habrá que esperar mientras contamos los muertos.
Para Vía Campesina, una organización que coordina movimientos campesinos de diversos continentes, “las soluciones de ´alta tecnología´ no son lo que necesitan los campesinos y los productores pequeños. Y ciertamente no necesitan una tecnología que incluya riesgos incontrolables y no proporcione ningún avance para los campesinos. La ingeniería genética tiene que ser considerada como “un enorme paso atrás” comparado a las soluciones alternativas que ofrecen la agroecología y la gestión de la biodiversidad”.
Para Greenpeace los transgénicos suponen un grave riesgo para la biodiversidad y tienen efectos irreversibles e imprevisibles sobre los ecosistemas. Algunos de los peligros de estos cultivos para el medio ambiente y la agricultura son: incremento del uso de tóxicos en la agricultura, contaminación genética, contaminación del suelo, pérdida de biodiversidad, desarrollo de resistencias en insectos y “malas hierbas” y efectos no deseados en otros organismos.

La sociedad del riesgo
El sociólogo alemán Ulrich Beck considera a nuestra sociedad “signada por el riesgo tecnológico” que se inició con Hiroshima y Nagasaki. Para él ese riesgo se hizo evidente a partir de Chernobil, la explosión de la central nuclear ucraniana, seguido por Fukushina en el Japón.
Hasta Chernobil, dice Beck , los conflictos se daban en torno a la desigual distribución de riquezas, las injusticias sociales y la miseria.
Pero desde Chernobil  se trata de peligros atómicos, un peligro que suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad.
Se trata de mi riesgo que lleva a redefinir las relaciones sociales “Las sociedades del riesgo no son sociedades de clases; sus situaciones de peligro no se pueden pensar como situaciones de clases, ni sus conflictos como conflictos de clases”, escribió Beck en 1998.

Quién es más democrático
Se trata, si no fuera paradójico y no afectara las convicciones de mucha gente, de un avance de la democracia, del mismo modo que se ha dicho que lo más igualitario es la muerte: “La miseria es jerárquica y clasista, el smog es democrático”.
Si de sociedad en riesgo se trata, se debe redistribuir el riesgo de modo que caiga preferentemente sobre los más desvalidos, como antes se trataba de distribución de bienes.
Otra relación esencial es la del hombre de la era tecnológica con la naturaleza. Teóricos como Niklas Luhmann sostienen que la tecnología está destruyendo la naturaleza, crea problemas globales impredecibles porque no se pueden controlar completamente
Según ellos la ciencia que produjo estos efectos es “posnormal”, a diferencia de la “normal” que estudió hace casi un siglo Tomas Kuhn. A diferencia de lo que pensaba Beck no hay disolución de las clases sociales por esta vía, sino simplemente una nueva asignación de riesgos según las clases.
Particularmente el rechazo a los transgénicos además de cuestiones relacionadas con la biodiversidad y las enfermedades, se relaciona el carácter imprevisible de la tecnologías intrínsecamente riesgosas.
Y los riesgos en este sentido derivan de que la ciencia no puede predecir el grado en que los genes migrarán hacia poblaciones salvajes y causarán efectos ecológicos negativos.
Otro problema es la pérdida por los agricultores del control de sus semillas, ya que de avanzar el sistema actual quedarán dependientes de las empresas multinacionales, lo que de paso implica la pérdida de la soberanía alimentaria
Enfrentando a la ciencia
En febrero de 2005, indígenas tupinikim y guaraní recuperaron tierras ancestrales en Aracruz (Brasil), ocupadas por las plantaciones de eucaliptus de la empresa celulósica Aracruz Celulose S.A.
Poco después la policía acudió en defensa de la empresa y desalojó a los indígenas. Como los tiempos han cambiado, el Movimiento de Mujeres Campesinas atacó un laboratorio de la empresa en el día Internacional de la Mujer y se desató una polémica sobre el papel de la ciencia y la técnica.
El Movimiento de los Sin Tierra analizó los hechos y participó de la polémica:  “¿Las investigaciones científicas son neutras, no tienen coloración ideológica? ¿Los laboratorios de Aracruz estaban al servicio de quién? ¿De la ciencia, de la comunidad o de la propia multinacional para desarrollar sus proyectos que, según los defensores del medio ambiente comprobadamente afectan al medio ambiente?
En un pasado reciente, los científicos alemanes (nazis) también hacían investigaciones. Pregunta: ¿eran proyectos científicos “neutros”? ¿estaban al servicio de quién? ¿de la comunidad, de la ciencia o de un proyecto racista que apuntaba a la eliminación de grupos étnicos o políticos como judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, etc? Pues bien, si eventualmente algún grupo de resistencia destruyese laboratorios al servicio del III Reich, ¿estaría impidiendo el “progreso de la ciencia”?
La “neutralidad” de la ciencia es algo como mínimo discutible y que debe servir de reflexión para parte del mundo académico que, generalmente, prefiere no posicionarse cuando es cuestionado en ese sentido, por entender que “la ciencia está encima de todo”.
La "neutralidad" de la ciencia es algo como mínimo discutible.
Investigar pero sabiendo qué y para qué
La cuestión, para Juan Pedro Stedile, un miembro de la conducción de los Sin Tierra, no es oponerse a la investigación, sino investigar soluciones para los problemas del pueblo, y no para aumentar las ganancias de las empresas y el lucro de las multinacionales.

De la Redacción de AIM


http://www.aimdigital.com.ar/aim/2013/11/24/la-ciencia-y-los-transgenicos-todo-el-poder-a-monsanto/

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