jueves, 7 de noviembre de 2013

Transgénicos: Jugando a ser Dios



Marielys Zambrano Lozada / panored@panodi.com
 La ciencia ha llegado al campo y está modificando nuestros patrones de consumo. Por eso vemos arroz dorado, enriquecido con hierro. Zanahorias con contenido de calcio. Aceite de soya con omega 3. ¡Hasta yuca con proteínas y vitaminas!

En los laboratorios del mundo se está invirtiendo en biotecnologías que producen alimentos con contenidos modificados, esos que llaman transgénicos; los que resumen innovación y miedo. ¿Por qué miedo? Porque los transgénicos son alimentos creados por el hombre. El científico ha jugado a convertirse en Dios.


A través de técnicas, procesos y métodos se utilizan organismos vivos (plantas o animales), o sus partes, para producir una amplia variedad de productos. Lo que ha dado pie a una ola de reacciones positivas y negativas sobre su razón de ser “saludable”, por encima de las bondades comerciales que ofrecen.
¿Algo nuevo? No del todo. De hecho, la cerveza o el pan fueron elaborados —inocentemente— de esa modificación: el hombre usó organismos vivos para conseguir algo distinto. El problema ahora deriva de la manera moderna de aplicarla y hacer esos transgénicos.
“Sus herramientas son el ADN de cada ser vivo, el cual, ha comenzado a ser recombinado para una ingeniería genética lo más perfecta posible en el campo. Con ello, se crean nuevos productos para sembrar o para multiplicar animales fuertes.
Las cosechas están menos expuestas a riesgos, y se puede jugar con el sabor, la textura y otras variables de lo que se quiere cosechar. Pero eso, también trae problemas”, explica el ingeniero en producción animal y zootecnista, con 15 años de experiencia en el campo, Alfonzo Valera.
La advertencia la fundamenta en una razón. Es que, hablando numéricamente es bueno, porque se crean especies casi indestructibles y más productivas. ¿Cómo? Un ejemplo es que se ha colocado bacterias y virus en plantas. Eso las hace resistentes a varios tipos de venenos, que garantizan una planta más fuerte. El problema está cuando se evalúa lo siguiente: El hombre ha evolucionado junto con las plantas que ha consumido. Y ahora, de la nada —explica Valera—, se agarra un organismo nuevo para consumir.
“Le has añadido características extrañas. Estás controlando genéticamente las especies. Virus con plantas, y animales con vegetales. Cosas que en la naturaleza no se dan. Así, te comes algo que tiene en sus genes características venenosas, porque fue la manera de hacerlo fuerte y resistente a las plagas. Yo creo que a la larga, nada bueno podría salir de allí. Eso sin contar el daño al medio ambiente. Porque los cultivos están repletos de los plaguicidas que mantienen las cosechas bajo control perfecto”.

La FAO —Food and Agriculture Organization—, ve los toros desde la barrera y asoma: “La producción agrícola mundial deberá aumentar un 60 por ciento a mediados de este siglo para poder cubrir las necesidades alimentarias de la creciente población mundial. Y la genética será crucial”, subrayó Dan Gustafson, director general adjunto.
Pero, si se mira hacia el horizonte esas nuevas semillas creadas están siendo patentadas. Tienen dueño. “Nadie debe ser dueño de la comida. No estoy contra la ciencia, pero, sí contra la forma como se ha ido manejando este negocio de los trangénicos”, afirma Valera.
Los portales digitales de las empresas y centros de investigaciones de transgénicos en el mundo alegan que los cambios científicos buscan cultivos genéticamente modificados porque, tendrán semillas fuertes a las plagas, para que no haya pérdidas, aparte de que las cosechas pueden tener mejores atributos sensoriales (arrojarán productos gustosos y de buena textura), con mejor característica en el procesamiento y mejor calidad nutricional.
No es una mala intención, pero los resultados vistos a través de la experiencia con la empresa Monsanto, no son alentadores.
Nuestro planeta tiene 14 mil millones de hectáreas de tierra y ya Monsanto le puso el sello al 1,15% de esa porción: monopoliza 171 millones de hectáreas donde tiene participación, aportando semillas transgénicas y sus plaguicidas.
Cuando John Francis Queeny fundó en 1901 esa compañía en Misuri, Estados Unidos, honrándola con el nombre de soltera de su esposa —Olga Méndez Monsanto— jamás visionó que su emporio sería tan grande como peligroso.
Primero se paseó como productor de sacarina, luego a la química industrial y posteriormente sintetizó la hormona somatotropina bovina, para aumentar la producción de leche, aun cuando le daba mastitis a las vacas, y por supuesto, lanzó al ruedo la vacuna contra ese mal, dejando trazas de residuos en la leche vendida, cosa que aún se debate si es saludable o no.
Ese gigante se hizo fuerte después con los transgénicos, haciendo patentes de semillas alteradas genéticamente del maíz, la soja, el algodón, cientos de especies vegetales y animales. Por supuesto, tiene el herbicida estrella, más vendido del mundo: el Roundup, que erradica “de un día para otro” las malezas en los cultivos.

Pero, el uso de tantos químicos en los cultivos, trajo como consecuencia que riachuelos se contaminaran, áreas del mar también, e incluso, se detectaron restos del herbicida en corrientes de aire. Para colmo de males, comenzaron a notar que el consumo de los productos repletos de tal herbicida estaba creando efectos negativos sobre la salud: función orgánica alterada, intoxicaciones, malformaciones en la piel, cáncer, algunos tumores, todo reseñado por estudios médicos independientes. Y los niños que atravesaban los campos plantados, y los mismos campesinos, comenzaron a sufrir secuelas en sus pies.
Una voz dura contra ellos es la delegada de Semilla de vida, en México, que alertó el daño que causan. Expuso que en Francia se han efectuado estudios que revelan que consumidores de transgénicos tenían problemas de salud relacionados con el hígado y los riñones. Demandas fueron y vinieron sobre Monsanto.Entre ellas, lo acusaron de publicidad engañosa porque la etiqueta de su herbicida decía: “biodegradable y bueno para el medio ambiente”. Tras pagar 50 mil dólares como multa y otros 15 mil euros más en Europa, Monsanto salió ileso. Retiró la publicidad engañosa y siguió vendiendo el producto que hoy es líder en el mercado mundial.
Se le suma el listado de demandas por daños a la salud. Además d el pecado de lanzar al ruedo productos transgénicos, como la Nutrasweet (que después de estar por tiempo en el mercado, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos publicó un informe con 94 problemas de salud causados por él. No en vano la Asociación de Consumidores Orgánicos de Norteamérica citó en un documento del 2011: “Hay una correlación directa entre el suministro de alimentos genéticamente modificados y los dos mil millones de dólares que el gobierno de nuestro país gasta anualmente en atención médica. Es una epidemia de enfermedades crónicas relacionadas con la dieta y un vínculo comercial con los laboratorios de fármacos y vacunas”.
Pero a Monsanto nada le costó desembolsar un fondo de compensación de 180 millones de dólares a soldados americanos por envenenamiento tras usar sus productos, otros 700 millones más por contaminación en Anniston, y ya afinan combate por acusaciones de que son responsables del exterminio de más de 7 millones de murciélagos arrasados por una “rara enfermedad”, probablemente un virus transgénico.
La experiencia de Monsanto con esos productos ha sido vista con indignación por países del mundo, como casi toda Europa —exceptuando España y Portugal—. Aún así, 28 países sí caen rendidos a sus pies. En Latinoamérica sedujeron a Colombia, México, Costa Rica, Cuba, Honduras, Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Brasil. Venezuela no se anota en la lista. Contamos con una autoridad en materia de organismos genéticamente modificados (OGM), que es el Ministerio de Ambiente y la Comisión Nacional de Bioseguridad. Acá no está permitida la comercialización, ni la siembra de organismos genéticamente modificados. ¡Un alivio! Sin embargo, entre toneladas de comida importada, algo pudiera entrar. Colombia se aventuró desde 2002 a la lista de países que sí utilizan cultivos genéticamente modificados.
¿Hasta qué punto los experimentos agrícolas no nos pasarán factura en el futuro? Eso es lo que profetizan quienes apoyan los cultivos orgánicos.

http://panorama.com.ve/portal/app/push/noticia87903.php

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