Diecisiete años después de la invasión transgénica a Argentina,
Brasil, Paraguay, Uruguay y el sur de Bolivia, los efectos ya se pueden
comprobar, “pero no los quieren ver”, alerta el investigador Carlos
Alberto Vicente.
México. La resistencia al avance de los transgénicos en América Latina
vendrá de luchas muy particulares y específicas, y el reto es buscar
una articulación que no haga perder identidad, señala el investigador y
activista argentino Carlos Alberto Vicente, integrante de GRAIN y Acción
por la Biodiversidad.
En el área que comprende los
países andinos, Centroamérica y México, se ha frenado el avance de los
organismos genéticamente modificados, pero el pulso entre las
poblaciones y el poder de empresas como Monsanto continuará, alerta el
investigador en su visita a México como dictaminador del Tribunal
Permanente de los Pueblos (TPP). “La reversión del poder corporativo a
nivel global “no se ve a corto plazo, pero este monstruo tiene en sus
entrañas el veneno que lo acabará matando: la imposibilidad de un
futuro”.
Avance desigual
En América Latina
se pueden distinguir dos áreas distintas de avance de los transgénicos,
considera Carlos Vicente: el Cono Sur (Argentina, Brasil, Paraguay,
Uruguay y el sur de Bolivia), donde “la primera batalla la ganaron
ellos, introduciendo los transgénicos”, y la región conformada por los
países andinos, Centroamérica y México, donde hay resistencias más
fuertes y se ha frenado el avance de las empresas.
En la “República Unida de la
Soya” –como la corporación de semillas Syngenta bautizó al Cono Sur hace
más de diez años- el cultivo de transgénicos avanza, informa Vicente:
son casi 50 millones de hectáreas de soya transgénica sembrada en 2013, y
ganan terreno los maíces Rr y Bt como materia prima industrial.
Al mismo tiempo, pondera el
integrante de GRAIN, existen resistencias crecientes que denuncian los
efectos que trajeron los transgénicos, y resisten a las fumigaciones, a
los avances sobre los territorios, a la deforestación y a los nuevos
organismos genéticamente modificados. Estas luchas todavía “no logran
revertir el poder que adquirieron las corporaciones”, alerta el
investigador.
El año 2012 “fue un año
bisagra” que saltó las alarmas de las resistencias sureñas, indica
Carlos Vicente, pues llegó el derrocamiento del presidente paraguayo,
Fernando Lugo, de la mano de los gremios con intereses por introducir
los transgénicos, y en Argentina la presidenta, Cristina Fernández,
anunció un pacto con la empresa Monsanto: intentó abrir la mayor planta
de procesamiento de maíz transgénico de la transnacional, en el
municipio de Córdoba, y trató de cambiar la ley de semillas para
asegurar las ganancias del gigante de la biotecnología.
“Fue una vuelta de tuerca de
los transgénicos, del avance corporativo y del agronegocio, que nos hizo
dar la alarma e intensificar las luchas”, relata. Las organizaciones
lograron parar la ley de semillas en Argentina.
“Lo que se hace evidente es
que, después de 17 años de introducidos en Argentina y de haber invadido
a partir de ahí todo el Cono Sur de manera ilegal, se demuestra el
fracaso de los transgénicos: siguen manejando las mismas dos
modificaciones genéticas –no han obtenido nada nuevo-; no producen más
ni mejores alimentos, y son apenas cuatro semillas en el mundo”, pues el
99 por ciento de los cultivos transgénicos en el mundo son soya,
algodón, maíz o canola, todos dirigidos a procesos industriales y no a
alimentar a la gente, explica el investigador. Además, incrementaron el
uso de agrotóxicos.
“Las promesas que hacen desde
hace 20 años con la ingeniería genética no se han cumplido”, señala
Vicente. “Tenemos los argumentos de que lo que siempre dijimos: que los
transgénicos son un riesgo para la salud y el ambiente, que no son
necesarios y que son una amenaza para la agricultura campesina y la
producción de alimentos en el mundo. Hoy tenemos datos en firme sobre
todo esto”, afirma.
En la otra zona de América Latina
(países andinos, Centroamérica y México) hay una fuerte presencia de
pueblos originarios, el área es centro de diversidad de varios cultivos,
fundamentalmente el maíz, y posee un territorio que en su mayor parte
no es apto para el monocultivo industrial extensivo que ocupa grandes
superficies y necesita grandes planicies, valora Carlos Vicente, por lo
que hay resistencias más fuertes a los transgénicos.
Bolivia y Ecuador, por
ejemplo, rechazaron los transgénicos, pero la batalla sigue, pues el
presidente ecuatoriano Rafael Correa anunció que modificará la
Constitución para permitir la entrada de los organismos genéticamente
modificados (OGM), matiza Vicente.
“En México, después de 12 años
y un enorme poder político desplegado por Monsanto, aún está frenada la
introducción de maíz genéticamente modificado; y en Costa Rica, el 80
por ciento de los cantones se declararon libres de transgénicos”, abunda
el investigador. En Venezuela, el presidente Nicolás Maduro anunció que
buscará promulgar una ley que prohíba los transgénicos, mientras en
Colombia sí lograron quebrar la resistencia de los campesinos por las
características políticas del país, pero hay zonas indígenas que se
declararon libres de ellos, contrasta.
La resistencia en la zona
tiene diferentes matices, pero logró hasta el momento detener el avance
de las corporaciones, resume Vicente. Y las resistencias se articulan
con las experiencias del Cono Sur.
“Más allá de los matices
ideológicos de los gobiernos, lo que está de fondo es el poder que
tienen las corporaciones para imponer a los transgénicos”, afirma el
investigador.
Las devastaciones
Con la entrada de los
transgénicos a la Argentina, en 1996, se trazó un camino que ya dejó a
las organizaciones lecciones para otros países. Vicente señala que la
primera lección es asumir “que no es posible una democracia con un poder
corporativo tan fuerte”, como Monsanto y cuatro o cinco empresas
manejando el comercio internacional de granos, ejemplifica.
“Podemos hablar de que en
estos momentos hay una dictadura de corporaciones”, en la que no se
puede diferenciar dónde están los intereses del gobierno y dónde los
privados, alerta el entrevistado. “Los funcionarios acaban defendiendo
los despojos de tierras, como en Yucatán, y los intereses de las
corporaciones, como en Argentina, porque si no, se ven amenazados”,
abunda. “Es la lucha del pueblo la que ha frenado los transgénicos, no
una decisión política”.
La segunda lección es la
devastación ambiental y social. En Argentina, las más de 20 millones de
hectáreas de soya transgénica se fumigarán con más de 350 millones de
litros de agrotóxicos, en su mayoría glifosatos. “Hay un incremento de
los nacimientos con malformaciones, aborto y casos de cáncer en las
comunidades, y es dramático y claro que va de la mano con este modelo”,
expone el investigador.
“El emblema más claro es la
lucha de las madres del barrio de Ituzaingo, en la ciudad de Córdoba,
que era una cuña entre plantaciones de soya”, rememora Vicente. Las
mujeres detectaron hace más de diez años un aumento en los casos de
cáncer, se reunieron, notaron las avionetas fumigadoras pasando sobre
sus cabezas, hicieron un mapa del aumento de enfermedades y comenzaron a
denunciar. Lograron que se prohibiera fumigar alrededor del barrio; la
fumigación siguió, de manera ilegal, y lograron que se condenara por
ello al fumigador y a un productor de soya. “Estas mismas madres son las
que están a la puerta de la planta de Monsanto en Malvinas Argentina,
bloqueando su construcción”, relata.
La tercera lección está
relacionada con el desplazamiento de la gente y la producción de
alimentos. “Donde se planta soya transgénica, el 99 por ciento se
exporta. Donde se producían frutales, hortalizas, productos regionales,
se ha dejado de hacer –por ejemplo el algodón en El Chaco, norte de
Argentina- para producir monocultivos que desplazan las producciones
locales”, describe el investigador. “Tenemos un riesgo tremendo sobre la
soberanía alimentaria”.
Carlos Vicente desliza un
problema relacionado: el desplazamiento de poblaciones. Donde se dejan
de producir alimentos y producciones locales, “la gente ya no tiene
lugar y son cientos de personas que al día dejan el campo para ir a
vivir a los cinturones de pobreza de las ciudades. El proyecto de
Monsanto es tener territorios vacíos donde poder hacer su agricultura
industrial. La gente sobra, y si no quiere irse ‘por las buenas’, se
recurre a la violencia”. En Brasil, en el último año se reportan más de
36 casos de muerte de campesinos en estos conflictos por la tierra,
ilustra.
“Hay una necesidad de las
corporaciones de controlar el territorio”, resume el integrante de
GRAIN, y como consecuencia, en todos los ámbitos de la alimentación se
está produciendo una fuerte concentración, una producción más
industrial, más alejada de los medios locales y que fortalece el papel
de los intermediarios.
Y después del Apocalipsis
Carlos Vicente, quien es
jurado en el Tribunal Permanente de los Pueblos –capítulo México-,
puntualiza que otra enseñanza es que la batalla se dará “a través de un
montón de luchas puntuales y específicas en algunos temas –como por
ejemplo fumigaciones o biodiversidad-, pero lo importante es no perder
de vista el horizonte de un poder corporativo que hay que desmantelar”.
Para el movimiento argentino Paren de Fumigar, por ejemplo, lo claro es
que hay que derrotar a la “República Unida de la Soya”, aunque en este
momento estén en la lucha puntual de alejar las fumigaciones, señala.
Actualmente, considera el
investigador, “no estamos en condiciones de enfrentar al poder de las
corporaciones frontalmente, porque los gobiernos son sus aliados y la
fuerza de los movimientos sociales no alcanza”.
“En un momento de gran
fragmentación de las luchas a nivel global, el reto es saber cómo
construir, sumar y articular desde diferentes luchas”, destaca.
En este proceso, considera el
investigador, son sumamente valiosos los procesos como el Tribunal
Permanente de los Pueblos –que en México realiza sus preaudiencias
temáticas con miras a la resolución final, a mediados de 2014. El
tribunal, enumera el investigador, permite la visibilización de lo que
ocurre en las comunidades desde la voz de los pueblos, fortalece las
resistencias “pues se dan cuenta de que no están aisladas”, es un
proceso educativo, sus ejes convergen en una resistencia común contra el
libre comercio y la conversión de todo en mercancía, y es además un
proceso de articulación más allá de las audiencias, “lo que es la mayor
alegría que se puede dar”.
La reversión del poder corporativo a
nivel global, reconoce Carlos Alberto Vicente, “no se ve a corto plazo,
pero este monstruo tiene en sus entrañas el veneno que lo acabará
matando: la imposibilidad de un futuro para este modelo”. Sin embargo,
las resistencias de hoy día “son claramente las semillas de lo que vamos
a tener que hacer, levantar los restos de este apocalipsis que están
provocando”.
http://desinformemonos.org/2013/11/lecciones-sobre-transgenicos-desde-el-cono-sur/
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/74076-el-avance-y-la-resistencia-a-los-transg%C3%A9nicos-en-am%C3%A9rica-latina.html
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