Falleció
Andrés Carrasco, el científico que confirmó los efectos devastadores
del glifosato, acompañó con su investigación a los pueblos fumigados y
cuestionó que la ciencia esté al servicio de las corporaciones.
Incluimos la última entrevista que brindó y además “¿La felicidad puede ser un tema político? Pistas para bajarse de la globalización”, la entrevista que transmitió Decí Mu
En
una de sus visitas a nuestra Cátedra Autónoma de Comunicación Social,
el científico Andrés Carrasco contó cómo decidió divulgar su
investigación sobre los efectos letales del glifosato.: estaba en el
sur, pescando, solo, disfrutando la belleza de esa postal natural, sabía
que lo que había comprobado era esencial y sintió que el perfecto
silencio que lo rodeaba era un grito inmenso. “Hacé algo”. Para hacerlo
solo necesitaba encontrar “un periodista serio y decente”. Y llamó,
desde ahí mismo, a Darío Aranda. Él es quien lo despide en estas líneas
que eligió publicar en lavaca. Doble honor, que nos obliga y compromete
aún más a seguir siendo dignos de ello y de ellos.
“Soy investigador del Conicet y estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el trabajo”.
Fue lo primero que se escuchó del otro lado del teléfono.
Era
2009 y aún estaba latente el conflicto por la Resolución N°125.
Página12 había dado amplia cobertura a las consecuencias del modelo
agropecuario y este periodista había escrito sobre los efectos las
fumigaciones con agroquímicos.
El llamado generó desconfianza. No conocía al interlocutor. ¿Por qué me llamaba?
El
científico avanzó en la presentación. “Mi nombre es Andrés Carrasco,
fui presidente del Conicet y soy jefe del Laboratorio de Embriología de
la UBA. Le dejo mis datos”.
Nunca había escuchado su nombre. Nunca había escrito sobre científicos y el Conicet me sonaba como un sello.
Llamados
al diario y preguntas a colegas. Todos confirmaron que era un
científico reconocido, treinta años de carrera, con descubrimientos muy
importantes en la década del 80 y trabajo constante en los 90, cuando se
enfrentó al menemismo.
Hice la nota.
Su
investigación fue la tapa del diario, (abril de 2009). La noticia: el
glifosato, el químico pilar del modelo sojero, era devastador en
embriones anfibios. Nada volvió a ser igual. Organizaciones sociales,
campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el trabajo e
Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.
“No
descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas,
sólo que lo confirmé en un laboratorio”, solía decir él. Y comenzó a ser
invitado a cuanto encuentro había. Desde universidades y congresos
científicos, hasta encuentros de asambleas socioambientales y escuelas
fumigadas. Intentaba ir a todos lados, restando tiempo al laboratorio y a
su familia.
También
ganó muchos enemigos. Los primeros que le salieron al cruce: las
empresas de agroquímicos. Abogados de Casafe (reúne a las grandes
corporaciones del agro) llegaron hasta su laboratorio en la Facultad de
Medicina y lo patotearon. Comenzó a recibir llamadas anónimas
amenazantes. Y también lo desacreditó el ministro de Ciencia, Lino
Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe
de Clarín Rural y lobbysta de las empresas.
Barañao
desacreditó el trabajo y defendió al glifosato (y al modelo
agropecuario). Y no dejó de hacerlo en cuanto micrófono se acercara.
Incluso cuestionó el trabajo de Carrasco en encuentros de Aapresid
(empresarios del agro) y, sobre todo, en el Conicet.
Carrasco
no se callaba: “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de
carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen
miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas
científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba
viva de la emergencia sanitaria”.
Los
diarios Clarín y La Nación lanzaron una campaña en su contra. No podían
permitir que un reconocido científico cuestionara el agronegocio.
Llegaron a decir que la investigación no existía y que era una operación
del gobierno para prohibir el glifosato, una represalia por la fallida
125. Carrasco se enojaba. “Si hay alguien que no quiere tocar el modelo
sojero es el gobierno”, resumió café mediante en el microcentro porteño.
Pero Carrasco era funcionario del gobierno: Secretario de Ciencia en el
Ministerio de Defensa. Le pidieron que bajase el tono de las críticas
al glifosato y al modelo agropecuario. No lo hizo. Renunció.
El silencio no es salud
Empresas,
funcionarios y científicos lo habían acusado de no publicar su trabajo
de glifosato en una revista científica, sino en un diario. Se reía y
retrucaba: “No existe razón de Estado ni intereses económicos de las
corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de la salud
pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un dato que sólo le
interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta tener ajustado
hasta el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios que
sólo llegan a ese pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que
pueden tener impacto en la salud pública, es obligación darle una
difusión urgente y masiva”.
Era calentón Carrasco. Se enojaba, discutía a muerte, pero luego tiraba algún comentario para distender.
Nos
solíamos ver en un café antiguo cerca de Constitución. Él era habitué.
Charlaba con las mozas y debatía de política con el dueño.
Café
mediante, le pregunté por qué se metió en semejante baile. Ya era un
científico reconocido en su ámbito y no necesitaba dar prueba de nada.
Tenía mucho por perder en el mundo científico actual. Me explicó que lo
había conmovido el sufrimiento de las Madres del Barrio Ituzaingó de
Córdoba. Y que no podía permanecer indiferente. También lamentó que el
Conicet estuviera al servicio de las corporaciones. Denunció acuerdos
(incluso premios) entre Monsanto y Barrick Gold con el Conicet. Se
indignaba. “La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios o
socios de multinacionales”, disparaba.
Ética
En
4 de mayo de 2009, el ministro Barañao envió un correo electrónico a
Otilia Vainstok, coordinadora del Comité Nacional de Ética en la Ciencia
y Tecnología (Cecte). En un hecho sin precedentes, Barañao aportaba
bibliografía de Monsanto y pedía que evalúen a Carrasco. Nunca había
pasado algo similar. La mayor autoridad de ciencia de Argentina pedía
una evaluación ética por un investigar que había cuestionado al químico
pilar del modelo agropecuario.
Barañao quería la cabeza de Carrasco.
Vainstok envió un correo electrónico el mismo lunes 4 de mayo,,con copia a los nueve integrantes del Comité de Ética. Decía así:
“Estimados
colegas, esta tarde he recibido un pedido de que el Cecte considere las
expresiones vertidas en artículos periodísticos por Andrés Carrasco con
motivo de su investigación de los efectos del glifosato en embriones de
anfibios. Adjunto también la bibliografía aportada por Lino Barañao, la
entrevista a Carrasco y la entrevista al Ministro Barañao que sacó
Clarín”.
El
mail se filtró a la prensa. Y Carrasco se enteró de la operación de
Barañao y Vainstok. El escándalo hubiera sido enorme. El Comité de Ética
reculó y no juzgó a Carrasco, pero el camino estaba marcado.
Los de abajo
En
agosto de 2010, en Chaco, estaba por dar una charla, pero empresarios
arroceros y punteros políticos intentaron lincharlo. Había concurrido a
una escuela de un barrio fumigado, y no pudo hablar. Lo sorprendió la
violencia de los defensores del modelo.
Ese
mismo agosto, la revista estadounidense Chemical Research in Toxicology
(Investigación Química en Toxicología) publicó la investigación de
Carrasco. Lo que había sido un pedido-chicana de sus detractores, no
sirvió para calmar las críticas. Continuó la difamación de los
defensores del agronegocios. Pero fue un triunfo para los pueblos
fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas en lucha. Y Carrasco
comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo perfil.
Sentía particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de
Universidad de Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de
Rosario. Solía mencionarlos en las charlas y los señalaba como el
“futuro digno” de la ciencia argentina.
Otro veneno
Solíamos
cruzarnos en encuentros contra el extractivismo. Y periódicamente nos
enviábamos correos con información del modelo agropecuario, alguna nueva
investigación, viajes suyos a Europa para contar sobre su
investigación, el juicio de las Madres de Ituzaingó, la nueva soja
aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día recibí uno de sus
mensajesl. “Hay un nuevo veneno”, fue el asunto de un mail. Alertaba
sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor del
glifosato: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos
devastadores. En ratones produce convulsiones y muerte celular en el
cerebro. Con claros efectos teratogénicos (malformaciones en embriones).
Todos indicios de un serio compromiso del desarrollo normal”,
precisaba. Y recordaba que la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad
Alimentaria) detalló en 2005 los peligros del químico para la salud y el
ambiente. Destacó que desde 2011 el Ministerio de Agricultura había
aprobado diez eventos transgénicos de maíz y soja de las empresas Bayer,
Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron aprobados para
utilizar glifosato y glufosinato.
¿Para qué y para quién investigan?
Otra
tarde le envíe un correo electrónico contando de investigadores que
confirmaron lo mismo que él, pero en sapos (muchas veces llaman los
“canarios de la mina” porque pueden anunciar lo que le sucederá a
humanos. Los investigadores tenían miedo a hablar, por las posibles
represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue tajante: “No quiero
saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué mierda
investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus
investigaciones. Preguntales eso por favor”. Y cortó.
Los investigadores nunca quisieron hablar y difundir masivamente sus trabajos.
Carrasco en Wikileaks
En
marzo de 2011 se conoció que la embajada de Estados Unidos lo había
investigado y había hecho lobby en favor de Monsanto. Documentos
oficiales filtrados por Wikileaks confirmaban el hecho. “No esperaba
algo así, aunque sabemos que estas corporaciones operan al más alto
nivel, junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a pedido,
medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores políticos que
miran para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no pueden
esconder la realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran
en todas las áreas con uso masivo de agrotóxicos”.
El otro Carrasco
En
noviembre de 2013 le relaté que en Estación Camps (Entre Ríos) había
entrevistado a una mujer que luchaba contra los agroquímicos. Era una
trabajadora rural y ama de casa, muy humilde, que había enviudado. Su
esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja y fue fumigado
periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y tuvo
graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La
mujer no tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían
sobre la casa. Y los médicos tampoco tenía dudas, aunque se negaban a
ponerlo por escrito. El nombre del trabajador rural víctima de los
agroquímicos: Andrés Carrasco.
La
viuda había escuchado en la radio sobre el científico homónimo de su
marido y el glifosato. Y, entre llantos, contó que le daba fuerzas saber
que alguien con el mismo nombre que su esposo estaba luchando contra
los químicos que le arrebataron al padre a sus hijos.
Le
conté la historia por teléfono. El Carrasco científico se conmovió, no
podía seguir hablando. Y confesó que solía arrepentirse de no haber
investigado antes sobre el glifosato.
La última maniobra
A
fin del año pasado me llamó para contarme la última maniobra del
Conicet. Había solicitado la promoción a investigador superior y le fue
negada. La cuestión iba mucho más allá de la promoción. Lo enojaba el
ninguneo de los científicos empresarios y obedientes del poder. Lo
habían evaluado dos personas que no conocían nada de su especialidad y
otro que es parte de las empresas del agronegocios. Me envió su carta de
reclamo al Conicet y relató en detalla la reunión con el Presidente de
la Institución. Estaba seguro que era un nuevo pase de factura por lo
que comenzó en 2009.
Y
le dolía el silencio de académicos que respetaba, incluso de amigos de
antaño de las ciencias sociales que le daban la espalda.
Le
propuse un artículo periodístico e intentar publicarlo en Página12. Le
tenía aprecio al diario, a pesar de que hacía tiempo habían dejado de
darle espacio. Le avisé que pondría su versión de los hechos y la del
Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: “Te van a sacar cagando”.
Lo
propuse al diario. Lo rechazaron sin la más mínima explicación. Cuando
le avisé la negativa, ni se inmutó. Dijo que era previsible. “En estos
años tuve un curso acelerado de lo que son los medios de comunicación”,
resumió. Le respondí que estos años había aprendido que el Conicet no
era para nada impoluto y que había demasiadas miserias en el mundo
científico.
Reímos juntos.
Y
me chicaneaba y recordaba que ahora éramos colegas. Tenía un programa
en FM La Tribu donde nadie lo censuraba y daba gran protagonismo a las
asambleas y organizaciones en lucha contra el extractivismo. El nombre
del programa era todo un mensaje a sus enemigos: “Silencio cómplice”.
Quedamos
en juntarnos a comer un asado y publicar la nota en medios amigos (la
publicó lavaca en su periódico MU en marzo pasado).
Intenté
para esa nota hablar con “la otra parte”. Barañao dijo que no tenía
nada de qué hablar, desechó cualquier pregunta. El presidente del
Conicet, Roberto Salvarezza, adujo problemas de agenda.
La última entrevista
Viajó
a México al Tribunal Permanente de los Pueblos (tribunal ético
internacional, de carácter no gubernamental que evalúa la violación de
derechos humanos). Volvió a México en enero. Se descompuso y fue
trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires y tuvo largas
semanas internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa.
“Zafé”, fue la primera palabra. Y de inmediato preguntó: “¿Qué sabés del
bloqueo en Malvinas Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación
de una planta de Monsanto)? ¿La tiene difícil Monsanto?” Él había estado
en setiembre de 2013 cuando comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía
para varias semanas de recuperación, pero cuando estuviera mejor quería
que vayamos a Córdoba, a Malvinas Argentinas y también a visitar a las
Madres de Ituzaingó. Lo dejamos como plan a futuro.
Hablamos
sobre su situación en el Conicet. Le dolía la indiferencia de
compañeros del mundo académico, sobre todo de las ciencias sociales. Le
pregunté por qué no recurrir a las organizaciones sociales. Se opuso.
Argumentó que ya demasiado tenían en sus luchas territoriales como para
preocuparse por él. Se ofreció para una entrevista. La hicimos. Algunas
citas:
-
“Los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos,
dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en
un modelo con consecuencias serias para el pueblo”.
- “El Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones”.
-
“(Sobre la ciencia oficial) Habría que preguntar ciencia para quién y
para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en
todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera?
¿Ciencia para fracking y Chevron?”
-
“Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo
importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del
Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener discursos, para
que el relato no se fisure.
Sabía
que la entrevista sería para un medio amigo, “no masivo”. Estaba
contento, recuperando fuerzas, no iba a dar el brazo a torcer ante
Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las corporaciones del
agro.
El
27 de marzo concurrió a Los Toldos, a una audiencia pública sobre
agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso faltar. Sucedió lo mismo en la
Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía Alimentaria (el 7 de
abril), donde habló de los alimentos transgénicos y los agroquímicos. No
estaba bien, andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía esos
espacios como lugares de lucha, donde debía explicar los efectos de los
agroquímicos. Solía decir que se lo debía a las víctimas del modelo.
Al
fines de abril avisó por correo electrónico que lo habían vuelto a
internar. Esperaba que sea algo rápido. Quería volver a su casa,
recuperarse y hacer el viaje pendiente a Córdoba, al acampe contra
Monsanto.
Su legado
Fui
testigo de sus últimos seis años. Tiempo en el que decidió alejarse del
establishment científico que vive encerrado en laboratorios y sólo
preocupado por publicaciones que sólo leen ellos.Se
transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá
despedidas en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de
funcionarios ni habrá actos de homenaje en instituciones académicas.
Andrés
Carrasco optó por otro camino: cuestionar un modelo de corporaciones y
gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres fumigadas,
pueblos en lucha. No había asamblea en donde no se lo nombrara.
No
existe papers, revista científica ni congreso académico que habilite a
entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés
Carrasco ya tiene un lugar en la historia viva de los que luchan.
Nos queda, entonces, saldar con él una enorme deuda: la de decirle gracias.
Nos vemos en la lucha.
Última entrevista
Ciencia transgénica
El
científico que confirmó los efectos perjudiciales del glifosato
denuncia al Conicet y al Ministerio de Ciencia. Afirma una saga de
hostigamientos por denunciar el modelo agropecuario. El rol de los
científicos, funcionarios y corporaciones.
Por Darío Aranda
Publicada en el periódico CTA de mayo.
El
embriólogo molecular Andrés Carrasco marcó un quiebre en la discusión
sobre el modelo agrario argentino. Con un largo recorrido en el ámbito
científico, Carrasco confirmó en 2009 los efectos del glifosato
(agroquímico pilar del modelo sojero) en embriones anfibios. Y ya nada
volvió a ser igual. Los cientos de pueblos fumigados y organizaciones
sociales tuvieron una prueba más para sus denuncias. Para Carrasco
también fue un punto de quiebre. Comenzó a recorrer el país (desde
universidad hasta escuelas, desde congresos científicos hasta clubes de
barrio) dando cuenta de su estudio. Y comenzó a ser mala palabra en el
mundo científico ligado al agronegocios. La última estocada provino del
Conicet (el mayor ámbito de ciencia de Argentina): Carrasco denunció por
persecución ideológica al presidente del organismo, Roberto Salvarezza,
y al ministro de Ciencia, Lino Barañao.
El
ministro Barañao había realizado en 2009 un inusual pedido de revisión
“ética” al Conicet respecto al accionar de Carrasco. Sobrevino una
censura en la Feria del Libro de 2010, difamaciones públicas y, el
último hecho, la negación de la promoción con un dictamen que Carrasco
evalúa como “plagado de irregularidades” y con evaluadores insólitos:
una especialista en filosofía budista y un reconocido científico ligado a
las empresas del agronegocios.
Ciencia, investigadores, corporaciones y gobiernos.
-¿Qué sucedió en el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)?
-Soy
investigador principal y me presenté a investigador superior, que es la
máxima categoría de un investigador. Es un concurso donde uno presenta
todos los antecedentes de la carrera científica. El Conicet lo somete a
una comisión especial, formada por un grupo de personas. Una parte, dos o
tres, son miembros informantes, que revisan antecedentes del candidato.
Luego lo informan al resto de la comisión en un dictamen, que la
comisión aprueba o desaprueba.
-¿Qué implica la promoción?
-Implica
fundamentalmente el reconocimiento o una carrera en la que uno viene
escalando posiciones. Se analiza todos los méritos y trayectoria del
candidato. También implica una mejora salarial, pero fundamentalmente un
reconocimiento a la carrera.
-¿Por qué rechazan su promoción?
-Apelan
a una serie de argucias retoricas. Hicieron una evaluación cuantitativa
y no cualitativa. Y alguna de las contribuciones más importantes mías
sólo las describen, no las evalúan, no presentan argumentos serios de la
contribución del trabajo, sólo miden cuantitativamente. Dicen que no es
suficiente, deducen que en mi caso no tengo experiencia internacional
suficiente. Además de decir que hubo interrupciones en mi tarea porque
desempeñé tareas de gestión (dos años presidente de, justamente, el
Conicet y otro tanto Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa).
Es insólito porque reconocen que estuve en cargos de gestión y por otro
lado dicen que durante esos años no hubo producción, pero saben que
tuve licencia sin goce de sueldo con cargo de mayor jerarquía.
-¿Qué es lo que no evaluaron?
-No
evalúan seriamente nada. Dicen que fui primer autor o segundo autor (en
las investigaciones firmados por grupos de trabajo, con varios
autores), pero ni siquiera dicen qué es lo que se investigó. En la
década del 80 realizamos una serie de publicaciones que fueron muy
relevantes en el mundo científico. No hacen mención y se limitan a decir
si firmé primero, segundo o tercero. Y no hay ninguna valoración sobre
todo el resto, ni se refieren a los temas sobre lo que uno trabajó
durante años. Hay mucha producción científica que que no fue valorada.
Del dictamen se evidencia que no hubo valoración cualitativa, no
pusieron en relevancia los impactos de las investigaciones, no señalan
si fue novedoso y si contribuyó en la disciplina.
-¿Esa forma de evaluación es regla de la ciencia o es particular de este caso?
-Lo
que corresponde que se haga es un análisis real del contenido de la
carrera científica, no medirlo en términos de números. No se trata de
ver cuántos papeles tenemos acumulados, usar una balanza y ver cuántos
kilos pesa la producción científica de uno. Así evalúan hoy.
-¿Usted apunta a quiénes lo evaluaron?
-El
dictamen es lavado, sin argumentación, y tiene relación con los
evaluadores. Una profesora de filosofía hindú (Carmen Dragonetti), que
debe ser muy buena en lo suyo pero que no sabe nada de embriología. Un
experto en zoología (Demetrio Boltoskoy) que no conoce de embriología. Y
uno de los evaluadores que está relacionado íntimamente con la
industria transgénica y la promoción del agronegocios (Néstor Carrillo).
Hay conflictos de intereses y, por otro lado, no hay consistencia con
el tema que los ocupa. Debieran haberse excusado y no lo hicieron.
Carrillo
ha tenido manifestaciones públicas contrarias a las críticas al
agronegocios, está vinculado científicamente a empresas como Monsanto a
través de Bioceres, es un convencido de la tecnología transgénica, que
mantiene estrechos contactos con Federico Trucco (CEO de Indear y
consecuente descalificador de la idoneidad científica de Carrasco) y con
Aapresid (empresarios del agronegocios).
-¿Es común que evalúen informantes que no manejan el tema?
-Tienen que tener una idea qué se está evaluando, debiera ser gente que conozca la disciplina.
-¿Evalúan su trabajo sobre glifosato?
-Apenas
lo mencionan. Dan cuenta del número de menciones internacionales pero
ponen mucho menos de las que tuvo. Y hacen como que no tuvo impacto.
Miden el impacto con un número erróneo y no discuten el contenido del
trabajo. Mal que les pese, el trabajo sobre glifosato tuvo impacto en
muchos lugares del mundo y lo debieron considerar.
-¿Qué le dijo el Presidente del Conicet?
-La respuesta fue que él no sabia lo que había pasado.
-¿Pero él lo firmó?
-Sí. Claro.
-¿Y no sabía?
-Él
dice eso. Que no sabía. Quizá firma cosas que no conoce… la decisión de
darle la promoción o no se discute en reunión de directorio… todo el
directorio sabía. Desligó su responsabilidad y minimizó, no negó, lo que
plantee sobre la evaluación teñida de conflictos de intereses y
animosidad manifiesta.
-¿Habrá una nueva evaluación?
-No lo sé. Lo solicité por escrito el año pasado y aún no me respondieron.
-¿Por qué hace público este hecho?
-Porque
siempre he sido partícipe que los actos de Estado que benefician o
perjudican a personas deben ser públicos. Y segundo porque desde 2009
han pasado cinco años y el Conicet ha tenido momentos de hostigamiento
hacia mí. Corresponde denunciar esa saga, me parece que es importante
hacerlo público. Se suele acostumbrar mucho a no discutir por temor a
los palazos, pero hay que discutir aunque la institución sea injusta.
Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo
importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del
Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener discursos, para
que el relato no se fisure.
-¿Interpreta como un pase factura por el trabajo sobre glifosato?
-Sin dudas que es un pase de factura por el glifosato. Hay que recordar que el Conicet no fue neutral en ese momento.
-¿Por qué?
-Cuando
di a conocer las consecuencias del glifosato, desde el Conicet armaron
una comisión para contestar lo que yo había dicho. También me
prohibieron la asistencia a una Feria del Libro para hablar del tema. Y
el ministro Lino Barañao pidió una comisión de ética para juzgarme. Todo
lo menciono en mi apelación al Conicet.
-¿Negarle la promoción es un mensaje para otros científicos?
-No creo que sea desconocido por el sector científico, donde hay pocos que están dispuestos a hablar claramente de estas cosas.
-¿Por qué?
-Por
estas señales disciplinadoras. Hay una situación con gente que dicen
“con esto no me meto porque viene la represalia, pierdo el subsidio,
pierdo el becario”. Pero creo que no hay que tener miedo a las posible
represalias. Si uno toma una decisión científica en su carrera que va
contra la institución o si no quiere participar de la linea de la
institución, debe tener lugar. La institución debe ser amplia, para
todos, para los que quieren hacerse empresarios científicos y quienes
solo somos investigadores.
-¿Qué responsabilidad le cabe al Presidente del Conicet y al ministro Barañao?
-Al
Presidente (Roberto Salvarezza) le cabe toda la responsabilidad de
haber firmado la resolución que niega mi promoción. Ni siquiera echó una
mirada sobre cómo fue el procedimiento. Él sabe que al firmar convalidó
la injusticia. Y Barañao… es sabida su animosidad manifiesta para
conmigo. Hay una bajada de línea, sus hechos y dichos públicos haciendo
juicio de valor sobre la investigación del glifosato. Tanto en medios
públicos, televisión, radio incluso en charlas publicadas, hubo una
reunión pública de Aapresid en Rosario donde habló de manera despectiva
de mi trabajo. Si un ministro hace juicio de valor sobre la actividad
científica de un investigador, el Ministro me atacó personalmente a mí y
mi grupo por nuestro trabajo.
-¿Por qué?
-Lo
hizo en un reunión de Aapresid. Dijo “el problema Carraco se termina
dentro de una semana”. Porque iba a salir un informe del Conicet sobre
glifosato y finalmente no lo pudieron hacer público porque era
impublicable. Cuando un ministro dice ese tipo de cosas, siempre hay
discípulos dispuestos a hacerle caso al ministro. Y si le cae en la mano
una evaluación harán lo posible para dejar contento al ministro.
Prácticas de revanchas, venganzas, pequeñeces, son comunes en el
Conicet.
-Para
muchas organizaciones que luchan en el territorio fue un punto de
inflexión su trabajo de 2009. Es extraño que un científico que se
involucre en luchas actuales.
-Creo
que la investigación de 2009 contribuyó a dar impulso a muchos grupos
de colegas que trabajan de manera similar. Y siempre me sentí muy
acompañado por la sociedad civil. Me resulta difícil medir el impacto en
la gente, pero sí coincido que no es común que un científico salga de
la mera investigación de laboratorio para preocuparse y ocuparse por
algo que sucede en los territorios. Sirvió para sumarse a una discusión
actual, que afecta a la población, y contribuir a una discusión de ese
tipo, creo que es lo que todo científico pretende. Y creo que también ha
servido para mostrar limitaciones y defectos de la ciencia actual. He
visto que muchos colegas legitiman a partir de la mentira. Los mejores
científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer
ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con
consecuencias serias para el pueblo.
-Para
los ajenos al mundo científico el Conicet pareciera un sello impoluto,
de excelencia. Y al mismo tiempo legitimador de discursos sociales,
políticos, periodísticos. Usted fue presidente del Conicet. ¿Cómo
funciona?
-El
Conicet no es para nada impoluto. Estuve dos años al frente del
directorio. Tenía muchísimos problemas de estos todo el tiempo, que
teníamos que corregir. Yo mismo he tenido casos en los que tuve que
rechazar dictámenes injustos y hasta intervine la junta de
calificaciones. El Conicet está marcado por la situación política del
momento, seriamente cruzado por internas políticas y las legitimaciones
del momento. La institución no garantiza los derechos a ser evaluados de
manera correcta y el mayor grado de objetividad posible. No debería
nunca estar Néstor Carrillo evaluando mi trabajo, lo pusieron a
propósito.
-¿Qué rol juegan las empresas?
-El
Conicet tiene representantes de las provincias, de la ciencia, de
universidades y de la industria y del agro, como dos grandes sectores
económicos. Estos últimos son representes propuestos por las
corporaciones.
-¿Cómo repercute el rol del sector privado?
-El
Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las
tecnologías propuestas por corporaciones, modelos de hacer ciencia que
implica un profundo y progresiva asociación con la industria. Ellos
promueven un modelo de investigadores al servicio de empresas, de
patentes, de formación científica con transferencia al sector privado.
Ha llegado a tanto esa vinculación que el Conicet ha inventado un
sistema de evaluación distinto para los investigadores que trabajan con
las empresas.
-¿Cómo una evaluación distinta?
-Un
sistema que implica que el investigador puede trabajar para una empresa
y no es evaluado mientras participa de proyectos de empresas, pero
siempre como investigador del Conicet. Si decide dejar la empresa,
vuelve a ser evaluado como todos nosotros. Todo investigador debe
publicar, enviar sus trabajos a revistas, poner en discusión sus
trabajos. Los investigadores del Conicet que trabajan para empresas no
está sometidos a estas evaluaciones. En esos casos el Conicet funciona
como proveedor de recursos humanos de las empresas.
-Si usted hubiera investigado en favor de empresas del agro…
-De
seguro el Conicet me daba todas las promociones que pedía. Muchos de
los promovidos por el Conicet están encolumnados con esta lógica
institucional de privatizar la producción de conocimiento científico.
Ese tipo de investigadores está prestigiado por el Conicet. Y se mira
mal a quien no se encolumna en esa forma de entender la ciencia. Y mucho
peor si se los confronta. El Conicet alienta o cuestiona a
investigadores según qué investigue. Si cuestionás el modelo te puede
negar subsidios, te saca becarios, te evalúa de manera arbitraria.
-¿Cómo se puede comprobar la vinculación del Conicet con el mundo empresario del agronegocios?
-Es
pública la vinculación. Se promueven investigaciones de transgénicos
con total financiamiento público del Conicet, se financia a la empresa
Bioceres, donde está Gustavo Grobocopatel. Se financió el polo
tecnológico de transgénicos en Rosario para desarrollo de semillas,
trabajan junto a Aapresid (empresarios que introdujeron los transgénicos
en asociación con las multinacionales del sector). El Conicet lleva
adelante una política en favor de una determinada tendencia tecnológica y
además participa de los negocios que surgen de esa confluencia con el
agronegocios. No lo esconden. Están orgullosos del modelo de ciencia que
hacen.
-El discurso, no sólo del Gobierno, es que se ha invertido mucho en ciencia y técnica en estos años.
-Es
cierto. Pero habría que preguntar ciencia para quién y para qué.
¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el
país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia
para fracking y Chevron? Hay un claro vuelco de la ciencia para el
sector privado y el Conicet promueve esa lógica. En lo 90 estaba mal
visto. Muchos hicieron la vida imposible al menemismo para que esto no
pasara y hoy aplauden de pie que la ciencia argentina sea proveedora de
las corporaciones.
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Decí Mu con Andrés Carrasco: ¿La felicidad puede ser un tema político? Pistas para bajarse de la globalización
¿Qué
son el progreso y la globalización? ¿Cómo actúa la ciencia frente a los
problemas del presente? ¿De qué modo la felicidad puede ser un concepto
político, y no una mala palabra para académicos y economistas? El
científico Andrés Carrasco investigó los efectos de los agrotóxicos en
la salud, como director del Laboratorio de Embriología Molecular de la
UBA, con lo cual no ha sumado amigos entre los poderes corporativos y
políticos. En qué consiste el pensamiento crítico más allá de las
“disneylandias” científicas y de consumo. El estado de ánimo y la
dignidad de las personas como elementos para crear otras políticas. Y
qué es bajarse de la globalización.
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Blog del profesor Andrés Carrasco: http://andresecarrasco.blogspot.com.es/
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