El campo está en pie de guerra. Por toda Francia y por varios países de Europa, miles de agricultores y agricultoras se han movilizado para denunciar un sistema que resulta insostenible debido a las exigencias productivistas de la Política Agrícola Común (PAC), las normativas medioambientales carentes de medios para la aplicación, las leyes administrativas desconectadas de la realidad y la injusta captación del valor añadido por parte de las grandes distribuidoras.
Faltan personas trabajando en el campo para garantizar buenas condiciones laborales y, al mismo tiempo, cuidar del medio ambiente. Más del 20 % de los agricultores y agricultoras viven por debajo del umbral de la pobreza y en Francia se contabiliza un suicidio al día en las profesiones agrarias.
Por lo tanto, las uvas de la ira ya han madurado en un contexto económico liberal, en el que las condiciones de trabajo y la protección de los seres vivos no les importa en absoluto a quienes sacan provecho del sistema. Su lógica cortoplacista tan solo busca el beneficio privado, no el interés general.
Asimismo, nos quieren vender una supuesta alianza entre el sector agrario y la extrema derecha y una ruptura entre el primer sector y el ecologismo. Ya se intuye la orientación de esta deplorable manipulación mediática. No nos dejemos engañar. Los agricultores y agricultoras no se han movilizado para reclamar que se destruyan más los suelos o se aumente a toda costa la producción (y por ende el trabajo).
Tienen diversas reivindicaciones, pero hay un consenso en lo relacionado con la renta. Es natural que exijan vivir dignamente de su trabajo, ¿qué menos?
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