Alicia Amarilla es de Paraguay: un país agrícola con suelos fértiles y
abundante agua, pero con una población campesina sumida en la pobreza.
Desde muy joven se involucró en la lucha contra el acaparamiento de
tierras y en la actualidad es representante de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas (Conamuri). Hace unos meses tuvimos ocasión de hablar con ella en este espacio, con motivo de una visita a Madrid.
Como en otros países de América Latina, la tierra está en manos de latifundistas (el 2% de los propietarios posee el 85% de la tierra).
Un modelo que se intensificó durante la dictadura de Stroessner con el
reparto ilegítimo de prebendas y tierras. Fue también en aquellos años
–en la década de los 70 del pasado siglo– cuando el cultivo de soja
comenzó a invadir el país, asentándose un modelo agrícola mecanizado y destinado a la exportación, a costa de la agricultura campesina que alimentaba a la población.
La colonización de las tierras se completó años después con la llegada de la soja transgénica de Monsanto. Las semillas modificadas genéticamente son la forma de hacerse con el control de la producción y venta de semillas. Este y no otro es el objetivo de la agricultura transgénica.
La soja se ha convertido en el principal cultivo del país. En torno a ella, un conglomerado de terratenientes y empresas multinacionales obtienen ingentes beneficios.
Poseen la tierra, controlan todo el negocio (semillas, plaguicidas,
fertilizantes, maquinaria, transporte de la cosecha…), son dueños de
infraestructuras (silos, puertos, fábricas), controlan la exportación… ¡Es el agronegocio en estado puro!
Paraguay es el cuarto exportador mundial de soja. Europa recibe más
de la mitad de su producción. ¿Su destino? producir piensos para el
ganado y agrocombustibles. Para ello, Paraguay ha pagado un alto
precio: más pobreza, familias campesinas expulsadas de la tierra,
asesinatos de dirigentes campesinos, deforestación y pérdida de
biodiversidad, fumigaciones con plaguicidas tóxicos que envenenan la
tierra, el aire el agua… y las personas.
Este asalto a las tierras campesinas no habría sido posible sin el apoyo de la clase política asentada en el poder durante décadas. Un pequeño paréntesis durante la presidencia del depuesto Fernando Lugo suscitó esperanzas.
Se dieron tímidos pasos que no gustaron al agronegocio. La gota que
colmó el vaso fue la negativa del Gobierno a autorizar la entrada de
nuevos cultivos transgénicos. La prohibición duró poco, autorizarlos fue
una de las primeras medidas del nuevo Gobierno, tras la rápida
destitución del presidente Lugo en extrañas circunstancias en 2012. El
país volvía a la “normalidad”.
A pesar de todo, las organizaciones campesinas, entre las que se encuentra Conamuri, no han claudicado.
Siguen luchando por recuperar la tierra y por mantener las semillas que
les han alimentado tradicionalmente. Porque el derecho a la
alimentación pasa por el derecho a la tierra y a las semillas. Alicia Amarilla nos habla de ello en esta breve entrevista.
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El 24 de mayo es la Jornada Mundial contra Monsanto. Habrá actividades en todo el mundo para denunciar las prácticas de esta compañía. Más información: Paraguay, un país devorado por la soja. Le Monde Diplomatique en español. Enero, 2014
María Luisa Toribio. Bióloga y activista, con una mirada global al mundo que
me lleva a implicarme en causas como el medio ambiente, la pobreza, los
derechos humanos, las poblaciones indígenas… Convencida de que las
múltiples crisis que vivimos tienen raíces comunes y de que toca
impulsar cambios profundos.
De:
http://blogs.20minutos.es/mas-de-la-mitad/2014/05/07/paraguay-soja-tierra-y-poder/
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